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Entre el Deber y el Deseo

Entre el Deber y el Deseo

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Matrimonio arreglado / Completas
Popularitas:32
Nilai: 5
nombre de autor: Dana Cardoso

A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.

NovelToon tiene autorización de Dana Cardoso para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8

(Pov: Bianca)

El olor a café fresco se extendía por la casa cuando bajé las escaleras.

El sol aún apenas había nacido, filtrándose por las ventanas de Villa Moretti, tiñendo el suelo de tonos dorados.

Allí estaba él — Dante — sentado a la cabecera de la mesa, papeles que parecían ser documentos y el rostro levemente inclinado, la taza de café en las manos.

Aun distraído, él tenía aquella presencia que llenaba el ambiente.

Frío. Controlado. Peligroso.

Y, aun así, irresistiblemente guapo.

— ¿Despierta tan temprano? — preguntó, sin alzar la mirada de inmediato. — ¿Adónde vas vestida así?

Apreté el elástico del cabello en una cola de caballo y sonreí.

— Correr. Necesito despejar la cabeza.

Él finalmente alzó los ojos.

— ¿Sola?

— Sí. — Respondí con naturalidad, tomando una botellita de agua de la mesa. — Necesito tiempo para poner mis pensamientos en orden.

Él posó la lectura de los documentos, la mirada ahora más atenta.

— No creo que sea seguro.

— No es seguro vivir tampoco, pero uno lo intenta — repliqué, provocándolo con la misma sonrisa calmada de quien sabe el efecto que causa. — Además, no voy muy lejos.

Él suspiró, aquel gesto sutil que yo ya había aprendido a descifrar. Era su manera de decir “me vas a enloquecer” sin admitirlo en voz alta.

— Bianca, tú no necesitas probarme nada — dijo él, firme. — No estás sola aquí.

Aquella frase me golpeó de lleno.

Por un instante, vi allí al hombre que un día me prometiera protección. El mismo que me había mandado lejos para mi propio bien.

Pero esa Bianca ya no era la niña obediente de antes.

Apoyé una de las manos sobre la mesa y lo encaré.

— Yo sé que no estoy sola, Dante. Pero a veces es preciso alejarse un poco para recordar quién es uno.

Él me estudió en silencio.

Su mirada descendió, rápido, recorriendo el conjunto deportivo que yo vestía — simple, pero proposital. Por un instante creí que él me devoraría. Cómo me gustaría que eso fuera verdad.

Y entonces, antes de que él pudiera decir cualquier cosa, incliné la cabeza y añadí:

— Además… quiero mantener el cuerpo en forma.

Él frunció el ceño, intrigado.

— ¿En forma?

— Claro — respondí, con la voz leve, pero la mirada firme. — Uno nunca sabe cuándo el marido va a decidir… cumplir con los deberes matrimoniales.

El papel en su mano resbaló levemente de la mesa.

Su mirada se endureció — no de rabia, sino de algo más profundo, casi peligroso.

La tensión entre nosotros pareció llenar el aire.

— Bianca — dijo él, bajo, ronco. — Cuidado con lo que dices.

— Cuidado tú, Dante — rebatí, con una sonrisa lenta acercándome a él hasta estar completamente a su lado. Apoyé una de mis manos en el respaldo de la silla de él, con la otra cogí una uva que estaba en la cesta encima de la mesa, me incliné en su dirección quedando bien próxima a su rostro tenso. Pude hasta sentir su perfume masculino invadir mis narinas, con un tono provocante hablé — Porque el día en que yo decida cobrar lo que es mío… quizás seas tú quien se arrepienta de no haberme comido antes y percibas lo que perdiste.

Por un instante, él quedó completamente inmóvil. Me llevé la uva a la boca lentamente y comí.

Apenas los ojos se movieron — oscuros, intensos, como si lucharan contra alguna cosa que no podía ser dicha.

Tomé la botellita de agua y le di la espalda antes de que él encontrara palabras.

— Hasta luego, marido — murmuré, sin mirar hacia atrás. — Prometo no demorar.

Salí por la puerta con el corazón acelerado.

No por el ejercicio que estaba a punto de hacer…

Sino por la guerra silenciosa que comenzaba dentro de aquella casa.

Y, en el fondo, yo sabía:

Cada provocación era un paso menos para el control que él tanto intentaba mantener.

Y un paso más para lo que yo realmente quería —

hacer que Dante Moretti se rindiera a mí.

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