Nueva
NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 8:
—Sí, señor —
dije, acomodándome en mi silla con la espalda rígida, intentando ocultar el temblor que me recorría.
El director y los demás profesores se retiraron, y la clase continuó con normalidad.
Pero dentro de mí, cada minuto parecía estirarse como un hilo de fuego.
Estaba tan nerviosa que, en silencio, recé para que el tiempo no pasara demasiado rápido…
o demasiado lento.
Cada tic del reloj era un recordatorio de que el encuentro con Leonardo se acercaba.
Finalmente sonó la campana del receso.
Tomé mi bolso y respiré hondo, intentando calmar el nudo que me oprimía el estómago.
Cada paso hacia su despacho era un acto de auto-terapia:
me repetía que solo era un decano, que no podía permitirme asustarme…
aunque no podía borrar de mi cabeza lo ocurrido en el parqueadero esa misma mañana.
Cuando llegué frente a la puerta, mi corazón golpeaba con fuerza.
Toqué suavemente.
Desde dentro se escuchó una voz firme y cortante:
—¡Siga!
Abrí la puerta y entré.
—Hola, señor… aquí estoy, como pidió —
dije, intentando que mi voz sonara segura.
Él retiró los lentes y me fijó una mirada que no lograba descifrar.
No era ni totalmente cordial ni completamente severa.
Había algo más, algo que me ponía los pelos de punta.
—Por favor, acérquese —
me indicó.
Corté la distancia con pasos medidos y me planté frente a su escritorio.
La madera pulida reflejaba la luz de la ventana y mi reflejo parecía una mezcla de orgullo y vulnerabilidad.
—¿Aquí está bien? —
pregunté, intentando mantener la compostura.
Él sonrió, leve, casi imperceptible.
—Sí… está perfecto. Pero primero quiero aclarar algo. —
Su voz bajó un tono, cargada de curiosidad y una pizca de reproche—.
¿Normalmente eres así de… grosera?
La pregunta me dejó helada.
Mis mejillas se encendieron de inmediato, y sentí que el aire se hacía más denso, más difícil de respirar.
¿Grosera? ¿Acaso él no había sido igualmente… arrogante en el parqueadero?
Quise abrir la boca, responder, defenderme, pero nada salió.
Solo podía mirarlo, con los pensamientos atropellándose dentro de mi cabeza:
¿Qué se supone que debo decir? ¿Que me quitó mi lugar y se rió como si yo fuera una niña insolente? ¿O que ahora me está juzgando por algo que fue en defensa propia?
El silencio se extendió unos segundos eternos, mientras su mirada parecía perforarme.
Cada fibra de mi ser gritaba que debía reaccionar, pero algo en él me mantenía paralizada.
Esa mezcla de autoridad y…
algo más, algo que no podía identificar, me tenía atrapada.
—Yo… —
logré empezar, con un hilo de voz que ni yo misma reconocí
—… no era mi intención… —
me detuve, sin saber cómo continuar.
Leonardo inclinó ligeramente la cabeza, con esa media sonrisa que no dejaba claro si estaba molesto o divertido.
Y yo, por primera vez, me sentí vulnerable y expuesta ante alguien que no era mi hermano, ni mi padre…
ni nadie.
—¿Q-qué? ¿Perdón? —
balbuceé, incapaz de articular más palabras.
Leonardo entrelazó las manos sobre el escritorio y me sostuvo la mirada con firmeza.
—Sí… hoy en el parqueadero. ¿Así eres normalmente? ¿Ese es el perfil de la mejor estudiante que tiene la facultad de arquitectura? —
repitió, cada palabra como un golpe seco.
Sentí el calor subir a mis mejillas.
Primero vergüenza, luego indignación.
¿Quién se cree que es para hablarme así?
Mi respiración se agitó, y con un esfuerzo enorme conseguí responder:
—No, señor. Hoy tuve mis motivos. No todos los días las personas nos levantamos felices, y hoy… —
apreté los labios un segundo antes de soltarlo—
hoy usted fue el culpable de que yo explotara.
Él arqueó una ceja, sin inmutarse.
—¿Estás segura? Porque a mí me parece que descargaste una ira reprimida conmigo.
Sus palabras me atravesaron.
No quería admitirlo, pero tenía razón:
no era solo por el parqueadero, era todo lo que llevaba cargando dentro desde hacía tiempo.
Aun así, no iba a dejar que me desarmara tan fácil.
—Discúlpeme por lo de esta mañana —
dije con esfuerzo—,
pero en parte fue su culpa, señor. Yo vi el parqueadero primero.
—Pero fuiste muy lenta para tomarlo —
contraatacó con calma, como si estuviera dando un veredicto—.
Y yo necesitaba llegar rápido con el director.
—Se recostó en la silla, dejando un silencio breve antes de añadir—:
pero me disculpo por eso.
Sentí que la tensión en mis hombros cedía apenas un poco.
Lo miré fijamente, sin bajar la guardia.
—Entonces estamos a mano. —
Las palabras salieron más firmes de lo que esperaba.
Por primera vez, vi cómo sus labios se curvaban apenas, en algo que no llegaba a ser una sonrisa pero tampoco era desdén.
Sus ojos se quedaron fijos en los míos un instante demasiado largo, tanto que tuve que apartar la mirada para no sentirme atrapada en su escrutinio.
¿Por qué siento que esto no acaba aquí?
pensé, mientras el aire entre nosotros parecía cargarse de un peso extraño, algo que no sabía si era desafío o amenaza.