Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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Un té para los nervios...
Mientras tanto, Diana terminó su rutina de ejercicios y luego se dio una ducha.
El agua caía sobre su cabeza cuando, de pronto, recordó a Dante.
—Me parece que ha cambiado un poco… últimamente llega muy tarde y sale muy temprano —pensó.
Pensativa, bajó a comer algo. Una vez sentada a la mesa, miró a la empleada y preguntó:
—¿El señor Dante desayunó?
La mujer se limitó a negar con la cabeza.
—Puff… —Diana miró el asiento de Dante. En los últimos días había estado comiendo sola, ya ni siquiera compartían el desayuno. Aunque ese día, ella tampoco desayunó porque se metió de lleno al ejercicio.
El hambre se disipó, así como su ánimo.
Al volver a su recámara, quiso pintar algo más. No obstante, al contemplar su pintura, recordó la noche en la montaña.
Ese día tuvo la impresión de que Dante no quiso dormir enojado con ella. Su mirada no mentía…
—¡Diana, no deberías pensar en él! —se dijo sacudiendo la cabeza—. No creo que sea…
Una vez más sintió un escalofrío que le erizó la piel.
—No puedo estar extrañándolo… —se recriminó.
Sin embargo, esa soledad también le dejó una lección: ella también se había dejado consumir por el trabajo. En aquellos días, sus padres le reclamaban por no pasar tiempo con ellos… ahora desearía, aunque fuera, cinco minutos a su lado.
Por otro lado, Dante hizo algo que quizás muchos no entenderían: fue con su amigo a un restaurante de comida típica.
Nada comparado con los lugares que ahora frecuenta.
—Aquí podemos estar sin que nadie nos moleste —añadió el joven con una sonrisa radiante.
Frente a él, Carlos lo miraba con incredulidad.
—Pensé que ya no te gustaba venir aquí.
—¿Recuerdas cuando nos encontrábamos en este lugar?
—Lo recuerdo, pero no lo comentes… no me avergüenza, pero mi abuela me lo prohíbe.
—Carlos, solo estudiamos juntos un par de meses, pero me conoces muy bien.
—Dante… cuando te volví a ver, me costó trabajo reconocer que eras tú. Cambiaste… y más que todo, en tu forma de ser.
—Te aseguro que sigo siendo el mismo —respondió Dante a la ligera.
—¿Amas a tu esposa? ¿No será que fue por ella que cambiaste tanto?
Esa pregunta creó un momento muy incómodo. Dante solo lo miró y sonrió, pero no contestó. Su atención volvió a centrarse en su plato.
—No permitas que tu orgullo te impida tener algo con ella —añadió Carlos. Él también había oído rumores sobre el matrimonio arreglado entre Dante y Diana.
—Dante, escuché decir que te casaste con ella por lo que pasó en el accidente. ¿Eso es cierto? ¿No fue por amor?
Dante no respondió de inmediato. Por un momento quedó en silencio, luego dijo:
—Hablas mucho… y tu comida se enfría. Por cierto, ¿cuándo piensas regresar a la compañía? Sabes que debes dirigir cada paso. Por suerte, el accidente no pasó a más… tienes más vidas que un gato.
El joven terminó de masticar y contestó:
—Creo que mañana comienzo… me hace falta platicar más contigo.
Mientras tanto, Diana seguía observando el cuadro. Al parecer, había puesto mucho sentimiento en esa obra, pues cada vez que lo miraba, sus pensamientos y emociones se mezclaban.
Ding-dong
El sonido del timbre la hizo fruncir el ceño. Nunca recibían visitas, así que bajó con prisa, llegando a la puerta al mismo tiempo que el ama de llaves.
La mujer abrió, pero no reconoció a las personas que estaban allí.
—Bo… ¿Boris? —titubeó Diana al verlo en la entrada. En realidad, sintió un poco de miedo.
Perpleja, miró a la mujer que abrió. No sabía qué hacer.
—Dante se va a enojar conmigo… —pensó.
En ese momento, Jazmín la abrazó, pero Diana no reaccionó. Aún no salía de su asombro.
—Diana… ¿qué sucede? —preguntó Jazmín, mirándola firmemente—. Ahora también eres un témpano de hielo… ¿en dónde quedaron tus emociones?
Boris también la abrazó, pero ella no se inmutó.
—Diana… —la volvió a llamar Jazmín, esta vez con más fuerza.
—Lo siento… es que me sorprendió verte aquí.
—Claro que te sorprende, si no contestas llamadas ni mensajes. Si lo hubieras hecho, te aseguro que no estarías tan sorprendida.
—¿Señora, desea que le traiga algo a los invitados? —preguntó el ama de llaves con gentileza.
—Un té para mí, necesito calmar mis nervios. Esta mujer me va a matar… —dijo Jazmín mientras entraba y se sentaba.
—A mí tráeme un café —pidió Boris, siguiéndola.
—También necesito un té… —añadió Diana.
—Por cierto, Diana, tu esposo está muy guapo… un poco mal encarado, se nota que es gruñón, pero eso se le quita con una buena...
—Jazmín, ¿por qué hablas así de Dante? ¿Acaso lo conoces? —Diana no se dio cuenta de que su pregunta sonó casi a reclamo.
—¿Lo estás defendiendo? Conozco el secreto, tú no lo amas… así que no te pongas a la defensiva conmigo. Lo sé todo. Es raro que lo defiendas… cuando ni siquiera defiendes a tu propia sombra.
—Y sí, lo vimos por casualidad —añadió Jazmín.
—¿Cómo lo vieron? ¡Dante ha estado trabajando mucho! —dijo Diana, reacia a creerles.
—Pues si quería, estaba con un amigo. Le dije a Jazmín que ese era tu esposo… y ya la conoces, me arrastró, y cuando lo tuvo de frente, le pidió su dirección.
—¿Dante se las dio? ¿Estamos hablando del mismo hombre? —Diana no lo podía creer.
En ese momento, Diana cambió el semblante. Boris lo notó de inmediato y, entrecerrando los ojos, le dijo:
—¡Diana, te estás enamorando de él… y no te has dado cuenta!
Ella quedó muda ante esa afirmación, justo cuando la empleada regresó con el té. Cuando desapareció, Diana contestó:
—Boris, no vuelvas a decir estupideces. Sabes bien que la otra noche te lo dije solo para fastidiarlo.
—Pero del dicho al hecho… hay mucho trecho… —respondió Diana.
Esa tarde, Diana cambió de tema y se la devolvió a su amigo.
—Boris, esa sonrisa tuya me lo dice todo… la felicidad de un hombre se le nota en el rostro.
Evidentemente, se refería al regreso de Jazmín y a los sentimientos de Boris.
Siguieron conversando un rato más, hasta que ellos decidieron marcharse.
Diana volvió a su recámara, aún preocupada. Conocía bien a sus amigos, y aunque confiaba en ellos, también podían haber mentido. Quizás obtuvieron la dirección de Dante por otro medio.
Las horas pasaron… y con ellas, la preocupación de Diana.
La noche cayó, y sin darse cuenta, lo estaba esperando.
Caminaba de un lado a otro, y a veces miraba el retrato con inquietud.
Nunca se había retrasado tanto como ese día…
Una hora más tarde, Dante entró sonriendo. Su semblante era distinto.
Se podría decir que hasta tenía un brillo en la mirada.
—¡Buenas noches! —dijo alegremente. Se quitó el abrigo y lo arrojó al sofá.
Diana se quedó anonadada. La invadieron muchos sentimientos a la vez. Estaba preocupada… pero él estaba perfectamente.
Tan perfecto, que esa sonrisa y ese brillo la hicieron hablar sin medir sus palabras:
—Dante… ¿por qué vienes así, tan sonriente?
¿Será que tu sonrisa se debe a una chica?
Sus miradas chocaron de inmediato.
—¿Te molestaría si fuera así?