Cuando Seraphine se muda buscando paz, jamás imagina que su nuevo vecino es Gabriel Méndez, el arquitecto que le rompió el corazón hace tres años… y que nunca le explicó por qué.
Ahora él vive con un niño de seis años que lo llama “papá”.
Un niño dulce, risueño… e imposible de ignorar.
A veces, el amor necesita romperse para volver a construirse más fuerte.
NovelToon tiene autorización de Yazz García para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
No me llames tormentita
...CAPÍTULO 12...
...----------------...
...SERAPHINE DÍAZ ...
El ascensor se abre y un silencio sepulcral nos recibe.
Ni una luz prendida.
Ni un alma.
Ni siquiera el ventilador ruidoso del área administrativa.
Da un poco de miedo, la verdad.
El edificio está tan silencioso que mis pasos suenan como si llevara botas militares. Peor: llevo chanclas prestadas de Gabriel, que hacen flop flop flop por todo el corredor.
Muy digna yo, entrando al trabajo con ropa masculina gigante, cara de resaca y el flop flop flop persiguiéndome como burla de mis malas decisiones. Gabriel va a mi lado, manos en los bolsillos, caminando como si esto fuera completamente normal.
—Bueno —digo tragando saliva—, Bienvenido a la escena del crimen.
—Sí —responde él—. Y tú eres la criminal buscada en cinco países por vandalismo, agresión y destrucción de reputaciones ajenas.
Le doy un codazo.
—¡Cállate! Ya te pedí perdón.
Él sonríe, suave, casi tierno.
—¿Estás segura que las dejaste aquí? —me pregunta.
—Sí… creo —digo, aunque ni yo me creo.
Llegamos a mi escritorio. Era un desastre: libros abiertos, un café seco, un post-it pegado en la pantalla que dice “REVISAR URGENTE” y que claramente ignoré.
Buscamos por todas partes. Cajones. Mochila. Librero.
Nada.
Gabriel cruza los brazos.
—Revisa bien. Ayer dijiste que las dejaste “donde siempre las dejas”.
Lo imito en tono burlón:
—“Donde siempre las dejas.” Sí, claro, como si fuera tan obvio…
Me agacho para mirar debajo del escritorio y… ahí están.
Justo ahí.
Brillando. Perfectas. Triunfales.
Como si me hicieran ¡hola, idiota!.
Gabriel levanta una ceja.
—¿Dónde estaban?
Me quedo callada un segundo, tragándome mi orgullo.
—…donde siempre las dejo —admito con la voz más baja y miserable del planeta.
Él intenta no reírse. Lo intenta muy fuerte.
Pero la sonrisa le gana.
—Te lo dije.
—No hables —replico señalándolo con la llave.
Él ríe ahora sí, sin disimulo y yo me cubro la cara con ambas manos.
—No puede ser. ¿En serio estaban aquí? ¡Aquí! —digo entre dedos.
Gabriel se ríe, suave.
—Sera, ya te lo dije. Anoche me dijiste que las dejaste en la oficina. Las dejaste “donde siempre las dejas”. Luego no me diste más detalles porque tú estabas muy ocupada intentando abrazar una maceta en el lobby.
Me volteo horrorizada.
—¿ABRAZAR UNA MACETA?
Él asiente.
—La llamaste “tu hermana”. Y lloraste porque no la habías regado.
Me tiro al escritorio, derrotada.
—Por favor bórrame de tu memoria.
—Es un poco tarde para eso —dice mientras saca su teléfono.
......................
Salimos finalmente del edificio. Gabriel abre la camioneta para que suba, pero justo cuando coloco un pie en el estribo…
Su teléfono suena.
Adelina.
Gabriel mira el identificador y suelta un suspiro discreto.
—Es Adi, dame un segundo —dice.
Se aleja unos pasos… pero tampoco demasiado, y yo, sin querer queriendo, escucho el tono formal, casi frío.
—Sí… ya voy para allá —dice él—. No, tranquila, no pasa nada. Tú solo deja el documento listo.
Documento.
Ya entendí.
—¿Están hablando de temas legales de la firma? —murmuro para mí, cruzándome de brazos—Qué parejita tan rara…
Él baja más la voz.
Yo, obvio, pongo oreja de radar.
—Te dije que lo iba a recoger —dice él con tono firme—. Sí, Adi. Ya. En un rato estoy allá.
Cuelga.
Camina de regreso hacia mí, secándose la cara con la mano como si la llamada le hubiera sumado diez años encima.
Se apoya en la puerta del carro y me mira con esa mezcla de cansancio y “no tengo tiempo para tus estupideces hoy”.
—Bueno —dice—. Escucha.
Yo enderezo la espalda como si fuera a recibir sentencia.
—Tengo que ir a la casa de Adelina a recoger algo importante —empieza.
Por “algo importante” claramente se refiere a algún contrato, carpeta, o codicilio medieval… con ellos dos nunca se sabe.
—Y luego tengo que recoger a Oliver para llevarlo al parque de diversiones —continúa.
Ok..¿Por qué el cambio de ánimo repentino? Si no lo conociera desde hace mucho tiempo diría que solo está de mal humor, pero claramente esa llamada le dañó un poco el genio.
—Entonces voy a llevarte a tu casa —concluye él—. Hacemos como si esto nunca pasó, tú sigues con tu vida, yo con la mía. ¿Estamos de acuerdo?
Lo dice como si estuviéramos firmando un tratado de paz entre naciones enemigas.
Yo asiento inmediatamente.
—Sí. Gracias por… por ayudarme anoche —digo, sincera por un segundo—. La verdad yo, de ti, me lanzaría por el balcón.
Gabriel se ríe por la nariz, esa risa de “no puedo creer la mierda que dices”.
—De nada —contesta—. Ahora súbete a la camioneta, que tengo prisa, tormentita.
Tormentita.
Ese apodo maldito del infierno que me pusieron con Oliver por ruidosa.
—No me llames así —le digo mientras subo.
—Muy tarde —responde cerrando la puerta—. Te queda perfecto.