SEDUCIENDO A MI EX SUEGRO

El recuerdo de ayer me pesa en la cabeza como una película. Nos terminamos de probar los vestidos y salimos de aquel local fingiendo que Carla y su séquito no existían. Mis amigas lograron convertir lo que pudo ser un desastre en un buen recuerdo, y eso me reconforta.

Ignorarla fue fácil. Al fin y al cabo, ella no tiene la culpa de que Stefan sea un maldito mentiroso. Pero ahora, sentada frente a mi escritorio y con los ojos ardiendo de cansancio, vuelvo a pensar en ella. Clara Van DerGold. La investigué casi sin querer cuando busqué al padre de Stefan. Hija de un banquero millonario, con apellido, dinero y conexiones. Todo lo que yo no tengo.

No me siento inferior… me repito eso una y otra vez. Pero en este juego del que no tenía idea, yo era la ficha más débil, la que sacrificaron sin pensar en sus sentimientos. Clara es la reina del tablero de Stefan donde yo apenas fui un peón.

Suspiro y me dejo caer contra el respaldo de la silla. La cabeza me late con fuerza. Desde que pedí las vacaciones, mi jefe parece haber decidido que debo completar dos semanas de trabajo en una sola.

Me levanto y camino hasta el área de fumadores. No fumo, jamás lo he hecho, pero necesito aire fresco. El viento en el balcón del edificio me acaricia el rostro mientras veo a la gente caminar allá abajo con una calma envidiable. Ellos parecen libres, lejos de los enredos en los que yo misma me metí.

Mi teléfono vibra en el bolsillo y, casi por reflejo, lo saco. Un mensaje de Robert.

Sin darme cuenta, sonrío.

"Paso por ti esta noche."

Leo y releo las palabras, sintiendo un cosquilleo en el estómago. Pero recuerdo mi plan, la necesidad de mantenerlo enganchado, de no entregarle todo demasiado fácil. Así que, respirando hondo y escribo con calma:

"Hoy no puedo, estoy muy ocupada."

La respuesta llega en segundos.

"¿Mañana?"

Aprieto los labios, para no reírme de mis propias maldades y respondo:

"No estoy segura de estar disponible esta semana."

El mensaje tarda en llegar más de lo que esperaba. Me obligo a no mirar el teléfono, pero la ansiedad me hace volver los ojos una y otra vez a la pantalla apagada. Y cuando finalmente vibra, mi corazón se acelera.

"Si me dices que sí, prometo mostrarte un lugar de la ciudad que nadie conoce. Un secreto guardado solo para quienes saben apreciar lo bueno."

Parpadeo varias veces, con el teléfono en la mano, y me sorprendo riendo bajito. El muy zorro sabe como tentar la curiosidad: En especial porque no está rogando, está jugando.

Me está lanzando un reto disfrazado de secreto para probar que tan cobarde soy.

Un calor agradable me recorre el pecho. Muerdo mi labio mientras tecleo mi respuesta.

"De acuerdo, tendrás que convencerme esta noche de que vale la pena… aunque no sé si ese secreto tuyo pueda superar mi lista de exigencias."

Añado un emoji mínimo, apenas un destello juguetón, y presiono enviar antes de arrepentirme.

Por un segundo, me quedo mirando la pantalla, esperando esas tres pequeñas burbujas que aparecen cuando alguien escribe. Pero justo cuando empiezan a asomar, bloqueo el teléfono y lo guardo en el bolsillo.

Que se quede con su respuesta. Ya le acepté la salida, negarme demasiado también podría jugarme en contra.

Doy media vuelta y regreso a mi oficina. El aire en el balcón me ha despejado un poco, pero la montaña de papeles sobre mi escritorio me devuelve a la realidad en un segundo. Me dejo caer en la silla, respiro hondo y me obligo a centrarme.

***

Recojo mis cosas a toda prisa. No quiero llegar con el tiempo justo; necesito unos minutos para mí, para respirar, arreglarme un poco antes de verme con Robert. Archivo documentos, apago la computadora y deslizo el móvil en mi bolso. Me pongo el abrigo beige sobre el traje celeste y siento un cosquilleo en el estómago. Es una tontería, pero algo dentro de mí disfruta de esta ansiedad.

Me despido de Eva con una sonrisa rápida y mis tacones marcan un compás firme en el piso hasta que bajo las escaleras para mantenerme activa y atravieso la puerta principal. Afuera, el aire de la tarde me recibe, pero lo que me corta el aliento es la silueta oscura de la camioneta negra estacionada frente a la acera con la ventanilla trasera abajo.

Robert está allí, en el asiento trasero, inclinado apenas hacia adelante con la luz de la pantalla de su teléfono iluminándole el rostro. Sus dedos se mueven con velocidad sobre el teclado, ajenos a todo lo demás.

Mis pasos se detienen. Una mezcla de sorpresa y algo más me recorre entera. Creí que me recogería más tarde y en mi casa ¿cuánto tiempo lleva ahí?. Sonrío para mí misma y decido creer que no demasiado. Al fin y al cabo, lo suyo no parece tener nada que ver con la espera, sino con aparecer en el momento exacto en que menos lo espero.

Camino hacia la camioneta, agradecida de haber elegido el traje celeste y los estiletos blancos y no la ropa deportiva comoda que suelo usar cuando sé que me espera un día intenso de trabajo. Me recojo mejor la coleta antes de acercarme a la ventanilla.

—Un caballero en su noble corcel…— Digo en tono juguetón, inclinándome un poco para que me vea.

Él levanta la vista de inmediato, y esos ojos se clavan en mí con un brillo que me hace temblar de pies a cabeza. No sonríe, ni me sigue la broma.

—Sube— Su voz es un mandato suave, pero irresistible.

Obedezco. La puerta se cierra tras de mí y, de golpe, el bullicio de la calle queda afuera. El silencio nos envuelve y apenas tengo tiempo de acomodar mi bolso en el asiento cuando su mano firme me toma por la nuca y me arrastra hacia él.

Su boca cae sobre la mía con una intensidad que me roba el aire. No es un saludo, ni un inicio tímido; es un beso profundo, ansioso, como quien ha esperado demasiado y por fin reclama lo que desea.

Mis dedos se aferran a su hombro sin pensarlo, respondiendo con la misma urgencia. El mundo desaparece en ese contacto. El cuero del asiento, la vibración lejana del motor, la ciudad afuera… nada importa. Solo el calor de su boca y la inexplicable sensación que me provocan los labios de este hombre.

Él inclina un poco más mi cabeza, dominando el ángulo, bebiendo de mí como si tuviera sed. Y, de algún modo, yo también la tengo. El corazón me late desbocado en el pecho, la piel me arde bajo el abrigo, y cada vez que la fricción de nuestras bocas se hace más profunda, siento que el aire se me acaba, pero que rendirme a esa falta de oxígeno es lo único que deseo.

Cuando por fin nos separamos apenas un instante, mis labios palpitan y mi respiración está entrecortada. Su frente roza la mía antes de volver a acomodarse en el asiento y fijar la vista al frente.