Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.
No se involucran. No se quiebran.
Pero esta vez, los cazadores serán cazados.
Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.
Simplemente invaden… y lo cambian todo.
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Tú me tienes calculado ¿verdad?
Regresé de una misión, agotado, como de costumbre. Nada fuera de lo común. Unos cuantos encargos, un par de peleas rápidas, y todo resuelto. Pero al llegar al taller, mientras me lavaba las manos, me di cuenta de que tenía un pequeño corte en el brazo, uno que había pasado por alto durante la misión. No era grave, pero sangraba lo suficiente como para necesitar atención.
Clover, como si tuviera un sexto sentido, apareció de la nada. Igual que Rowen solía hacerlo. A veces me daba la impresión de que estaba siempre esperando que regresara para curarme, como si eso fuera parte de su trabajo. Con una mirada rápida, notó el corte.
—Déjame curarte —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.
Por costumbre, habría dejado que lo hiciera sin pensarlo dos veces. Pero esta vez, algo me detuvo. No quise quitarme la camisa. Era una tontería, lo sabía, pero no quería que me viera así. No era como antes, cuando Rowen era solo Rowen, un mocoso al que podía mostrarle cualquier cicatriz o herida sin pensarlo. Ahora que Rowen era Clover, todo parecía diferente. Y eso me tenía incómodo.
—No, no es nada. Solo un rasguño. —Intenté disimular, pero ella me lanzó una mirada fulminante.
—¿Ah, sí? —respondió, con esa sonrisa de lado que ya conocía demasiado bien—. ¿Y desde cuándo te apena mostrar el cuerpo de hombre, Ezran? O será que con tanto dulce ahora hay un par de rollitos que no quieres que vea.
La vergüenza me golpeó de lleno. Joder, ¿qué estaba diciendo? Clover había dicho eso. Clover. Mi mente recordó, casi por instinto, cómo me había reído de Rowen aquella vez que me sorprendió desnudo en la bañera, haciendo evidente que su cuerpo no era el de un hombre. Pero ahora, todo era diferente. No había nada en juego entonces, o eso pensaba. Pero con Clover... todo había cambiado.
—¡¿Qué?! —exclamé, con el rostro completamente encendido—. ¡¿Rollitos?! ¡No hay ningún maldito rollito!
Me estaba ganando la burla, y lo sabía. Me lo había ganado por todos mis comentarios estúpidos del pasado. Y ahora, estaba pagando el precio. Clover soltó una carcajada, disfrutando de mi incomodidad.
—Claro que no, solo estoy devolviendo el favor —dijo mientras me pasaba una bandeja con la cena ligera que había preparado. Al acercarse, sonrió de oreja a oreja y me revolvió el cabello de manera descarada—. Ven-gan-za.
Con un último vistazo burlón, se giró y caminó hacia su habitación, riéndose suavemente para sí misma.
Me quedé allí, paralizado por la vergüenza, con la cara aún enrojecida y el corte en mi brazo olvidado. Había tantas cosas que quería decirle, tantas que no sabía ni por dónde empezar. Pero en ese momento, lo único que pude hacer fue reírme de mí mismo. ¿Quién lo diría? Clover, con esa maldita forma suya de ser tan directa, tenía una habilidad única para hacerme sentir vivo, incluso cuando me dejaba en ridículo.
Me desplomé en la silla, aún sonriendo, pero la sonrisa se fue desvaneciendo cuando mi mente empezó a dar vueltas a algo más. Clover seguía siendo la misma de siempre, directa, burlona, y frontal, como lo había sido cuando aún se llamaba Rowen. Pero ahora, con la verdad de su identidad expuesta, no podía dejar de pensar en cómo sería si empezara a vestirse como lo que era, una mujer. Quizás entonces, al verse como tal, ella también cambiaría. Tal vez sería menos... frontal conmigo.
La idea me incomodaba, pero no dejaba de rondar en mi cabeza. Sin pensar mucho en las consecuencias, tomé una decisión impulsiva. Al día siguiente, mientras hacía algunos encargos en el pueblo, me detuve en una tienda de ropa. Después de mirar torpemente entre la ropa femenina, terminé eligiendo una falda que me pareció decente, algo sencillo.
Cuando regresé, se la di directamente a Clover.
—Toma —le dije, intentando sonar casual, aunque mi voz probablemente traicionaba lo nervioso que estaba.
Ella me miró confundida, como si intentara descifrar qué pasaba por mi cabeza.
—¿Esto es para mí? —preguntó, levantando una ceja con una mezcla de sorpresa y diversión en sus ojos.
Asentí, sin saber qué más decir. Al final, Clover se encogió de hombros y decidió probársela. La falda era simple, pero cuando la miré de nuevo con la prenda puesta, algo en mí se tensó.
—¿Y tú? —dijo, con esa sonrisa burlona que le salía tan natural—. ¿También vas a ponerte una falda, Ezran?
Maldita sea, de todas las cosas que podía decir, tenía que ser esa. Murmuré, molesto y avergonzado:
—No. Solo tú.
Ella sonrió más amplio, claramente disfrutando de la situación. Yo, por mi parte, intentaba mantener la compostura.
—Vamos a salir al pueblo —le dije, cambiando el tema lo más rápido que pude—. Y... bueno, se ve raro que salgas vestida como siempre.
Clover no dijo nada, pero su mirada fue suficiente para hacerme sentir un poco idiota. Después de todo, había convivido con ella durante meses mientras vestía como chico. ¿Por qué me importaba tanto ahora?
Después de un rato, Clover volvió a aparecer. Su cabello estaba recogido en una trenza, y llevaba la falda que le había dado combinada con su ropa habitual. A pesar de la mezcla, su rostro definitivamente revelaba quién era, una chica. Me quedé mirándola por un momento más de lo necesario antes de sacudir esos pensamientos de mi cabeza.
—¿Vamos o no? —dijo con una sonrisa, como si nada hubiera cambiado.
Salimos juntos, pero mientras caminábamos hacia el pueblo, no podía evitar sentirme nervioso. ¿Por qué estaba nervioso? ¡Era Clover! La misma persona con la que me había reído, entrenado y compartido todo. Y, sin embargo, ahora que la veía más femenina, mi cabeza no dejaba de dar vueltas.
Cuando pasamos frente a la tienda de dulces, mis ojos se quedaron clavados en lo que solía comprar para calmarme. Necesitaba uno, maldita sea. Pero algo me detuvo. ¿Por qué ahora me daba vergüenza? Antes entraba y salía de esa tienda sin problema, pero ahora... la presencia de Clover lo complicaba todo.
Resoplé y seguí caminando hacia la tienda de ropa. Era mejor concentrarse en otra cosa.
Al llegar, Clover me miro,solo moví la cabeza para que ella entre. Me quedé fuera, esperando, pero mi mente estaba en un torbellino de pensamientos. Me repetía una y otra vez que Clover seguía siendo Clover, pero no podía negar que algo en mí estaba cambiando. Era estúpido, pero no podía evitarlo.
Cuando finalmente salió, llevaba un vestido verde que hacía juego perfecto con sus ojos. Me dejó sin palabras. El verde resaltaba su piel clara y sus intensos ojos. Me quedé mirándola como un idiota, sin saber qué decir. Mi cerebro trató de procesar algo coherente, pero todo lo que salió de mi boca fue una especie de murmuro incomprensible:
—Te... bien... verde...
¿Qué demonios acababa de decir? El calor subió a mis mejillas, y sabía que debía de parecer un tonto balbuceando.
Clover me miró, alzando una ceja, claramente divertida por mi reacción.
—¿Eso es lo mejor que puedes decir? —preguntó, con esa sonrisa burlona que ya era su sello personal.
Yo solo resoplé, dándome por vencido.
—Me gustaba más la falda —dije, tratando de recuperar algo de dignidad.
Clover se echó a reír, esa risa despreocupada mientras yo intentaba recomponerme, ella preguntó:
—Bueno, ¿y ahora a dónde vamos?
Me quedé un segundo en blanco, sin saber qué responder. Con Clover, nunca sabía qué esperar, así que solté lo primero que me vino a la cabeza.
—Donde tú quieras.
Ella sonrió de nuevo, con esa chispa traviesa en los ojos, y sin pensarlo demasiado, me arrastró a la tienda de dulces. Por supuesto que lo haría. Me conocía demasiado bien. Sabía lo nervioso que me ponía en situaciones como esta, pero también sabía que no me negaría. Maldita sea, me tenía calculado.
Entramos, y apenas cruzamos la puerta, la dueña de la tienda me vio y me sonrió con complicidad, lanzando una mirada curiosa hacia Clover. ¿Qué estaba haciendo aquí? Yo siempre había entrado solo, comprado mis dulces y salido lo más rápido posible. Nunca me quedaba, y ahora, de repente, estaba entrando con Clover. Sentí cómo me subía el calor al rostro, incómodo ante las insinuaciones que seguramente estaban pasando por la mente de la señora.
—Nos sentamos, ¿no? —dijo Clover, sin esperar respuesta, mientras ya se dirigía hacia una de las mesas.
Perfecto, esto no podía ir peor. Me dejé caer en una de las sillas, sintiéndome completamente fuera de lugar. Nunca me había quedado a comer en la tienda. Siempre compraba para llevar. Pero ahí estaba, sentado frente a Clover, tratando de actuar normal cuando todo en mi interior gritaba lo contrario.
La dueña se acercó, con una sonrisa que solo me ponía más nervioso.
—¿Qué desean? —preguntó, con ese tono que hacía que todo pareciera más significativo de lo que realmente era.
Miré a Clover, sin saber qué pedir, y antes de que pudiera abrir la boca, ella se adelantó, pidiendo con la misma seguridad de siempre.
—Un café y una de esas tortas las de chocolate y crema —dijo, señalando la vitrina con precisión.
Joder, lo había dicho sin rodeos. Sabía cuál era mi favorito. La dueña sonrió aún más, y antes de que me diera cuenta, ya tenía el café frente a mí y Clover la torta que había pedido.
Pero entonces, en un movimiento rápido, Clover cambió los platos sin decir nada. Ella se quedó con el café, y a mí me dejó el pastel. Se acomodó en la silla y empezó a disfrutar del café con una calma que me descolocaba. Casi nunca la veía comer dulces, pero el café... ese lo amaba.
—¿Sabes? —dije, tratando de sonar casual mientras daba un mordisco a la torta—. Nunca te he visto comerte un dulce. ¿Qué tienes contra ellos?
Clover levantó la vista del café y sonrió, de esa manera directa que siempre me dejaba sin palabras.
—Mi padre lo tomaba todo el tiempo —respondió, girando la taza entre sus manos—. Yo se lo preparaba y, sin darme cuenta, acabé disfrutándolo también.
Asentí, comprendiendo. A mí me pasaba lo mismo. Mi familia, antes de que todo se fuera al infierno, tenía una tienda como esta. Quizá por eso me gustaban tanto los dulces. Me recordaban a tiempos mejores, me hacían sentir más cerca de lo que había perdido.
—Así que, ¿no te gustan los dulces? —insistí, buscando una excusa para seguir hablando.
Clover dejó la taza en la mesa, con una sonrisa divertida en los labios.
—Verte a ti ya es suficiente dulce en mi vida —soltó, sin siquiera pestañear.
Me congelé. Las palabras resonaron en mi cabeza, y por un segundo, no supe si estaba bromeando o si acababa de decir algo mucho más profundo. Mi cerebro se quedó en blanco, y antes de que pudiera reaccionar, ella añadió con una sonrisa burlona:
—Pero... vamos a probar.
Agarró la cuchara que tenía en la mano, cortó un trozo de la torta y la acercó a mi boca, pero antes de que pudiera reaccionar, se lo llevó a la suya, comiéndoselo con una expresión satisfecha.
—Está bueno —dijo, relamiéndose con una sonrisa traviesa.
Me quedé mirándola, todavía sin saber cómo procesar lo que acababa de pasar. Todo en mí estaba en conflicto. Era Clover, maldita sea. Mi compañera, mi amiga. Pero cada palabra, cada gesto que hacía, despertaba algo más en mí, algo que no sabía cómo manejar.
Así que, en lugar de pensar más, solté una carcajada, sin poder evitarlo. Porque al final, eso era lo que hacíamos. Nos cuidábamos el uno al otro, nos hacíamos reír. Clover me miró, divertida, y por un segundo, todo pareció estar bien.