Alison nunca fue la típica heroína de novela rosa.
Tiene las uñas largas, los labios delineados con precisión quirúrgica, y un uniforme de limpieza que usa con más estilo que cualquiera en traje.
Pero debajo de esa armadura hecha de humor ácido, intuición afilada y perfume barato, hay una mujer que carga con cicatrices que no se ven.
En un mundo de pasillos grises, jerarquías absurdas y obsesiones ajenas, Alison intenta sostener su dignidad, su deseo y su verdad.
Ama, se equivoca, tropieza, vuelve a amar, y a veces se hunde.
Pero siempre —siempre— encuentra la forma de levantarse, aunque sea con el rimel corrido.
Esta es una historia de encuentros y desencuentros.
De vínculos que salvan y otros que destruyen.
De errores que duelen… y enseñan.
Una historia sobre el amor, pero no el de los cuentos:
el de verdad, ese que a veces llega sucio, roto y mal contado.
Mis mejores errores no es una historia perfecta.
Es una historia real.
Como Alison.
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Capítulo 5 "Nuevas Rutinas"
Capítulo 5 - Nuevas Rutinas
En planta baja, entre estanterías y cajas de Mercado Libre, Rocío y Alan jugaban a su propio pequeño mundo de travesuras. No era solo trabajo; había un juego en cada gesto, un guiño en cada comentario. Rocío fingía que revisaba precios mientras Alan “accidentalmente” le rozaba la mano al pasar.
—¿Seguro que esa caja pesa tanto como decís? —preguntó Alan, sonriendo, con la voz baja y cargada de doble sentido.
—Claro… si no, ¿cómo me vas a hacer sostenerla así? —respondió Rocío, arqueando una ceja, disfrutando el efecto de su picardía.
Alan fingió esfuerzo, pero sus ojos no mentían: se divertía tanto como ella. Cada movimiento estaba calculado para provocar una reacción, y cada reacción se convertía en un juego más intenso, más atrevido. Rocío reía con sutileza, conteniendo un destello de satisfacción: le encantaba la manera en que Alan jugaba, desafiando límites sin cruzarlos del todo.
—Te distraes mucho —dijo Alan, apoyando la mano sobre la caja que Rocío sostenía—. ¿No te dije que prestes atención?
—Sí… —Rocío bajó la mirada, fingiendo concentración, mientras su sonrisa contenía secretos que él no podía descifrar del todo—. Pero creo que tú disfrutas más cuando me distraigo.
El juego continuó, lleno de complicidad, silencios cargados de intención y miradas que decían más que cualquier palabra. Era un baile silencioso entre dos que conocían sus propios límites, y aun así, cada encuentro era más intenso que el anterior.
Mientras tanto, en el tercer piso, Alison cumplía con su nueva rutina de limpieza a las doce en punto. Revisaba mesas, acomodaba sillas, lavaba utensilios, sin saber lo que ocurría abajo. Era su forma de ayudar a Rocío: mantener despejado el comedor mientras ella se entretenía con Alan. Y fue en medio de esa rutina que apareció alguien que cambiaría la perspectiva de aquel mediodía.
—Hola.
Alison levantó la vista y lo vio. Santiago se apoyaba en el marco de la puerta, con la seguridad de quien sabe cómo moverse en cualquier entorno. Alto, con cabellos castaños ondulados ligeramente despeinados que caían con naturalidad, ojos color miel penetrantes y llenos de luz, rasgos definidos, mirada intensa. Había en él algo poético, un aire bohemio mezclado con astucia y un toque de engreimiento, como si cada palabra y cada gesto fueran parte de un juego que solo él dominaba.
—Hola —respondió, intentando que su voz sonara normal.
Él se acercó con paso seguro, como si el comedor entero fuera un escenario y solo existieran ellos dos.
—Santiago —dijo, extendiendo la mano.
Alison la estrechó y, en el breve contacto, sintió una chispa recorrerle los dedos.
—Alison.
Santiago no se fue. Se sentó frente a ella, apoyando un codo sobre la mesa, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
—¿Hace cuánto trabajás acá? —preguntó, observándola con interés genuino.
—Un par de meses. ¿Vos?
—Cinco años. Me gusta el ambiente… es comodo.
Alison sonrió de lado, calibrando la frase.
—¿Cuántos años tenés?
—Treinta y nueve —respondió, sin titubear—. ¿Vos?
—Un poco menos —replicó, dejándolo con la intriga.
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—Sos misteriosa… me gusta eso.
Alison se rió con naturalidad. Había algo en la forma en que Santiago la miraba, en su calma, que le generaba una atracción sutil pero poderosa.
—¿Dónde vivís? —preguntó ella, tanteando.
—En un pequeño departamento en el centro. Me gusta la energía de la ciudad, es vibrante.
Alison se levantó, notando que su pausa estaba por terminar.
—Un gusto conocerte, Santiago —dijo, mientras acomodaba su trapo de limpieza.
Santiago se puso de pie también, y con una sonrisa que parecía prometer futuras charlas, agregó:
—Yo almuerzo todos los días a las 12.
La sutileza en su tono le pareció encantadora. Alison asintió con una leve sonrisa.
—Entonces, hasta mañana.
Santiago la miró mientras se alejaba, sonriendo para sí. Parecía que el destino le había puesto alguien interesante en el camino.