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UN AMOR PROHIBIDO PARA EL MARQUÉS

UN AMOR PROHIBIDO PARA EL MARQUÉS

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido / Padre soltero / Profesor particular / Dejar escapar al amor / Romance entre patrón y sirvienta / Secretos de la alta sociedad
Popularitas:2k
Nilai: 5
nombre de autor: Chero write

La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?

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el castigo

La señora Jenkins pasaba cerca y vio que Elaiza salía con los niños de la habitación.

"¿Qué está pasando aquí?", preguntó, su voz llena de preocupación. "Hace un momento, he visto salir corriendo a Marcello y Alessandro, y ahora los veo a ustedes salir de esta habitación".

"Nada, le pedí a Marcello que me ayudara a mover mi cama. Entra un poco de aire en las noches y la alejé de la ventana", explicó Elaiza.

La señora Jenkins se quedó pensativa; aquella era una explicación lógica, pensó. "Pero no explica que hayan salido del cuarto", comentó con una mirada inquisitiva.

"Lo que pasa es que los niños jugaban con canicas y una de ellas rodó debajo de la puerta, así que entré para sacarla", respondió la institutriz un poco nerviosa, esperando que le creyera.

Los niños no entendían; se miraron mutuamente sin comprender por qué Elaiza no los había delatado, teniendo pruebas e incluso testigos. Aquellas acciones les darían castigos muy duros.

"Ya veo... Rosalba, Tomás", dijo la mujer severamente. "Cuántas veces les he dicho que no me gusta que jueguen en la casa con canicas. Son muy peligrosas". Los regañó.

"Lo sentimos, señora Jenkins", se disculparon ambos. "No lo volveremos a hacer", dijeron mirando al suelo.

"Vayan a su cuarto. Esta noche no tendrán postre", dijo la señora Jenkins, y ambos regresaron a su cuarto.

"Pero no entiendo cómo pudo abrirse la puerta. Estoy segura de que la última vez cerré perfectamente", se preguntaba en voz alta.

"El pomo es algo viejo; eso le sucedía a veces a la directora del orfanato donde crecí", dijo Elaiza con voz inocente. "Bueno, si me permite, iré a la habitación de los niños a cuidarlos". La señora Jenkins asintió con la cabeza mientras revisaba la puerta.

Elaiza se escurrió al cuarto de los niños, donde ambos discutían. No entendían nada. Por un lado, nunca los regañaba por sus travesuras; sin embargo, les puso una trampa para que confesaran, y cuando podría haberlos puesto en evidencia, no lo hizo. ¿Qué pretendía aquella mujer? Estaban demasiado intrigados.

"¡Uf, de la que nos hemos salvado!", dijo Elaiza sonriendo al entrar. Miró a los dos niños que se encontraban sentados en una de las camas, mirándola con asombro.

"Bueno, ahora sí me gustaría que me expliquen por qué se comportan así y discutamos la sanción a su comportamiento". Los niños se miraron el uno al otro con temor y bajaron la cabeza.

Elaiza se acercó a ellos y se arrodilló, poniéndose a su altura, tomó sus manos y les dijo: "No puedo entender sus acciones si no hablan conmigo". Dijo bajando su voz y con una mirada amable y tierna. "Pero si no quieren hablar, también lo entenderé". Ambos siguieron callados y con las cabezas agachadas.

Elaiza sintió la tensión en el ambiente, entonces se sentó en medio de ambos y dijo: "Saben, cuando el padre Johnatan y yo éramos más jóvenes, hicimos algo similar". Comenzó a contar la historia, recordando su infancia. "Tendríamos unos diez años en esa época. Hicimos lo mismo que ustedes, e incluso otras cosas como atar objetos para que se movieran 'solos' o hacer parecer que flotaban". Continuó diciendo y rio al recordar aquellos momentos.

Cuando Elaiza terminó de contar la historia, la tensión se había disipado totalmente, y los niños la observaban con los ojos redondos como platos.

"¿Y los castigaron muy fuerte?", preguntó Rosalba intrigada.

"Claro que sí", dijo Elaiza. "La directora nos dio diez azotes a cada uno en las manos", respondió y les mostró una cicatriz en la palma de la mano que tenía de aquel momento.

"Además, nos hizo servir por medio año al sacerdote para poder pagar el tiempo perdido", sonrió nuevamente. "La verdad es que gracias a eso, el padre Johnatan decidió hacerse tomar los votos, y el sacerdote fue uno de mis mentores y quien me ayudó a ingresar a la escuela".

"¿Te dolió mucho los azotes?", preguntó Tomás acariciando la cicatriz de Elaiza.

"Sí, bastante", dijo Elaiza tomando la mano del niño. "Por eso no me gusta usar ese método como castigo", dijo mirándolo a los ojos sinceramente. "Si solo nos hubiera golpeado, habríamos crecido con resentimiento, pero en cambio, al ayudar al sacerdote, aprendimos muchas cosas". En ese momento, el reloj sonó y los sorprendió a los tres.

"Bueno, creo que debo pensar cuál será la sanción que tendrán durante la cena", dijo Elaiza. Ambos niños asintieron y los tres bajaron al comedor.

Aquella noche, ambos niños sorprendieron a la señora Jenkins. Aunque sus modales seguían siendo torpes, se notaba que hacían un esfuerzo por comportarse. Además, se mantuvieron tranquilos y no replicaron cuando solo Emanuel tuvo su postre, como lo habrían hecho en otras ocasiones.

Después regresaron a su habitación en silencio junto con Elaiza, se pusieron sus pijamas y Elaiza los acostó.

"Entonces", dijo Rosalba, "¿cuál será nuestro castigo por todas las travesuras que hicimos?"

"Es verdad, aún no lo he analizado", dijo Elaiza pensativa. "Díganme, ¿han aprendido algo?"

"Que tú no eres mala como las otras institutrices", respondió Rosalba debajo de las cobijas.

"Y que no nos vas a golpear como lo hicieron otras", añadió Tomás.

"No, claro que no", dijo Elaiza. "Sería mejor que aprendan algo de esta situación. Díganme ustedes, ¿cuál sería un buen castigo para las travesuras que han hecho?"

"Podríamos ir a ayudar al padre Johnatan en la iglesia", dijo Tomás mirando a Elaiza.

"No, no creo, él no intervino en todo esto, además, ¿con qué excusa iríamos todos los días al templo?", preguntó Elaiza. "Sería mejor que hagan algo aquí dentro y que les permita resarcir el daño a los afectados", continuó Elaiza. "Díganme, ¿se han puesto a pensar a quienes afectan con sus acciones?"

"A usted la molestamos... Y la señora Jenkins siempre se preocupa y nos regaña cuando hacemos travesuras", dijo Tomás con un poco de tristeza.

"También Isabel y los demás empleados, siempre limpian y ordenan cuando hacemos travesuras y dejamos un desastre", explicó Rosalba sentándose en su cama.

"Eso me parece muy injusto, ¿no creen?", dijo Elaiza. "Entonces, creo que deberían recoger ustedes mismos el desorden que hayan provocado", dijo Elaiza con firmeza y dulzura en su voz.

"Empezando desde mañana, limpiarán su cuarto y la biblioteca por sí mismos, sin ayuda de los empleados, de ahora en adelante, por al menos dos meses".

"¿Y nuestro padre no se molestará si nos pone a hacer labores del personal?", dijo Rosalba reflexionando.

Elaiza la tranquilizó. "No te preocupes. Yo hablaré con el marqués en su momento. Y el castigo que les he impuesto no es físico, así que no rompemos las reglas que me dieron al principio y ustedes están aprendiendo mucho con esto, así que no creo que haya algún problema".

Tomás frunció el ceño. "Pero ¿y si nos negamos a limpiar el cuarto y la biblioteca? ¿O si no lo hacemos bien?", preguntó.

Elaiza sonrió. "Entonces, tendrán que aprender a hacerlo. Es importante que aprendan a responsabilizarse de sus acciones y a respetar a los demás, y si no lo hacen, le diré a la señora Jenkins todas sus travesuras y le pediré que les quite sus postres por un... no seis meses o podría dejarles el triple de tarea hasta que les salgan ampollas". Dijo Elaiza con una mirada pensativa pero burlona.

Ambos niños asintieron con la cabeza, y se dispusieron a cumplir con su castigo, con tal de evitar uno mayor. Elaiza estrechó sus manos cerrando el compromiso con ellos, y después apagó la luz y salió de la habitación. Aquella fue la primera noche de muchas que Elaiza durmió plácidamente en aquella casa.

Los días siguientes, Rosalba y Tomás se dedicaron a limpiar su cuarto y la biblioteca, tal como Elaiza les había ordenado. Al principio, se quejaron y se resistieron, pero pronto se dieron cuenta de que no tenían otra opción.

Emanuel, que había estado observando a sus hermanos, se ofreció a ayudarlos. Juntos, los tres niños trabajaron duro para limpiar y ordenar la biblioteca y su cuarto después de haber terminado sus lecciones y juegos. Mientras tanto, Elaiza supervisaba su trabajo y les daba instrucciones sobre cómo hacer las cosas correctamente y les ayudaba con las tareas más pesadas y peligrosas.

Pronto, la biblioteca estuvo más limpia que nunca y su cuarto estaba siempre ordenado. Con el paso de los días, todos notaron un cambio significativo en el comportamiento de los niños. Ya no entraban en la mansión con los pies sucios después de jugar en el jardín, sino que se detenían en la puerta para quitarse los zapatos y limpiarse los pies antes de entrar. Y lo que era aún más notable, les hablaban de forma más educada y respetuosa.

La señora Jenkins se sintió muy orgullosa de los niños y de Elaiza por haber logrado cambiar su comportamiento de manera tan positiva en tan solo unos días.

"Es un milagro", dijo una noche mientras tomaban el té después de dormir a los niños. "Nunca pensé que vería el día en que estos niños se portarían de manera tan educada y respetuosa".

Elaiza sonrió. "Es solo cuestión de enseñarles buenos hábitos y hacerles entender la importancia de respetar a los demás", dijo. "Y, por supuesto, de ser consistente en la disciplina y las expectativas".

"Sin embargo", la señora Jenkins suspiró, "me he enterado que los pone a hacer labores de limpieza y que no permite que nadie los ayude". Continuó la mujer. "Espero que sepa lo que está haciendo. No quiero que haya problemas con el marqués cuando se entere".

Elaiza asintió con la cabeza. "No se preocupe, señora Jenkins. Estoy segura de que todo saldrá bien".

Elaiza tenía plena seguridad de que lo que hacía y aunque era totalmente distinto a la forma tradicional de tratar a los niños era la más apropiada para evitar más conflictos.

Pero mientras que Rosalba y Emanuel sentían gran afinidad por Elaiza e incluso ponían de su parte para aprender más, Tomás sentía resentimiento. En secreto, murmuraba lo molesto que estaba con ella y lo injusto que le parecía todo eso, así como el rencor que sentía por los muchachos que la habían ayudado. O al menos eso creía él. Elaiza lo habría descubierto varias veces observando el jardín, donde Alessandro y Marcello trabajaban junto con su padre, quien al parecer los elogiaba bastante. Otras veces, desde su ventana, los veía jugar o hacer sus labores. Elaiza no sabía el pensamiento de Tomás, pero intuía sus sentimientos y pensaba en algún método para ayudarlo a superar esa situación.

Los días habían pasado ya casi cumplía Elaiza el plazo para saber si la contratarían o no, pensar en ello ponía a elaiza nerviosa.

Todos en la mansión tenían una rutina bien establecida, por lo que la reunión del personal en la mansión era un evento raro.

La señora Jenkins, se puso de pie en el centro de la habitación y comenzó a hablar con el personal.

"Acabo de recibir una carta del marqués", anunció. "Nos informa que vendrá a visitarnos pronto." Un murmullo de sorpresa y emoción recorrió la habitación. La visita del marqués era un evento importante, y todos sabían que la mansión debía estar impecable para recibirlo.

"Por lo tanto", continuó la señora Jenkins, "necesitamos limpiar la casa a profundidad. Quiero que todos ustedes se encarguen de sus respectivas áreas y las dejen perfectas."

"Señorita Medina y señorita Gómez", dijo la señora Jenkins, dirigiéndose a las jóvenes, "por favor, asegúrense de que los niños estén bien vestidos y presentes durante la visita del marqués."

Ambas asintieron con la cabeza. "Sí, señora Jenkins. Nos encargaremos que estén listos."

Con la visita del marqués anunciada, la rutina en la mansión cambió drásticamente. La señora Jenkins y el personal de la casa se pusieron a trabajar inmediatamente para asegurarse de que todo estuviera perfecto para la llegada del marqués.

Elaiza, por su parte, se centró en preparar a los niños para la visita. Tomás, Rosalba y Emanuel se mostraron ansiosos por ver a su padre después de tanto tiempo y se esforzaron por mejorar en sus lecciones con Elaiza. Mientras tanto, la señora Jenkins y el personal de la casa trabajaban arduamente para limpiar y preparar la mansión.

Los suelos fueron pulidos, las ventanas limpiadas y los muebles sacados, limpiados detrás de ellos y sacudidos y vueltos a colocar en su lugar. La cocina también se puso en marcha, preparando platos deliciosos para la llegada del marqués. El olor a comida fresca y recién horneada llenaba el aire, haciendo que la mansión se sintiera aún más acogedora y hospitalaria.

Con cada paso, la mansión se iba transformando en un lugar perfecto para recibir al marqués. Elaiza se sentía un poco inquieta mientras caminaba por la mansión. Había escuchado rumores sobre el marqués, y aunque solo lo conocía por los retratos en la mansión sabía que no debía ser una persona común, por ende no sabía qué esperar de su visita.

Se decía en los periódicos que era un hombre cruel, frío, duro y despiadado, era el capitán general de las fuerzas del reino, que su sed de sangre había crecido desde la muerte de su esposa. Sin embargo, Elaiza tenía sus dudas, pues nadie hablaba mal en la mansión de aquel hombre, además se notaba el gran cariño que los niños le tenían y en algunos de los retratos familiares se le veía con una mirada tranquila y apacible.

El día de la visita del marqués llegó, todos se reunieron en la entrada de la mansión para recibirlo. Alrededor del jardín se encontraba el personal encargado del mantenimiento, mientras que a los costados de la escalinata de la entrada estaba el personal que trabajaba en el interior, entre todos sumaban unas setenta personas.

Frente a la puerta se encontraba la señora Jenkins, con su vestido de domingo, Elaiza con una blusa blanca de algodón y un conjunto de chaqueta y falda de lana café con un bordado de flores del mismo color. La nana que llevaba un uniforme negro y mandil blanco, similar al del resto pero con un gorro blanco cubriéndole el pelo. Además de los niños, Tomás, Rosalba y Emanuel estaban allí también, vestidos con sus mejores ropas.

Elaiza había preparado a Tomás y Rosalba con esmero para la llegada del marqués. Tomás llevaba un traje de terciopelo negro con una camisa blanca y una corbata de seda roja y botines negros. Rosalba, por su parte, llevaba un vestido de seda azul claro con encaje blanco y un lazo en el cabello a juego, sus zapatos de charol bien pulidos brillaban. Ambos niños se veían elegantes y bien educados, y Elaiza se sentía orgullosa de ellos.

La nana, por su parte, había preparado a Emanuel con igual esmero. El pequeño llevaba un traje de marinero blanco con una gorra azul y zapatos negros. La señora Jenkins estaba allí también, supervisando todo para asegurarse de que todo estuviera perfecto, acomodando algunos cuellos y revisando que los uniformes estuvieran impecables aquel día.

De repente, se escuchó el sonido de caballos y carruajes en la distancia. La señora Jenkins sonrió.

"Ah, ya llega", dijo. "Prepárense, todos." Los niños se pusieron en posición, con las manos detrás de la espalda y la cabeza alta. Elaiza los miró con orgullo, sabiendo que habían trabajado duro para estar listos para este momento.

El carruaje se acercó, y los caballos se detuvieron frente a la mansión. Un lacayo se apresuró a abrir la puerta del carruaje, y el marqués salió, con una mirada seria pero elegante.

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Teresa Neri Aguilar
La trama es interesante el problema es que se escribe un solo capítulo cada 5 días es mucho tiempo de espera lo que dificulta la continuidad además de que es una pena por el interés que despierta
Chero Chan: gracias por tu comentario intentaré terminarla lo antes posible, o subir más seguido pero por mi trabajo real me es un poco complicado /Gosh/
total 1 replies
Maria Valles
muy feo final no llego a ningún lado para otra vez leo primero el final y de ahí me decido si leo la historia completa o no siento que perdí mi tiempo 😠😠
Chero Chan: aún no termina la novela está en emisión, disculpa si no subo más números, espero que cuando termine te guste
total 1 replies
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