Oliver Hayes acaba de ser despedido. Con una madre enferma y deudas que lo ahogan, traza un plan para sobrevivir mientras encuentra un nuevo empleo.
Cuando una aplicación le sugiere un puesto disponible, no puede creer su suerte: el trabajo consiste en ser el asistente personal de Xavier Belmont, el hombre que ha sido su amor secreto durante años.
Decidido a aprovechar la oportunidad —y a estar cerca de él—, Oliver acude a la entrevista sin imaginar que aquel empleo esconde condiciones inesperadas... y que poner su corazón en juego podría ser el precio más alto a pagar.
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📌 Relación entre hombres
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Capítulo 04. Plan.
Unas horas antes
Dentro de la oficina de Xavier Belmont, el ambiente era pesado, casi irrespirable. La tensión flotaba en el aire como una nube densa, amenazando con asfixiar a cualquiera que osara perturbarla. Johan, parado frente a su jefe, mantenía la mirada baja, encorvado sobre sí mismo mientras abrazaba su tableta con fuerza, como si eso pudiera brindarle algún tipo de protección ante la tormenta que se avecinaba.
Los ojos ámbar de Xavier lo atravesaban como dagas. Estaban fríos, gélidos, desprovistos de cualquier vestigio de paciencia.
—¿Acaso perdiste la maldita cabeza? —espetó con una voz baja y contenida, pero cargada de una furia latente que hizo temblar a Johan.
El joven ejecutivo tragó saliva, arrepintiéndose de inmediato por haber sugerido semejante idea. Claro que su jefe, el renombrado y temido "Zeus", no iba a aceptar fingir una relación para mitigar los ataques de los medios de comunicación. Y mucho menos con un hombre.
Pero ya no podía retractarse. Tenían que encontrar una solución rápida, algo que desviara la atención de la prensa, al menos por un tiempo. La estrategia de la "caja china" era la única opción viable en ese momento. Si no lograban controlar el escándalo que Victoria Jazyper estaba desatando, la prensa los devoraría vivos y los negocios de la empresa se verían gravemente afectados.
Xavier se pasó una mano por el rostro, visiblemente exasperado.
—Tenemos que acabar con esto —dijo con voz tensa—, pero ¿de verdad crees que liarme con un tipo resolverá esta mierda?
Johan desvió la mirada por un instante antes de volver a enfrentarlo.
—Creo que sí —respondió con seriedad—. Solo tiene que parecer real… por un tiempo.
Xavier estaba a punto de responder con una negativa rotunda cuando el teléfono de su oficina sonó con un estridente timbre que resonó en el tenso silencio. Chasqueó la lengua con fastidio antes de levantar el auricular.
—¿Qué? —respondió con irritación.
Del otro lado de la línea, la voz apurada de su secretaria lo alertó de inmediato.
—Señor Belmont, su tío y su primo están por entrar a su oficina.
Xavier frunció el ceño.
—Mierda… —murmuró, colgando justo en el momento en que la puerta se abrió de golpe.
Su mirada se endureció al ver a dos figuras cruzar el umbral con la seguridad de quien se siente en control.
—¡Sobrino! —saludó Alejandro Belmont con su habitual tono afectado, su voz empapada de una falsa cordialidad que le resultaba insoportablemente irritante.
Xavier le devolvió una sonrisa sarcástica antes de ponerse de pie y caminar hacia ellos. Con la hipocresía que caracterizaba las relaciones dentro de su familia, estrechó la mano de su tío con una cortesía estudiada.
—Tío.
Luego, giró la cabeza hacia su primo y lo saludó con un tono seco y cortante.
—Jerry.
El aludido respondió con una mueca de desagrado antes de cruzarse de brazos.
—¿Cómo estás? —preguntó Alejandro con una sonrisa calculada—. He escuchado que los medios te están destrozando.
Aunque pretendía sonar comprensivo, la burla se filtraba descaradamente en su tono.
Xavier no le dio el gusto de mostrar molestia. En su lugar, curvó los labios en una sonrisa arrogante, la misma que utilizaba para recordarle al mundo que nadie lo hacía tambalear.
—Los medios pueden ladrar todo lo que quieran —replicó con indiferencia—. Al final, no serán más que los payasos de siempre, buscando un circo donde actuar.
—Vaya, primo… tienes demasiada confianza en ti mismo.
Jerry dio un paso al frente con una expresión de satisfacción mal disimulada. Su mirada afilada brillaba con algo parecido al placer mientras proseguía:
—Pero lo cierto es que esa mujer te está destruyendo. A papá ya comenzaron a llamarlo los socios, preguntando si seguirás en el cargo o no.
Xavier se tensó apenas, aunque supo disimularlo bien. Sin embargo, el mensaje había sido claro: su puesto como CEO estaba en peligro.
Sabía perfectamente cómo funcionaba la junta directiva. Aunque él había sido elegido casi por unanimidad gracias a la influencia de su padre, los inversionistas tenían el poder de revocarlo en cualquier momento si consideraban que representaba un riesgo para la empresa.
Y Jerry lo sabía.
Durante años, su primo había codiciado la posición que Xavier ocupaba ahora. Había sido su objetivo desde siempre, pero nunca tuvo la oportunidad de alcanzarla… hasta ahora.
Este escándalo era la excusa perfecta para sacarlo de la jugada.
Xavier mantuvo su postura firme, ocultando el remolino de pensamientos que le carcomía por dentro.
«Joder…» pensó con frustración.
Si la junta directiva decidía sacarlo, no habría nada que pudiera hacer.
Alejandro Belmont sonrió con su característica expresión afable, esa que pretendía proyectar serenidad, pero que Xavier conocía demasiado bien. Era la sonrisa de un hombre que jamás daba un paso sin calcular cada posible desenlace a su favor.
—Hijo, no vinimos aquí a echar más leña al fuego —declaró Alejandro con voz pausada mientras colocaba una mano en el hombro de su hijo y la otra en el de su sobrino.
Xavier sintió el peso de esa mano, no como un gesto de apoyo, sino como una advertencia velada.
—Sobrino —continuó el hombre, con una mirada calculadora—, somos familia. Sabes que te apoyamos.
Xavier reprimió la carcajada amarga que amenazó con escapar de sus labios. En su familia, la palabra apoyo no existía. No al menos en la forma en que la mayoría la concebía. Aquí, la lealtad era una moneda de cambio y el respaldo se otorgaba solo cuando resultaba conveniente. Todos en esa habitación sabían que Alejandro y Jerry no habían venido a ofrecer ayuda, sino a oler la sangre. Eran como hienas al acecho, esperando el momento exacto para lanzarse sobre su presa.
Aun así, Xavier no les daría el placer de verlo titubear. Así que esbozó su mejor sonrisa arrogante, la misma que usaba para ocultar cualquier fisura en su armadura.
—Bueno, nosotros nos retiramos —continuó Alejandro con falsa cortesía—. Esperamos buenas noticias pronto, Xavier.
Con esas últimas palabras, padre e hijo salieron de la oficina, dejando tras de sí un silencio pesado, cargado de promesas implícitas y amenazas no dichas.
Xavier permaneció inmóvil por unos segundos, con la mandíbula apretada y los puños cerrados. Esos malditos querían verlo caer. Si no encontraba una solución pronto, lograrían su objetivo.
Respiró hondo, obligándose a recuperar la compostura. No permitiría que lo destruyeran.
—Johan —pronunció su nombre con frialdad, girándose hacia su secretario, quien se tensó al instante—. Haremos lo que dijiste. Publica un anuncio informando que busco un asistente personal. Debe ser hombre y tener disponibilidad de horario absoluto. Encárgate de filtrar a los mejores candidatos. Los entrevistaré yo mismo.
Johan parpadeó, sorprendido por la orden repentina, pero asintió de inmediato.
—Sí, señor —respondió con rapidez antes de salir casi corriendo hacia su escritorio en el área exterior.
Xavier se quedó solo en la oficina, mirando por la ventana de su rascacielos. La ciudad se extendía ante él como un mar de luces titilantes, indiferente a las batallas que se libraban en las alturas.
No permitiría que nadie le arrebatara lo que había construido.
Nadie.