Jamás imaginé que la pantalla de mi móvil pudiera cambiar mi vida y mucho menos destruirla.
NovelToon tiene autorización de ariana mejia para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Lo que se rompe sin notarlo
Pasaron dos días en los que apenas hablé con Elías y habíamos tenido esa videollamada. Le respondía mensajes cortos, sin ánimos. No porque ya no lo quisiera, sino porque sentía un peso en el pecho que no se me quitaba. Aún así, él me seguía escribiendo como si nada hubiera pasado. Me preguntaba a mi misma ¿cómo es posible que él no se sienta sucio por todo lo que hicimos? Me escribió el siguiente mensaje:
“Te extraño, mi Isabelita. ¿Hoy sí me das un regalito? 😏”
Cada vez que leía esas palabras, sentía náuseas. No sabía cómo decirle que no, cómo explicar que después de aquella noche me sentía expuesta, sucia, como si hubiera hecho algo malo, extraña y llena de culpa. Pero cada vez que intentaba alejarme, recordaba su tono herido, sus frases dulces, sus te amo y volvía a caer.
Esa tarde, mientras estaba viendo mi serie favorita para distraerme un rato, cuando Mariana me mandó mensaje.
“Voy para tu casa. No acepto un no.”
Quise inventar una excusa, como ella nunca había venido a visitar, pero le pregunto a mi mamá como llegar a mi casa, pero no sirvió para detenerla, porque me ganó. A los quince minutos ya estaba tocando la puerta. Mi mamá la hizo pasar y subió directo a mi cuarto. Me abrazó apenas me vio.
—Te extrañé, nenita —me dijo.
Yo también la había extrañado, aunque no quería admitirlo, sin querer nuestras lágrimas salieron expuestas de nuestros ojos.
Nos pusimos a platicar como antes, como si nada hubiera cambiado. Hablamos de la escuela, de sus problemas con su mamá, de las tonterías de los memes, y por un rato sentí que todo era como antes.
¿Cómo supiste llegar hasta aquí?-pregunte.
Recuerdas que a veces cruzábamos en salir a correr tú mamá y yo, entonces ella se quedaba en la entrada y de ahí se metía y también recuerda cuántas veces te acompañe para ir a tu taxi, sólo le marque a tu mamá para saber en dónde bajarme y saber su nombre, así que no estaba tan perdida nenita -respondió.
Pero no duró mucho.
Mi teléfono vibró. Era un mensaje de Elías. Sin darme cuenta, Mariana lo leyó de reojo.
“Esta noche te quiero grabar, corazón. Solo para mí. Te amo ❤️”
Me congelé. Mariana se quedó viendo la pantalla y luego a mí.
—¿Qué es esto, Isabella? —preguntó, seria.
—Nada… no es lo que parece —intenté decir, quitándole el teléfono.
Pero ya lo había visto todo.
—¿Te está pidiendo que te grabes? ¿Que hagas videos para él? ¿Le has mandado fotos d*****?—insistió, con el ceño fruncido.
No supe qué decir. El estómago se me hizo un nudo.
—Es que… él me ama, Mariana. Solo quiere sentirme cerca, tú no entiendes nada porque nunca has tenido una relación a distancia.—susurré.
—¡No, nenita! Eso no es amor. Eso es manipulación, chantaje, abuso emocional. ¿Por qué no te das cuenta? Tienes una venda en los ojos, porque estás cegada de amor por él.
Sus palabras me dolieron más que un golpe.
—Tú no entiendes —le grité—. No sabes lo que es amar a alguien tanto que harías cualquier cosa por no perderlo, yo sería capaz de morir por él solo porque lo amo más que a mí vida y hacer lo que sea por la felicidad de ambos.
Mariana me miró, triste.
—Eso no es amor, nenita. Si te hace sentir así de mal, si te aleja de todos, si te controla, si te chantajea, te dice con que amistades si son buenas para tí, te dice cómo vestirte e incluso como respirar… eso no es amor.
Sentí que se me quebraba la voz.
—Pero él me dice que me ama… que soy lo mejor que tiene… que sin mí se muere… que yo seré la madre de sus hijos y esposa... que soy lo mejor que le ha pasado...
—Eso te lo dice porque sabe que así te tiene controlada y muy vigilada a pesar de la distancia—me interrumpió—. Porque sabe que te da miedo quedarte sola y que no encuentres a alguien mejor que él. Y te está usando, nenita.
Las lágrimas me empezaron a correr por las mejillas. Mariana me abrazó fuerte.
—No quiero perderte —susurró—. No quiero que termines rota por alguien que no vale la pena.
Me aferré a ella y lloré. Lloré por todo. Por la culpa, por la vergüenza, por el miedo, por no poder soltarlo, por no ser fuerte. Porque aunque en el fondo sabía que todo lo que decía era cierto, no quería aceptarlo.
—No sé cómo hacerlo —admití entre sollozos.
—Yo te ayudo —me prometió—. Pero tienes que dejar de justificarlo, nenita. Esto no va a parar, va a ir escalando, y después va a hacer cosas peores. Y tú mereces mucho más.
Asentí sin hablar.
Esa noche, Mariana se quedó conmigo. Vimos películas, hablamos de tonterías, y por primera vez en semanas no revisé el teléfono. Pero sabía que Elías me estaba escribiendo.
Cuando por fin me quedé sola, encendí la pantalla.
“¿Por qué no contestas? ¿Estás con alguien? ¿Qué estás haciendo?”
“No puedes ignorarme, mi amor. Te dije que te quiero para mí esta noche o lo has olvidado.”
Leí esos mensajes con los ojos llenos de lágrimas. Por primera vez no sentí ternura, ni amor, ni culpa. Solo miedo.
Apagué el teléfono y lo dejé a un lado. Me tapé hasta la cabeza y traté de dormir.
“No me está cuidando… me está destruyendo”, pensé antes de cerrar los ojos.
Y por primera vez en mucho tiempo, deseé no amarlo, pero tampoco podía dejar de hacerlo.