Una noche. Un secreto. Una obsesión que lo cambiará todo.
Stefania solo buscaba escapar.
Damián solo buscaba control.
Pero cuando sus mundos chocan en Atenas, el deseo los arrastra a una noche tan intensa que marca a fuego sus almas.
Ella huye antes de que él descubra quién es.
Él la busca sin saber cómo encontrarla.
Lo que ninguno imagina es que un lazo invisible ya los ata para siempre:
un hijo concebido entre la oscuridad y la pasión.
Cuando la verdad salga a la luz, deberán enfrentarse a sus familias, a sus demonios…
y a una obsesión que ni el tiempo ni la distancia han podido destruir.
La Obsesión del Jefe de la Mafia.
Un romance oscuro donde amar es peligroso…
pero pertenecer es inevitable.
NovelToon tiene autorización de Yesenia Stefany Bello González para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Demonios
Damián
Los ojos de mi esposa se abren tanto, que consumen todo su pálido rostro. Es como un ciervo a punto de ser atropellado por un auto.
Se ve preciosa.
Camino perezosamente hacia el taburete, sin despegar mis ojos de la cautivante criatura que pulula por mi cocina con un plato de pasta colgando de su mano.
–Llegaste justo a tiempo –dice reponiéndose y me tiende un plato.
–Mi hijo nunca ha comido pasta –dice papá antes de engullirse una enorme porción–. No le gusta.
–La mía le gustará –le responde Stefy levantando una perfecta ceja rubia en reprimenda–, y come callado –lo regaña.
Iris y Salvatore se ríen mientras mi papá mira a mi esposa con curiosidad mientras sigue saboreando su comida.
Me siento en el taburete y pruebo con reticencia la pasta. Nunca me ha gustado y creo que nunca lo hará, pero no quiero darle más motivos a mi padre para que siga rezongando en contra de mi esposa.
La pruebo sin esperar nada, pero mis ojos se cierran cuando una bomba de sabor explota en mi paladar.
–Increíble, ¿no? –pregunta mi amigo y yo asiento.
Mi esposa sonríe orgullosa. –¿A qué es lo mejor que has probado nunca?
–No iría tan lejos –respondo–. Creo que he tenido cosas en mi boca que saben a gloria pura –digo y sonrío cuando sus mejillas se encienden.
–Demasiada información –dice Salvatore con una sonrisa–. Creo que deberías proclamar esto una nueva tradición, Stefy. Todos los lunes deberías cocinarnos pasta.
Mi esposa sonríe complacida y agarra un enorme cuaderno de cuero con hojas sueltas, que aferra contra su pecho.
–Hay muchas más recetas en este libro. Pertenecía a mi nona y mi mamá me lo dio a mí, porque a mis hermanas no les gusta cocinar.
Iris se levanta una vez que su plato está vacío y se acerca a Stefy.
–¿Puedo? –pregunta y mi chica asiente entusiasmada y ambas comienzan a leer las recetas escritas con una pulcra caligrafía.
Ignoro las miradas de soslayo de mi padre y me concentro en disfrutar de esta deliciosa comida. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve el placer de disfrutar de un platillo recién hecho. Iris siempre me deja cena en el refrigerador, pero no es lo mismo comer algo calentado que algo recién preparado.
Mientras las mujeres discuten que pueden preparar mañana mi amigo guiña un ojo en mi dirección.
–Eres un bastardo con suerte –gruñe en griego–. Es preciosa y cocina de ensueño. Si folla bien, te juro que te prenderé una vela.
Papá golpea la nuca de mi amigo antes de acercarse a la olla y servirse un poco más de pasta.
–Respeten a las mujeres de esta casa –nos regaña.
–Con que comestible, ¿no? –le pregunta Stefy a papá luciendo orgullosa y altanera, como la reina que es.
–Tengo hambre –devuelve papá antes de atacar la olla, ignorando las risas de Iris y mi amigo.
Después que saboreo hasta la última gota de crema, me levanto y le sirvo un plato a Stefy, quien está muy entusiasmada hablando de recetas con Iris.
–Come –le ordeno.
Se sienta y comienza a comer sin dejar de hablar con Iris. Imagino que la conversación es demasiado divertida como para dedicarme algo más que una mirada.
–¿Todo bien? –pregunta Salvatore.
–Fue muy fácil hacerlos retroceder –digo mientras el cansancio se desplaza por mi cuerpo. Llevo dos noches sin dormir–. Ambos embarcaderos nos pertenecen.
Mi amigo sonríe. –Podremos con ellos –devuelve–. Pronto todo el mar mediterráneo será nuestro.
Asiento conforme. No importa el tiempo que nos tome, pero recuperaré lo que es nuestro. Sobre todo, ahora, que tengo un imperio que heredarle a mis hijos.
Mis hijos.
Sacudo la cabeza cuando la realidad se asienta sobre mis hombros.
Espero ser un buen padre, espero estar a la altura de las circunstancias y siempre ponerlos primero.
–Es tarde –digo cuando veo a Stefy luchando contra un bostezo–. Te llevaré a tu habitación –agrego cuando termina de comer.
Se despide de todos con una sonrisa y me sigue sin decir una palabra. Subo las escaleras y me detengo frente a una de las habitaciones de invitados.
–¿Estás segura? –pregunto esperanzado de que haya cambiado de opinión.
–Segurísima –responde y tengo que obligarme a mantener la calma, pero es difícil. Es mi esposa y la deseo más de lo que he deseado nada en la vida.
Saber que estará a unos metros de distancia será el castigo que, sin duda, me merezco.
Stefy entra y se sienta en la cama acariciando su vientre, luciendo cansada y feliz.
Estira su mano, invitándome a su lado. Troto hacia ella, como un perrito bien entrenado, y me siento a su lado.
Mi esposa toma mi mano y la coloca sobre su vientre inquieto.
Sonrío al sentir el movimiento contra la palma de mi mano.
–Siempre bailan después que como algo –susurra con una sonrisa tirando de esos preciosos labios–. Creo que me faltarán manos para alcanzarlos cuando aprendan a caminar.
–Cuando era pequeño siempre me escapaba hacia la playa. Iris casi enloqueció los primeros cinco años de mi vida.
Stefy ríe y mi pecho se comprime ante esa hermosa visión. No sabía que la risa de una persona podía hacer tanto por mí.
–Imagino que tendré que correr rápido –dice antes de dejarse caer en la cama–. Ya quiero que estén aquí y poder sostenerlos en mis brazos.
Me recuesto a su lado y tomo su mano. –Pronto lo estarán y extrañarás este momento.
Se mueve hasta quedar acostada frente a mí. –Este es mi sueño desde que soy una niña –susurra como si me estuviese contando un secreto que ha guardado por mucho tiempo–. ¿Crees que seremos buenos padres?
Respiro profundamente antes de contestar. –No lo sé, pero sé que lo intentaremos.
–Prométeme algo, Damián –me pide con solemnidad mientras yo disfruto del sonido de mi nombre deslizándose de sus labios–. Prométeme que no importa lo que pase entre nosotros, incluso si terminamos odiándonos, eso no afectará nuestra relación con estos bebés. Ellos estarán primero siempre. Y si tenemos que fingir que nos llevamos bien por su bienestar, lo haremos.
Acaricio su mejilla con mis dedos. –Nunca te odiaré, Stefania Greco. Eso es una promesa.
–Y júrame que nuestra hija no tendrá que temerle a nada.
Mi mandíbula se tensa al pensar en todo el peligro que ahí allá afuera. –A nada, preciosa. Nuestra hija nunca le temerá a nada y mucho menos a un hombre, porque yo siempre estaré a su lado, dispuesto a dar mi vida por la de ella –le juro. Cojo su rostro en mi mano y la acerco unos centímetros–. Y tú tampoco tendrás que temerle a nada, mucho menos a mí.
Sus ojos navegan por mi rostro, dolidos, inseguros y anhelantes, pero luego se aleja y se incorpora en la cama.
–Estoy cansada –dice levantando un muro entre nosotros que yo mismo ayudé a edificar.
Me levanto y me obligo a aceptar su distanciamiento. Al menos está aquí y recién estamos empezando.
Al cerrar la puerta detrás de mí, lo único que sé es esto: haré que esos ojos vuelvan a confiar en mí, incluso si para ello debo despedazar a mis propios demonios, uno por uno.