Lila, una médica moderna, pierde la vida en un ataque violento y reencarna en el cuerpo de Magdalena, la institutriz de una obra que solía leer. Consciente de que su destino es ser ejecutada por un crimen del que es inocente, decide tomar las riendas de su futuro y proteger a Penélope, la hija del viudo conde Frederick Arlington.
Evangelina, la antagonista original del relato, aparece antes de lo esperado y da un giro inesperado a la historia. Consigue persuadir al conde para que la lleve a vivir al castillo tras simular un asalto. Sus padres, llenos de ambición, buscan forzar un matrimonio mediante amenazas de escándalo y deshonor.
Magdalena, gracias a su astucia, competencia médica y capacidad de empatía, logra ganar la confianza tanto del conde como de Penélope. Mientras Evangelina urde sus planes para escalar al poder, Magdalena elabora una estrategia para desenmascararla y garantizar su propia supervivencia.
El conde se encuentra en un dilema entre las responsabilidades y sus s
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Capítulo 23: Juicio ante la Corona.
Aquella mañana, la vasta sala del trono se veía impresionante. Las columnas de mármol blanco brillaban bajo la luz del sol que entraba a través de las vidrieras, y se sentía una atmósfera cargada entre los muros adornados con insignias reales. Nobleza, cortesanos y personajes importantes se encontraban en silencio en sus asientos, conversando en murmullos. Todos eran conscientes de que estaban a punto de ser testigos de un acontecimiento excepcional: un noble sería juzgado por deshonra ante la corte. . . y ese noble era el conde Frederick Arlington.
El rey Arturo, en su trono dorado, mostraba un rostro severo. A su lado, la reina Natalia sostenía un abanico cerrado en sus manos, con el ceño fruncido y su mirada fija en los acusadores. Lucrecia Oxford, vestida de luto riguroso con un velo negro, se mantenía erguida como si llevara el dolor como un símbolo. A su lado, Evangelina, con un vestido blanco de muselina y la cabeza agachada, parecía una flor marchita al borde de caer.
El conde Frederick estaba de pie al otro lado de la sala, con una postura recta y un rostro tranquilo, pero sus ojos. . . sus ojos tenían una intensidad ardiente.
—Hemos convocado esta audiencia —comenzó el rey de manera solemne— para aclarar la acusación elevada por la familia Oxford contra el conde de Arlington, a quien acusan de deshonrar a la señorita Evangelina Oxford.
Un murmullo se extendió entre los presentes. Magdalena, que ocupaba un lugar discreto entre los acompañantes de la reina, sintió un nudo en el estómago.
—Su Majestad —intervino Lucrecia con voz quebrada, llevándose un pañuelo perfumado a los labios—, he venido a este tribunal no solo como madre, sino también como viuda… porque mi esposo, el ministro Oxford, murió hace dos noches. Su corazón no pudo soportar la vergüenza de ver a nuestra hija humillada, señalada y despreciada. ¡Partió con esa humillación marcada en su pecho!
Un gemido ahogado de Evangelina la secundó.
Frederick frunció sus labios y desvió la mirada, no por culpa, sino por el dramatismo innecesario de la mujer ya que está en su visita no mencionó que su padre había muerto. Arturo entrecerró los ojos.
—Lamento su pérdida, señora Oxford —dijo el rey con tono firme—, pero no podemos fundamentar nuestra justicia en el duelo ni en las emociones. Necesitamos hechos. ¿Qué tiene que decir el acusado?
Frederick avanzó un paso.
—Su majestad. El día en que conocí a la señorita Evangelina, ella se encontraba huyendo, confundida y herida. Como médico y caballero, le ofrecí refugio en mi hogar. Nunca hubo un compromiso, ni una manifestación de afecto. La traté con respeto. Y cuando su familia vino a buscarla, intentaron forzar un matrimonio apelando al “honor”. Rechacé esa unión. . . porque no la amo. Jamás le di falsas esperanzas.
—¡La tuvo en su casa sin nuestra aprobación! —interrumpió Lucrecia— ¡Y luego se negó al duelo por su falta! ¡Se negó a reparar el daño!
—Falso —respondió el conde, manteniendo un tono calmado—. Acepté el reto de duelo. Llegué al amanecer, como se espera en tales situaciones. Pero su esposo nunca apareció. Lo esperé durante una hora. Se marchó sin aviso previo. Si su corazón era tan frágil, no debería haber propuesto el desafío.
—Estaba muriendo, por eso no asistió. Dijo la mujer sollozando
Algunos nobles la miraron con las tima, otros con desaprobación. La reina Natalia escondió una sonrisa detrás de su abanico, la mujer ante sus ojos era buena para manipular. Evangelina comenzó a llorar nuevamente.
—Yo… solo deseaba un poco de cariño —dijo entre sollozos—. Compartí mis temores, mi historia con él. Me ofreció su ayuda… y luego me dejó sola. Mi vida está hecha un desastre.
En ese instante, una voz profunda rompió el silencio.
—Su Majestad, pido autorización para hablar.
Era el duque Alfredo, hermano del rey, vestido de negro y con una capa roja. Se movió con gracia hacia el centro del salón, dirigiéndose al trono.
—Yo también he oído rumores. Y, dado que la reputación de una dama está en juego, me atrevo a proponer… que el matrimonio sea la única salida honorable.
Frederick giró la cabeza abruptamente, lleno de ira. Natalia bajó su abanico, frunciendo aún más el ceño. Magdalena, desde su lugar, sintió como si le ardiera el pecho. El duque no solo quería imponer, sino también humillar.
—¿Sugiere —contestó Frederick con tono helado— que la corona me obligue a un matrimonio forzoso?
—No sugiero, primo —respondió Alfredo con una sonrisa fría—. Solo expongo mi opinión. Después de todo… Paola una vez fue parte de nosotros… y ella tomó una decisión. Hoy, tal vez… se puedan evitar errores.
El golpe fue directo. Una herida abierta que muchos ya conocían. Y Frederick no cayó en la trampa. Solo levantó la cabeza con orgullo.
—Lo ocurrido con Paola es parte del pasado. Ahora estamos aquí en busca de justicia, no por resentimientos viejos ni celos disfrazados.
Arturo levantó la mano, exigiendo silencio.
—Basta. No permitiré que esta audiencia se convierta en una lucha personal. —Luego se volvió hacia Evangelina— Señorita Oxford, ¿puede afirmar bajo juramento que el conde la deshonró?
Evangelina inclinó la mirada. Dudó. Todos la estaban mirando.
—No… —susurró al final—. No me tocó. Simplemente… no me quiso.
Un suspiro de alivio recorrió la sala.
—Entonces no hay delito —anunció el rey—. No habrá matrimonio forzado. No habrá castigo. El conde ofreció una compensación, y si la familia decide aceptarla, así será. Pero la corona no intervendrá más en este asunto.
Lucrecia se dejó caer en el banco, vencida. Evangelina, pálida, se cubrió el rostro con las manos. El duque guardó silencio, pero su mandíbula temblaba por la ira.
Frederick inclinó la cabeza.
—Gracias, su majestad.
Cuando la sesión terminó y los nobles comenzaron a salir del salón, el conde buscó a Magdalena con la mirada. La encontró al otro lado. Ella estaba de pie, con las manos entrelazadas y la vista fija en él.
Y en ese momento, comprendió algo sin necesidad de palabras.
No había vencido solamente por su defensa. La había hecho por Magdalena, porque ella pensó que él era inocente desde el inicio.