Lila, una médica moderna, pierde la vida en un ataque violento y reencarna en el cuerpo de Magdalena, la institutriz de una obra que solía leer. Consciente de que su destino es ser ejecutada por un crimen del que es inocente, decide tomar las riendas de su futuro y proteger a Penélope, la hija del viudo conde Frederick Arlington.
Evangelina, la antagonista original del relato, aparece antes de lo esperado y da un giro inesperado a la historia. Consigue persuadir al conde para que la lleve a vivir al castillo tras simular un asalto. Sus padres, llenos de ambición, buscan forzar un matrimonio mediante amenazas de escándalo y deshonor.
Magdalena, gracias a su astucia, competencia médica y capacidad de empatía, logra ganar la confianza tanto del conde como de Penélope. Mientras Evangelina urde sus planes para escalar al poder, Magdalena elabora una estrategia para desenmascararla y garantizar su propia supervivencia.
El conde se encuentra en un dilema entre las responsabilidades y sus s
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Capítulo 12: Sombras en la sangre.
Narrado por Evangelina
Cerré de golpe la puerta de mi habitación. El ruido sordo de la madera resonó en mis oídos como un golpe de suerte. Apenas crucé el umbral, mi ira estalló como una fiera: lancé un jarrón de cerámica al suelo, vi cómo se rompía en mil pedazos, luego el espejo, que se rompió con un chirrido alto, como si estuviera gritando por mí. Los pétalos marchitos de las rosas que estaban sobre la mesita volaron como cenizas. Quería más. Quería destruir algo que realmente doliera.
Anhelaba su rostro entre mis manos.
Esa niñera… esa sirvienta que pretendía ser más de lo que era. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se permitía llamar la atención del conde? Él la miró como si su vida hubiera recobrado el color, como si ella fuera algo más que una simple criada, como la musa de un poeta olvidado.
Respiré hondo, puse mis dedos en las sienes y comencé a contar lentamente. Uno… dos… tres… No podía perder el control. No en este momento. No después de todo lo que había hecho para llegar aquí. Mi madre me enseñó bien: en este mundo, no sobreviven los más nobles, sino los más astutos. El poder está con las mujeres que saben usar sus lágrimas como armas y su fragilidad como disfraz.
Me senté en el escritorio, desdoblé una hoja de papel de lino y tomé una pluma. La tinta negra fluyó como veneno sobre la superficie blanca.
Padre,
Las cosas se están complicando. La criada se ha convertido en un inconveniente. Está obstaculizando nuestros planes con una astucia que no esperábamos. Necesito que aparezca.
No podemos esperar más. El momento ha llegado.
Atentamente,
Evangelina.
Sellé la carta con cera roja. Utilicé el sello familiar con la flor de cuatro pétalos de los Oxford, dejando una marca imposible de imitar o romper sin dejar rastro. Me aseguré de que el sobre estuviera bien sellado.
Antes del amanecer, pedí a una de las criadas más jóvenes —una chica temblorosa como un cervatillo asustado— que entregara la carta en el correo de la ciudad. Le hablé suavemente: le dije que era un mensaje privado del conde y que su discreción sería recompensada.
—No le cuentes a nadie, ni siquiera a las cocineras —le advertí con una sonrisa.
Ella asintió rápidamente y salió corriendo, tropezando con su falda. Perfecto. Todo estaba saliendo según lo planeado.
Pero al regresar sobre mis pasos, el destino decidió ponernos a prueba de nuevo. En el pasillo, delante de las ventanas llenas de la luz suave del amanecer, la vi. Ella.
Magdalena.
Erguida, con esa postura que ha decidido adoptar como si realmente perteneciera a nuestra clase. Con su falda perfectamente planchada, el cabello recogido cuidadosamente, y esa mirada. . . esa maldita mirada tranquila que parece penetrar en el alma. Y lo peor: tiene confianza. Como si nada pudiera afectarla.
—Buenos días, señorita —dijo, inclinándose un poco—. ¿Necesita algo?
Sostuve mi sonrisa. Esa que guardo para justo antes de atacar, como el dulce olor del veneno antes de causar daño.
—Sí —respondí, con dulzura—. Me preguntaba si podrías acompañarme a desayunar. Me intriga saber más sobre el conde. Sobre su fallecida esposa. . . Has estado aquí tanto tiempo. Seguro que conoces cosas interesantes.
Sus ojos nunca se apartaron de los míos. Sin parpadear. Sin mostrar ninguna expresión.
—Lo siento, tengo que atender a la señorita Penélope. Es mi responsabilidad.
—Oh, vamos. Solo será un momento…
—Lo que quiera saber sobre el conde, puede preguntárselo directamente —respondió, manteniendo su serenidad—. Ahora, si me permite, debo despertar a la niña.
Y sin más, me dio la espalda.
Como si yo fuera invisible.
Como si no valiera su tiempo.
Como si mi existencia no le importara.
Cada palabra que pronunció me lastimó. Cada gesto, cada paso que se alejaba de mí, era una humillación que ardía como el fuego. Esa mujer no solo me veía. Me entendía. Y eso la volvía peligrosa. Me leía como si supiera todos mis secretos. Y esa mirada… no era la de una sirvienta.
Pero eso no tiene importancia. Pronto, todo cambiará. Porque cuando mi padre llegue a este castillo, las máscaras caerán. Él es un hombre que no sabe lo que es "perder". Que no acepta el fracaso. Que no permitirá que una sirvienta se interponga en nuestro camino.
Él hablará con el conde. Lo presionará. Lo amenazará si es necesario. Yo me haré la víctima. Lloraré si es preciso. Fingiré estar asustada, vulnerable. Diré que estoy sola, desorientada… y que si no me toma como esposa, mi reputación se verá arruinada. Por su honor. Por su imagen como noble. No podrá rechazarme. Nadie haría eso. Y cuando esté casada… esa mujer se marchará. La enviaré lejos, como a un perro callejero. Quizás con una carta de recomendación. Quizás sin nada. Solo con su orgullo destrozado.
Y Penélope… esa niña arrogante, tan unida a ella, también aprenderá su lugar. No soporto a los niños consentidos. No aguanto que me miren con desprecio. Seré su madre en título. . . pero no en cariño.
Este castillo será mío.
El conde será mío.
Su riqueza, su apellido, sus tierras.
Y Magdalena… Magdalena lamentará cada instante en que se cruzó en mi vida.
Porque nunca pierdo.
Y quien se interponga en mi camino,
no vive para contarlo.