Max es un hombre lobo de ojos azules que quita el aliento. Tiene un cuerpo musculoso y una estatura imponente. Es el futuro alfa de la manada "SilverClaw", pero no se siente digno de ese título. Su padre, un líder cruel y tirano, que lo humilló y maltrató desde pequeño. Todos lo ven como un hombre lobo débil, cobarde y sumiso. No tiene confianza en sí mismo, ni en su capacidad para gobernar, proteger o amar. Es el rey de la nada, y todos lo desprecian. Su lobo se llama Logan, es un lobo gris con reflejos azules. Él y Max nunca estuvieron de acuerdo con la forma en que su padre dirigió la manada. Ellos son protectores y fuertes, pero su padre les hizo daño a ellos, a su gente, llenándolos de inseguridades. Logan sueña con encontrar a su compañera, pero Max tiene miedo de que lo rechace, como lo hace su manada.
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Quiero que descanses (Serena)
Al llegar al baño, me doy una ducha rápida. El agua tibia alivia la tensión que llevo encima. Me pongo un buzo suelto, cómodo para dormir, y seco mi cabello con una toalla mientras contemplo el silencio del lugar. Cuando salgo, lo encuentro dormido. Su cuerpo, delgado y marcado por el cansancio, está encogido en posición fetal, como si el mundo entero lo amenazara. No tengo idea de cuántos años tiene en realidad. Los hombres lobo suelen conservar un aspecto joven durante décadas, pero en ese momento me parece tan indefenso que una parte de mí lo percibe como un cachorro.
— Será una parte muy pequeña, porque la otra parte muy grande no era de un cachorro —comenta Katzi, apareciendo sobre mi regazo con su luz familiar.
— Has tardado en manifestarte... Admito que si no estuviera tan demacrado, sería un modelo. A quién engaño, sería un dios griego —le contesto, suspirando—. Pero aun así me gustaría cuidarlo.
— Sí, siento tu necesidad de protegerlo.
— ¿Puedes percibir algo de él?
— No mucho, en realidad. He intentado todo este tiempo, pero no hay algo que me repela. Solo es caos. Puedo sentir al lobo en su interior, pero sobre todo la soledad y el dolor, porque no puede estar con él. No percibo maldad, pero sí algo oscuro alrededor de su cuello que me resulta molesto. Si fuera un fael de oscuridad, tal vez me sería más fácil adentrarme en eso.
— ¿Algo más?
— Sí. Mientras te bañabas, se quedó mirando el techo un buen rato. Parecía pensando en todo y en nada. Luego miró a los lados y se acurrucó. No pasó ni un segundo y se quedó dormido.
— Ha sido un día demasiado largo. Mejor vamos a descansar también.
Presiento que, aunque le dije que durmiera todo lo que quisiera, despertará antes que yo.
Cuando me levanto, miro el reloj. Son las nueve de la mañana. Echo un vistazo a la cama y veo que Sky sigue en la misma posición. Me acerco con cautela, veo que está despierto y aún asustado, y le dedico mi mejor sonrisa.
— Buenos días, Sky.
— Buenos días... Serena —me llama por mi nombre por primera vez, y eso me emociona más de lo que debería.
— Debes tener hambre. Sal de la cama, ve al baño... bueno, haz lo que se hace ahí —no puedo evitar preguntarme si alguna vez ha usado un baño. Hay tantas cosas que quiero preguntarle, pero no quiero presionarlo.
— Está bien —responde sin emoción.
— Cuando termines, baja a la cocina a desayunar y, si lo deseas, puedes volver a dormir un poco más.
— Nunca me han dejado dormir más de dos horas.
Sus palabras me atraviesan como un puñal. Anoche llegamos casi de madrugada; seguramente nos hemos acostado cerca de las cuatro o cinco. Eso significa que solo ha dormido dos horas y se ha quedado así, quieto, todo este tiempo, fingiendo que descansaba para que yo no lo regañara.
Por un momento no sé qué decir. Me gustaría que pudiera hacerlo por voluntad propia, pero entiendo que, después de toda una vida de esclavo, no sabe decidir por sí mismo. Me duele darle una orden, pero esta vez será necesario.
— Sky... —mi voz se suaviza mientras busco las palabras— quiero que duermas de verdad. Que descanses, si es posible, toda la noche.
Él parpadea, confundido.
— Yo puedo trabajar... —me dice asustado.
— Yo quiero que te recuperes. Para eso, debes dormir mucho y comer bien.
— Yo... —baja la mirada— no me canso.
— ¿Tienes sueño?
— No... no me canso —repite, con un leve temblor en la voz. Luego cierra los ojos, apretándolos con fuerza, como si esperara que lo golpeara por no obedecer.
Mi pecho se encoge. Suspiro, obligándome a mantener la calma.
— Ayer te prometí que no te tocaría sin tu permiso... y tampoco podría golpearte —digo con firmeza, aunque me cuesta sostener la voz al verlo tan asustado.
Una duda asoma en sus ojos cuando se atreve a mirarme. No sabe si creerme. Me siento en el borde de la cama para que me vea bien.
— Quiero que entiendas algo. Si duermes demasiado, si comes, si miras, si hablas, si te callas, si lloras o si no lo haces... nadie aquí va a golpearte.
Él respira con dificultad, como si no comprendiera.
— Si alguna vez dañas a otros, posiblemente seas reprendido. Pero incluso entonces, Sky, nunca te lastimaría.
Se queda callado, procesando cada palabra como si fueran un idioma nuevo. Me obligo a sonreír un poco, aunque por dentro siento un nudo en el estómago.
— Bien... te espero abajo.
Salgo y bajo las escaleras.
— Solo un día. Cuando Remy le quite el collar, mejorará rápido y estará más lúcido —dice Katzi con suavidad.
— Espero estar haciendo las cosas bien —suspiro mientras voy a la cocina—. Prepararé algo ligero. Una avena dulce con frutas. Cuando se acostumbre a comer más, le daré carne y platillos más fuertes.
Quiero que recupere algo de peso, que esté más saludable.
Al rato, lo veo bajar. Se queda observando a Katzi, que está sentada sobre la isla de la cocina con ese aire altivo que tiene cuando cree que nadie más la entiende. Ahora que lo pienso, parece un pollo listo para meter al horno.
— Ya te escuché —bufa Katzi, cruzando las alas.
— Toma asiento, ahora te sirvo el desayuno. Ese pollo colorado es Katzi y es mi fael. ¿Alguna vez has visto uno?
— Nunca —responde mientras se sienta. Le acerco los platos con cuidado.
Me siento frente a él, dejando un espacio suficiente para que no se incomode, y empiezo a comer lo mismo.
— Katzi es un fael. Una criatura elemental que controla el agua, el viento y otros elementos. Un fael aparece cuando nace un faelino. En mi caso, yo soy faelina.
— ¿Usted no es humana? —pregunta con un atisbo de curiosidad. Me alegra verlo interesado, aunque sea un poco.
— Sí, soy humana —percibo su confusión y trato de explicarme mejor—. Un faelino es un ser humano con compatibilidad para formar un vínculo con un fael. Yo solo puedo tener a mi fael. Ella se alimenta de mí de cierta forma y yo también de ella. Si soy fuerte, ella también lo es. Si necesito su poder, me lo presta sin que nos hagamos daño. Es algo especial. Para mí, Katzi es lo más importante que tengo. La quiero mucho.
Katzi se sube a mi regazo y me restriega la cabeza, mimosa.
— Soy tan especial, y tú eres muy especial para mí, Serena.
— Eres la mejor, Katzi —digo, sonriendo mientras le acaricio la cabeza. Sky nos observa sin decir nada. Para mí es tan normal hablar con Katzi que olvido que nadie más puede oírla.
— Katzi es para mí lo que un lobo sería para un hombre lobo. Por eso quiero ayudarte. Tú tienes tu lobo, alguien muy especial, pero ese collar no te deja comunicarte con él. Yo también pasé mucho tiempo sintiendo un vacío. Pensé que era por la muerte de mis padres, pero descubrí que era algo que no podía nombrar hasta que encontré a Katzi y sentí que, por fin, todo era correcto.
— Yo no tengo lobo. Soy muy tonto para tener uno.
— ¡No! —me apresuro a calmarme al ver que se sobresalta—. Perdón, no quería levantarte la voz. Solo... no creo que seas tonto ni nada de eso. Cuando te quiten el collar, lo sentirás...
En ese momento, suena el microondas y se desata el caos.
TENDRIA QUE TENER EL MISMO NOMBRE VOLÚMEN 2