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El Rezo Del Cuervo

El Rezo Del Cuervo

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Síndrome de Estocolmo / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Pareja destinada / Familias enemistadas
Popularitas:5.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Laara

La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.

Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.

Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.

NovelToon tiene autorización de Laara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

XVIII. Odio.

El hielo en el vaso llevaba rato derretido, diluyendo el whisky que no dejaba de llenar, uno tras otro. William apenas lo notaba. Estaba sentado en la penumbra del bar privado de uno de sus hoteles, con la chaqueta desabrochada, las mangas remangadas y la mirada perdida en el fondo ámbar de la bebida. La música suave, las risas lejanas de algún grupo de empresarios en otro salón, todo era ruido de fondo, insignificante.

Lo único que lo habitaba era ella.

Desde el primer día en que vio a Bella, su mundo había cambiado. No podía siquiera recordar cuándo había estado con otra mujer. Él era un hombre que devoraba sin mirar atrás, y sin embargo… esa maldita niña lo había encadenado. No era amor. El amor era débil, ridículo, un cuento de idiotas. Lo suyo con ella era otra cosa: una obsesión enfermiza, un anhelo oscuro que lo consumía como un veneno que corre por la sangre.

Se le revolvía el estómago de solo pensar en verla sonreír con otro hombre, en imaginarla huyendo, escapando de él. La quería para sí. Entera. No solo su cuerpo, también sus pensamientos, sus miedos, hasta su respiración. Y esa sensación lo enfurecía, porque no la entendía, porque no la controlaba. William Stone jamás había perdido el control. Y ahora, por primera vez, dudaba de sí mismo.

Apretó el vaso entre los dedos. Pensó en la boda. En la ceremonia que sellaría lo inevitable. No era un capricho, no era un juego. Era su forma de marcarla como suya ante todos, de asegurar que no habría salida para ella, ni aunque lo intentara.

Pero sobre todo, pensaba en la venganza. El verdadero motor que lo mantenía vivo. La deuda de sangre, el pasado lleno de cicatrices que aún le quemaban la piel. Cerró los ojos, y en un instante, lo sintió todo de nuevo: el odio, la rabia, el dolor.

—Señor Stone… —Una voz temblorosa lo sacó de su ensimismamiento. Uno de los empleados del hotel, nervioso, lo observaba a unos pasos de distancia, sin atreverse a acercarse más.

William levantó lentamente la cabeza. Su mirada oscura se clavó en el hombre, tan afilada como una cuchilla. El trabajador tragó saliva antes de hablar de nuevo:

—Lo están… lo están buscando.

El silencio que siguió fue denso, casi irrespirable. William lo supo de inmediato. No necesitaba que lo dijeran. Esa forma contenida, respetuosa, cargada de miedo… sabía perfectamente quién lo reclamaba.

Se levantó despacio, dejando que la silla crujiera bajo el peso de su cuerpo. El aire pareció densificarse con cada paso que daba hacia la salida del bar. Sus botas resonaban en el suelo de mármol, como golpes de tambor fúnebre. Los pocos clientes que se cruzaban en su camino apartaban la vista, como si presintieran la tormenta que lo rodeaba.

Y entonces la vio.

Sentada en uno de los sillones de cuero del lobby, como si el tiempo nunca hubiera pasado. Una figura imponente, delgada pero erguida, con un porte que emanaba autoridad absoluta. El cabello gris recogido en un moño perfecto, un abrigo de terciopelo oscuro, y aquellos ojos… fríos, calculadores, impenetrables.

Su abuela.

William apretó la mandíbula, pero sus ojos se suavizaron apenas. Aquel nudo de rabia y tensión se transformó en otra cosa. Ella era la única persona que podía provocarle aquello.

Respiró hondo, conteniéndose, y habló con un tono mucho menos áspero que el de segundos antes.

—¿Cuándo llegaste? —sus palabras ya no eran un ataque, sino una pregunta cargada de interés real—. ¿Por qué no avisaste? Habría mandado por ti, abuela.

Ella lo miró como quien contempla a un niño que todavía guarda dentro del hombre. La dureza de sus facciones permanecía, pero en su mirada se asomó un destello de afecto.

—Lo sé, William. —Su voz seguía firme, pero bajó un poco el filo—. Pero necesitaba hablar contigo antes de tiempo, sin que nadie más lo supiera.

Él asintió despacio, sintiendo que ese simple gesto suyo le pesaba más que cualquier orden. La miraba con respeto, y por un instante, su lado más humano salió a la superficie.

—Podías haberme pedido lo que quisieras… ya sabes que lo haría sin dudar. —Su tono fue grave, pero sincero.

Ella dejó escapar una sonrisa, suficiente para demostrar que lo escuchaba con cariño. Le colocó una mano en el brazo, con esa mezcla de calidez y control que siempre lo había marcado desde niño.

—Lo sé mejor que nadie. —Lo sostuvo con la mirada, calculadora pero maternal al mismo tiempo—. Y por eso estoy aquí, William. Porque necesitamos hablar de lo que está por venir.

Él asintió otra vez, inclinando apenas la cabeza, aunque en sus ojos brillaba un respeto mucho más profundo: el que solo ella podía arrancarle.

...****************...

Los mayordomos entraron con discreción, sirviendo whisky para William y una taza de té humeante para la anciana. Ella agradeció con un leve gesto de cabeza, mientras él aguardaba de pie hasta que cerraron la puerta y volvió a quedar solo con ella.

Se acomodaron frente a frente, el fuego de la chimenea iluminando el despacho con destellos anaranjados.

—Ya no regresaré al campo —dijo la abuela, rompiendo el silencio con voz firme, como quien dicta una sentencia—. Esa mansión cumplió su función mientras la necesitaba, pero a partir de ahora viviré aquí.

William arqueó una ceja, sorprendido.

—¿Aquí?

—Sí. —Ella sostuvo su mirada sin vacilar—. El aire puro me ha servido hasta ahora, pero este es mi lugar. Quiero ver de cerca cómo llevas los negocios… y también cómo llevas tu vida.

William se recargó en el sillón, girando el vaso lentamente entre sus manos.

—Los negocios están controlados. No deberías preocuparte, abuela. —Su voz se endureció apenas—. Ocúpate de tu salud, que es lo que importa.

Una sonrisa fría se dibujó en los labios de la mujer.

—La salud se cuida con calma, no con ignorancia, William. Y hablando de calma… —apoyó la taza sobre la mesa y lo miró fijo—. Acepté que trajeras aquí a la hija de nuestro enemigo. No discutí tus métodos. Pero he empezado a escuchar rumores. Rumores de que esa muchacha… empieza a afectarte más de lo debido.

El cuerpo de William se tensó al instante.

—Eso no es cierto. —Su respuesta fue rápida, cortante, demasiado perfecta para sonar convincente.

Ella entrelazó los dedos sobre la mesa, inclinándose apenas hacia adelante.

—No me mientas. —Su voz sonó como un filo que le rozaba la piel—. Tú puedes engañar a cualquiera allá afuera, pero no a mí.

William clavó la mirada en el vaso, evitando por un segundo los ojos de su abuela.

—No confundas mi obsesión con otra cosa. Ella no me controla, ni lo hará.

Ella lo observó en silencio, dejando que la tensión creciera. Luego asintió lentamente, pero en sus labios apareció una sonrisa helada.

—Más te vale recordarlo. —Su tono descendió, cargado de acero—. El odio que llevas en la sangre es lo único que te mantiene en pie. No olvides quién eres. No olvides de dónde vienes.

William apretó el vaso con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. El silencio se hizo espeso, roto solo por el chisporroteo de la chimenea.

—No lo olvidaré. —Su voz fue un gruñido bajo, seco, definitivo.

Ella tomó el bastón con calma, pero no se levantó enseguida. Sus ojos, grises y fríos como acero, se clavaron en los de William con una intensidad que lo hizo sentirse por un segundo como aquel niño al que había criado con dureza.

—¿Sabes lo que nunca debes olvidar? —preguntó, su voz grave, con un matiz de ira contenida—. Que ellos nos lo arrebataron todo. Nos despojaron de nuestras tierras, de nuestros bienes, de nuestro nombre. —Golpeó suavemente el suelo con la punta del bastón, como un latido seco—. Y no bastándoles con eso… destruyeron nuestras vidas.

William apretó los dientes, la mandíbula marcada por la tensión. El vaso en su mano crujió bajo la presión de sus dedos.

—Ellos empezaron esta guerra —añadió ella, dejando que el odio se impregnara en cada sílaba—. Ellos hundieron a nuestra familia en la miseria, mientras brindaban por nuestra ruina.

Un silencio cargado cayó entre ambos. Ella respiró hondo, y por primera vez en mucho tiempo, su voz se quebró apenas.

—Tu padre... —Sus ojos se humedecieron, pero la dureza de su rostro permaneció intacta—. Derramó su sangre por mantenernos en pie. Y aún espera, que se la devuelvan. Que alguien le cobre a esos malnacidos hasta la última gota que le arrancaron.

William bajó la vista, el recuerdo de su padre le ardía como fuego en el pecho. Un fuego que su abuela sabía cómo avivar mejor que nadie.

—¿Y quién más lo hará, William? —susurró ella, inclinándose hacia él con los ojos llameantes de rencor—. ¿Quién, si no tú, devolverá el golpe que nos dieron?

Él no respondió de inmediato. El whisky temblaba en su vaso hasta que, con un movimiento seco, lo apretó con tanta fuerza que el cristal se quebró, derramando el líquido ámbar sobre la alfombra. No se inmutó ante la sangre que se mezclaba con el alcohol en su mano herida.

—Lo juro —gruñó con un hilo de voz ronco, como un animal herido y furioso—. Todos y cada uno de ellos van a pagar. No dejaré piedra sobre piedra, hasta que la sangre que nos arrebataron se derrame de nuevo.

La anciana sonrió, una sonrisa helada que no tenía nada de ternura, satisfecha de haber encendido otra vez la hoguera de rencor en él.

—Eso quería escuchar. —Se levantó despacio, apoyándose en el bastón con dignidad—. Mientras recuerdes quién eres, William, nuestra familia seguirá viva. El día que lo olvides… moriremos por segunda vez.

La anciana permaneció en su posición un momento más, observando cómo la sangre resbalaba entre los dedos de William. No lo detuvo, no le ofreció un pañuelo ni una palabra de consuelo. Para ella, el dolor era un recordatorio necesario.

—Mírate —murmuró con un deje casi orgulloso—. Así te forjaste desde niño. Aprendiste que el dolor no se esquiva, se abraza… porque te recuerda quién eres.

William respiró hondo, su pecho subía y bajaba con violencia contenida. La mirada de su abuela no se apartaba de él, como si quisiera asegurarse de que cada palabra penetraba hasta el hueso.

—Eras apenas un niño cuando vinieron a arrebatarnos todo. ¿Recuerdas aquella noche? —preguntó con voz dura—. Yo sí. Recuerdo las llamas devorando nuestra casa, los gritos de tu madre, la sangre en mis manos al arrastrar a tu hermana pequeña… —se interrumpió, mordiéndose la lengua, pero en sus ojos oscuros había un destello de tormenta—. Y tú, parado en medio de ese infierno, con los ojos llenos de ira.

William cerró los puños. Claro que lo recordaba. Lo recordaba cada noche, como un tatuaje en su memoria.

—Fue en ese instante que supe que no te doblegarías jamás —continuó ella, inclinándose un poco hacia adelante—. Que llevarías la venganza en la sangre, como tu padre. Como yo.

Un silencio sepulcral se instaló entre ambos. La chimenea crujía, proyectando sombras en las paredes del despacho.

—No permitas que nada te aparte de ese camino, William. Ni una mujer, ni un sentimiento, ni una debilidad. —Sus ojos grises chispearon con dureza—. Si lo haces, no solo traicionarás mi confianza. Traicionarás la memoria de tu padre.

William alzó la vista, endurecido, con los ojos ardiendo.

—Jamás. —Su voz fue un juramento sellado con hierro—. Nadie me apartará de lo que debo hacer.

La anciana esbozó una sonrisa breve, casi invisible, pero satisfecha.

—Bien. Eso es lo que quería escuchar. —Le sostuvo la mirada un segundo más, con la gravedad de quien dicta un destino—. Que lo recuerdes siempre, mi querido nieto. El odio es lo único que nunca debe oxidarse.

Y solo entonces, con el peso de sus palabras todavía flotando en el aire como un veneno, se encaminó hacia la puerta.

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Cristina Rodriguez
Interesante novela.... pero no Sta completa
Paz Bach
Así me gusta Bella!!!! Dale no te quedes atrás jajaja
Paz Bach
Si cuervo y llegará el día que esa mujer te ponga una correa... 😌
Paz Bach
🤣🤣🤣😂 no puedo de verdad estoy como loca me enfado luego me rio
Paz Bach
Já! ahora resulta, disque su mujer, veremos a ver si consigues que sea tu mujer 😉😏
Paz Bach
no ya... mataste a tu padre muchacha con eso
Paz Bach
😭😭😭😭
Paz Bach
William tendrás que besar el piso por donde camina bella porque lo que estás haciendo es de ser un desgraciado!!!!!
Paz Bach
entiendo que está haciendo todo esto para salvar a su padre... pero aún así Bella... agh! ya no sé estoy que me como las uñas 😭
Paz Bach
esooo no se deje comisario será muy Cuervo y toda la cosa pero el amor de padre puede con todo!!!
Paz Bach
ay no pues la ironía personificada... 🤣
Cristina Rodriguez
excelente novela.. gracias escritora por compartir su historia... es mi tema de lectura mafia
Lina Montoya Blanquicett
pégale duro Chama !!ahora es cuando comienza la guerra de poderes!! dale dónde le duele más al hombre en su eterno orgullo
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que es más para el!! idiota yo veré cuando esté llorado pidiendo cacaoo !! miserable
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que más para el...idiota te vas tragar tus palabras yo veré cuando estés llorando pidiendo cacaoo!!! miserable
Lina Montoya Blanquicett
que dolor como padre saber que tú conoces a tu hija cuando miente y que te lo sostenga en la cara eso hace doler el alma inmensamente 😭
Lina Montoya Blanquicett
este hombre es un depravado!!! depravado ..que dolor
Lina Montoya Blanquicett
hay bendito!!
Lina Montoya Blanquicett
mato al papá !! con esa palabras
Lina Montoya Blanquicett
desgraciado!!! en verdad y lo más triste que así hay gente
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