Renace en la novela que había estado leyendo, dispuesta a salvar al villano..
*El mundo mágico tiene muchas historias*
* Todas las novelas son independientes*
NovelToon tiene autorización de LunaDeMandala para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Muñeco
La semana siguiente transcurrió de forma similar a la anterior, pero con cambios sutiles que solo Ginger parecía notar.
Alban ya casi no tenía heridas abiertas. Las marcas antiguas seguían allí, cicatrices pálidas y oscuras entremezcladas, pero la piel comenzaba a cerrarse, a sanar lentamente. Su cuerpo, aunque aún delgado, ya no parecía al borde del colapso. Se mantenía erguido por más tiempo, y su respiración era más regular.
No sonreía.
No agradecía.
Pero ya no parecía al borde de desaparecer.
Ginger, por su parte, había hecho otro pequeño ajuste a su rutina. Consiguió un bolso más grande, uno que oficialmente usaba para llevar libros, tablillas y pergaminos a las clases. Nadie sospechaba nada.. después de todo, su carga académica había aumentado y su dedicación era evidente.
Ese bolso le permitía ahora llevar más comida.
Pan fresco.
Fruta cortada.
Un poco de sopa espesa en un recipiente sellado.
Cada día, dejaba algo distinto, procurando que no fuera siempre lo mismo. Pensaba en la nutrición, en la energía, en cómo reconstruir un cuerpo castigado.
Alban la observaba mientras ella organizaba todo frente a la celda.
—No hace falta —murmuró una vez, casi inaudible.
Fue la primera frase completa que le dirigió en días.
Ginger alzó la vista, sorprendida, pero no sonrió.
—Sí hace falta —respondió con calma—. Para lo que viene después.
Alban frunció levemente el ceño.
—¿Después de qué? -
Ella dudó un instante.
—Sobrevivir —dijo al fin.
No hablaron más.
Sin embargo, algo había cambiado entre ellos. Alban ya no gruñía cuando ella se acercaba demasiado. No tensaba las cadenas de inmediato. A veces, cuando ella limpiaba una herida ya casi cerrada, no apartaba la mirada.
Una mañana antes de que las clases empezaran.. las horas pasaban lentas en el calabozo, marcadas solo por el goteo constante de la humedad y el arrastre lejano de pasos. Alban permanecía en silencio cuando escuchó voces al otro lado del pasillo. No eran órdenes. No eran golpes. Eran risas bajas, descuidadas.
Dos guardias.
—Te digo que es raro —dijo uno—. Ninguna dama haría todo eso por un traidor.
—Bah —respondió el otro—. ¿Raro? No. Aburrido, eso es lo que está. Esa chica lo tiene todo.
Alban tensó la mandíbula, pero no se movió.
—Belleza, prestigio, dinero —continuó el segundo—. ¿Qué más le queda? Jugar.
El primero rió.
—¿Jugar con un prisionero?
—Claro —replicó—. Un muñeco que respira. Uno que gruñe. Más interesante que un perro faldero.
Alban cerró los ojos con fuerza.
—Seguro que mientras esté entusiasmada con él, seguirá bajando —añadió el guardia—. Y mientras baje… nosotros cobramos.
—Entonces más vale que no se nos muera —dijo el otro, ya sin risa—. Hay que cuidarlo. Alimentarlo. Nada de golpes. Si el muñeco se rompe, se acaba el oro.
Hubo un silencio breve.
—Nunca pensé que diría esto —concluyó el primero—, pero más vale que ese tal Alban aguante.
Las voces se alejaron.
Alban permaneció inmóvil, con el pecho ardiendo de algo que no supo nombrar. No era rabia. Tampoco sorpresa. Era una mezcla amarga de humillación y lucidez.
[Así me ven, como un objeto, un capricho.]
Por primera vez desde que Ginger había comenzado a visitarlo, algo se quebró dentro de él. No su desconfianza hacia el mundo. Esa seguía intacta. Lo que se resquebrajó fue la idea, mínima y peligrosa, de que tal vez aquello era simple compasión.
Cuando horas más tarde escuchó pasos más suaves, distintos, supo que era ella.
Ginger se detuvo frente a la celda, con el bolso colgado del hombro y la misma expresión concentrada de siempre.
—Hoy la clase fue interminable -
Alban la miró. Largo. En silencio.
Ya no veía solo a la mujer que lo curaba.
Veía también el juego cruel que otros creían estar presenciando.
—No soy tu muñeco —dijo de pronto, con voz grave.
Ginger se quedó inmóvil.
—¿Qué?
Alban sostuvo su mirada, firme pese al cansancio.
—Si haces esto por aburrimiento o para burlarte… detente ahora.
El silencio se espesó entre ambos.
No era incómodo, pero sí pesado, cargado de todo lo que no se había dicho. Alban seguía mirándola, los ojos oscuros atentos, como si midiera cada respiración de Ginger.
—Escuché a los guardias.. Creen que soy un entretenimiento para ti. Un muñeco -
Ginger sintió un nudo inmediato en el pecho.
—No —respondió sin dudar—. No te considero un muñeco. Nunca lo hice.
Se acercó un poco más, sin invadirlo, pero sin esconderse.
—Y tampoco quiero jugar contigo —continuó—. No estoy aquí por aburrimiento.
Alban entrecerró los ojos.
—Entonces ¿por qué? —preguntó—. Tienes todo. Belleza, prestigio, dinero. Podrías olvidarte de mí sin consecuencias.
Ginger apoyó una mano contra la piedra fría del muro.
—Porque sé lo que te hicieron.. Porque nadie merece ser reducido a lo peor que ha vivido. Y porque… me gustaría que fuéramos amigos -
La palabra quedó suspendida entre ellos.
Amigos.
Por dentro, Ginger sintió cómo esa palabra se quedaba corta. Muy corta. Había algo más profundo creciendo en su pecho, algo que no se atrevía a nombrar. No allí. No ahora. No con él encadenado.
Alban apartó la mirada por primera vez.
—No soy buen amigo —murmuró—. Ya no.
—No tienes que serlo —respondió ella—. Solo tienes que ser tú.
El silencio volvió, pero ya no era tan pesado. Alban respiró hondo. Sus dedos se cerraron lentamente, no con rabia, sino con una especie de cansancio antiguo.
—No confío en ti, pero si vas a quedarte —dijo—, no lo hagas por lástima.
—No lo hago por lástima —respondió Ginger con suavidad—. Lo hago porque quiero.
Cuando Ginger se levantó para irse, Alban habló una vez más..
—Ginger…
Era la primera vez que decía su nombre.
Ella se detuvo, el corazón acelerado.
—Gracias —
Ginger salió del calabozo con los ojos húmedos, el pecho ardiendo.