Luigi Pavini es un hombre consumido por la oscuridad: un CEO implacable de una gigantesca farmacéutica y, en las sombras, el temido Don de la mafia italiana. Desde la trágica muerte de su esposa y sus dos hijos, se convirtió en una fortaleza inquebrantable de dolor y poder. El duelo lo transformó en una máquina de control, sin espacio para la debilidad ni el afecto.
Hasta que, en una rara noche de descontrol, se cruza con una desconocida. Una sola noche intensa basta para despertar algo que creía muerto para siempre. Luigi mueve cielo e infierno para encontrarla, pero ella desaparece sin dejar rastro, salvo el recuerdo de un placer devastador.
Meses después, el destino —o el infierno— la pone nuevamente en su camino. Bella Martinelli, con la mirada cargada de heridas y traumas que esconde tras una fachada de fortaleza, aparece en una entrevista de trabajo.
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Capítulo 6
En Pavini Pharmaceuticals, la normalidad era solo una fachada, pero los ojos de Silvio estaban por todas partes. Uno de esos "vigilantes", un hombre de mediana edad y lealtad cuestionable llamado Marco, vio más de lo que debía la noche anterior.
Marco estaba barriendo el vestíbulo cuando la puerta de servicio se abrió y cerró rápidamente, espió la escena desde su escondite: el Don, Luigi Pavini, cargaba a la nueva secretaria, Bella, inerte y envuelta en un chal. Detrás de él, Cecilia Pavini, con su maletín, la urgencia y el sigilo eran ensordecedores.
Marco no perdió tiempo, tocó un teléfono móvil desechable, marcando un número codificado.
—Soy Marco, tengo novedades.
La voz de Silvio Martinelli respondió, áspera e impaciente.
—Habla rápido, idiota.
—El Don… salió de la empresa por la puerta de servicio, cargaba a la secretaria, Bella, ella estaba desmayada o peor. Su madre, la doctora Pavini, estaba junto. Fueron hacia el coche en pánico, no parecía un simple malestar.
El silencio del otro lado de la línea fue peor que un grito. Silvio sabía que Luigi Pavini no se daría el trabajo de cargar a una secretaria desmayada, a menos que hubiera algo vital en juego. La verdad sobre Bella, el embarazo, los abusos… todo se juntó en la mente de Silvio con la fuerza de un rayo. Luigi lo sabía.
—Cuelga y desaparece, si alguien pregunta, no has visto nada. —Silvio colgó, el sudor frío escurriendo por su frente.
Silvio no esperó confirmaciones, él sabía que su tiempo de vida se medía en minutos, no en horas. Él condujo lo más rápido que pudo hacia su lujosa mansión, en las afueras de Milán.
Al entrar, encontró a su esposa, Lucia, y a su hija, Carmen, en la sala de estar, discutiendo sobre joyas.
—¡Paren! —La voz de Silvio era un rugido que las hizo saltar, su rostro estaba pálido y sus ojos, inyectados de miedo. —Está hecho, él descubrió.
Carmen, siempre arrogante, frunció el ceño.
—¿Quién descubrió qué? ¿El Don?
—¡Sí, estúpida! La zorra de Bella debió haber abierto la boca, ella se desmayó en su oficina y su madre la llevó al hospital, él lo sabe todo: la prostitución, el bebé y nuestra traición.
Lucia, la más fría y calculadora, actuó de inmediato.
—¡El plan B, Silvio, ahora!
—Sí, prepárense, Carmen, nos vamos. ¡Ahora!
En frenesí, la familia Martinelli comenzó a moverse, ellos ya tenían un plan de fuga meticulosamente preparado por años, con la previsibilidad de la mafia. Silvio y Lucia tomaron maletas ya listas, conteniendo pasaportes falsos y joyas.
—¿Los documentos y las cuentas? —Lucia susurró.
—Todas listas, cuentas en el paraíso fiscal, pasaportes americanos, ya transferí la mayor parte del dinero. Él puede quemar nuestra casa, pero no va a tocarnos, vamos para Nueva York, la Cosa Nostra no tiene alianza con la mafia americana.
Carmen, que veía el sueño de convertirse en Reina desvaneciéndose, estaba lívida.
—¡La zorra va a pagar por esto!
—¡No, Carmen! —Silvio la agarró por el brazo, la fuerza del miedo en sus ojos. —¡Olvídate de Bella! Olvídate de todo. Si nos quedamos, él nos transformará en abono para sus rosales. Luigi no perdona la traición, ¡y mucho menos el toque en su sangre!
Silvio la jaló en dirección al subsuelo, detrás de una estantería de vinos centenarios, había una palanca escondida. Con un clic, la pared se movió, revelando un pasaje estrecho y oscuro.
—¡Vamos, no miren hacia atrás!
Ellos se arrastraron por el pasaje secreto, que los llevaba a una casa simple, donde un coche discreto los esperaba, con placas cambiadas.
Silvio condujo por horas, la adrenalina corriendo en sus venas. De Milán, cruzó la frontera en alta velocidad, su destino era un aeropuerto clandestino en los Alpes suizos, un refugio seguro conocido solo por algunos.
Cuando, finalmente, el avión privado los esperaba en la pista oscura, Silvio se permitió un alivio momentáneo.
—Lo conseguimos. —Lucia apretó su mano.
—Sí, ahora, el nuevo mundo, los Estados Unidos, él puede ser el Don en Milán, pero allá… allá él no va a encontrarnos.
Ellos embarcaron en el jet, dejando atrás Italia y la venganza implacable de Luigi Pavini.
De vuelta en Milán, en la sede de Pavini, Luigi estaba en su oficina, mirando un mapa de Milán, cuando su hermano, Lorenzo, entró apresurado, el rostro tenso.
—¡Luigi! Acabo de volver de la casa de Silvio, está vacía, completamente vacía.
La pluma de Luigi se quebró en su mano, pero él no reaccionó de inmediato, la calma era un preludio de tormenta.
—¿Vacía? Explícate, Lorenzo.
—Vacía, sin familia, sin empleados, el coche de él desapareció. Tuvimos que forzar la entrada, y la escena… es de fuga, maleta abierta, joyas abandonadas.
—Él no abandonaría joyas. —La voz de Luigi era un trueno contenido.
—Exactamente, él no tuvo tiempo, pero lo peor es que no hay rastros. Parece que salieron por debajo de la tierra. Es una fuga planeada, Luigi, ellos se prepararon para eso.
Lorenzo hesito, sintiendo la temperatura de la sala caer.
—Lo que quieres decir es que él huyó, Silvio, Lucia y Carmen, ellos supieron que tú estabas tras ellos y se evaporaron.
Luigi se volteó hacia la ventana, la mirada gélida. La traición de Silvio no era sorpresa, pero la fuga era un insulto. Él había escapado.
El Don golpeó con la mano en la mesa, el sonido reverberando como un tiro en la oficina.
—¡Idiota! Un Consigliere traidor, un gusano que abusó de la madre de mi heredero, ¿y tú me dices que él se evaporó?
—Ellos tenían un plan, hermano. Deben tener un camino fuera de Italia. Por lo visto, cuentas en paraíso fiscal también. Él está fuera del alcance inmediato.
Luigi cerró los ojos, el rostro contorsionado por la furia. La satisfacción de la venganza inmediata le fue robada.
—Él puede haber salido de Italia, Lorenzo. Pero él no salió de la Mafia. Él no salió de mi mundo. Usa todos los contactos. Reduce a esa familia a cenizas. Quiero saber para dónde fueron. Rastrea las cuentas bancarias, los contactos en el submundo, ¡todo!
Él miró al hermano, los ojos azules chispeando odio puro.
—Encuentra a Silvio Martinelli, Lorenzo. Y cuando lo hagas… dile a él que su Don va a voltear el infierno para encontrarlo. Él puede haber llevado el dinero, pero yo voy a llevar su vida, centavo por centavo. Él tocó lo que es mío. Y por eso, él y su familia van a sufrir la
maldición de Pavini hasta el último de sus días.
La oficina de Luigi, irradiaba una tensión palpable. Luigi andaba de un lado para otro, la furia mal contenida, mientras Lorenzo estaba sentado en el sofá de cuero negro, exhalando una calma desconcertante.
—Hermano, —comenzó él, con una sonrisa de canto. — ¿Recuerdas aquella transa que tuve y fue la mejor de mi vida?
La reacción de Luigi fue inmediata y explosiva, él paró en el centro de la sala, los ojos en brasa.
—¿¡Estás hablando en serio, Lorenzo?! —Luigi vociferó, la voz alta y cortante. —¡Nuestro consejero huyó! ¡Él robó millones de nosotros! ¡Él mantuvo a Bella encerrada por tres meses, embarazada de mi hijo, antes de infiltrarla en la empresa! ¡Él abusó de ella en la infancia! ¿Y tú quieres hablarme sobre una transa que tuviste hace cuatro meses, cuando fuiste para Nueva York?
Lorenzo se acomodó en el asiento, la expresión seria, mirando a Luigi directamente en los ojos.
—Sí, —él respondió, con una firmeza inesperada.
Luigi explotó, gesticulando con las manos.
—¡Estás obsesionado por una mujer que desapareció! ¡Una mujer que tú mal conoces!
—Estoy sí, —Lorenzo admitió, sin hesitación. —Ella desapareció sin dejar rastro durante la madrugada. Yo no sé ni su nombre, yo la busqué por semanas, yo quería más antes de volver para Italia.
Él se inclinó hacia adelante, la descontaminación sumiendo completamente, sustituida por una urgencia intensa.
—Pero no es sobre eso, hermano. —Él hizo una pausa dramática. —Yo creo que esa mujer es hermana gemela de Bella.
Luigi tambaleó un paso para atrás, el choque apagando la furia de su rostro, él se sentó pesadamente en la silla ejecutiva.
—¿Por qué crees eso?
—Ellas son idénticas, hermano. —Lorenzo explicó, el tono grave. —Los ojos verdes son exactamente los mismos, son pequeñas, el cabello negro como brea... la copia perfecta.
Él frotó la frente, concentrándose en las memorias de aquella noche caótica.
—Antes de que nosotros tuviéramos sexo, estábamos besándonos, estábamos borrachos, pero yo recuerdo, ella usaba un relicario, yo pedí para ella quitarlo, para no lastimarla en el calor del momento.
—¿Y ella?
—La mujer dijo que no entonces, yo insistí y abrí el relicario, dentro, tenía una foto de dos niños, dos niñas, debían tener unos dos años, gemelas.
La respiración de Luigi quedó suspendida.
—Yo pregunté quiénes eran, la mujer dijo: "Mi hermana Isabella y yo" y continuó: "Isabella murió días después de que papá tomó esa foto."
El silencio engulló la sala, la revelación pesando como plomo.
—Hermano, ellas son idénticas, como tú y yo somos, tengo certeza que Bella es hermana gemela de aquella mujer. El nombre de la hermana 'muerta' es Isabella, no puede ser coincidencia.
Lorenzo se levantó y caminó hasta el hermano. La calma ahora era determinación fría.
—Alguien robó a Bella, la trajo para Italia y transformó la vida de tu esposa en un infierno, la historia de la muerte de Isabella es la mentira que encubre el secuestro. Necesitamos encontrar a la mujer de Nueva York, ella es la llave.
Luigi cerró los ojos, procesando la verdad aterrorizante, el robo financiero, el abuso de Bella, la traición del consejero... todo se encajaba en una conspiración sombría, centrada en la identidad robada de Isabella.
—Nosotros vamos a encontrarla, —Luigi susurró, la voz ronca, el odio por su ex-consejero profundizándose. —Y él va a pagar por todo, absolutamente todo.