Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 3 - Parte 1: El Almuerzo Interrumpido y Tensió
Capítulo 3 - Parte 1: El Almuerzo Interrumpido y Tensión Familiar
El silencio en la sala era espeso, casi asfixiante.
Los ventanales abiertos dejaban pasar una brisa cálida del mediodía, pero dentro de la mansión Montiel el ambiente era gélido. Aitana se mantenía erguida, los dedos entrelazados sobre su regazo, pero su mirada... su mirada estaba perdida, hueca, como si el alma se le hubiese quedado atrapada en algún rincón oscuro de esa casa.
Ezra Montiel la observaba desde el otro extremo del sofá. Tenía los brazos cruzados, su semblante severo, pero los ojos fríos como el mármol, clavados en ella. No decía nada. Como si el simple acto de mirarla pudiera obligarla a retroceder.
Don Armando Montiel, sentado en el sillón de piel, tosió ligeramente, impaciente. A su lado, la Señora Montiel lo observaba con un gesto tenso. Ambos sabían que algo no estaba bien. Lo intuían. Lo habían estado notando desde hacía semanas. Ezra, por primera vez en años, parecía ausente en sus reuniones familiares. Y Aitana… ya no sonreía como antes.
Fue ella quien rompió el silencio, su voz serena pero firme:
—Es mejor esperar hasta después del almuerzo —dijo, tratando de contener el temblor en su garganta.
Ezra asintió sin mirarla siquiera. Su voz fue tan falsa como educada:
—Sí. Aitana tiene razón. Por favor, padres, pónganse cómodos. Llamaré al chef para que venga directo a la mansión. Disculpen, necesito hablar unos minutos con mi esposa. No tardamos.
Don Armando lo miró con desconfianza, pero asintió. La Señora Montiel apretó los labios, apenas disimulando su incomodidad.
Ezra se acercó a Aitana, tomó su mano con una suavidad fingida y la ayudó a levantarse. Sus dedos rozaron los de ella como si no la conociera. Como si fuera una extraña. Aitana sintió una punzada en el pecho, pero no se resistió.
Los tacones de ella resonaban sobre el mármol del pasillo, pero no eran pasos seguros. Eran los pasos de alguien que va directo hacia la tormenta.
Cuando cruzaron la puerta de su habitación matrimonial, Ezra giró con brusquedad y cerró con seguro.
Entonces, por fin, habló.
—¿A dónde quieres llegar, Aitana? —su tono fue seco, impaciente.
Ella respiró hondo. Ya no podía callar, no después de lo que escuchó la noche anterior.
—Quiero que asumas las consecuencias de tus actos —dijo con voz baja, pero firme.
Ezra entrecerró los ojos, dio un paso al frente y la acorraló contra la pared.
El corazón de Aitana comenzó a golpear con fuerza. Por un instante fugaz, el cuerpo le traicionó: deseaba que él la besara, que la tomara con ternura, que le recordara por qué alguna vez pensó que lo amaba. Pero en los ojos de Ezra no había amor. Había desprecio, rabia... y prisa por deshacerse de ella.
—¡No juegues conmigo! —espetó entre dientes.
—¡El que está jugando eres tú! —respondió ella, sin retroceder ni un centímetro—. Espero que cuando todo esto salga a la luz, seas muy feliz con esa mujer.
Ezra soltó una risa amarga, sin humor.
—Claro que lo seré. Así que te sugiero que después del almuerzo les digas a mis padres que ya no quieres vivir conmigo. Que la única solución es el divorcio.
—No lo haré. —Aitana lo miró directo a los ojos, desafiante—. Para ser tan alto y tan guapo, no tienes los pantalones bien puestos.
Ezra la miró con rabia, sin poder creer su osadía.
—¡Te has vuelto contestona!
—¡¡Por tu culpa!! Tú sacaste esta versión de mí, Ezra. Tú la formaste. Y no pienso obedecer como antes. Anoche estuve meditando...
—Sé directa —la interrumpió él, molesto.
—¿Quieres divorciarte para irte con esa mujer? Está bien. Será fácil... Pero si tanto te sacrificaste estos tres años lidiando con mi “presencia”, tengo una propuesta. Es eso… o nada.
Y así, en ese instante, sin previo aviso, Aitana puso en marcha el pacto que lo cambiaría todo.