Camilo Quintero es un hombre arrogante, que no tiene reparos en hacer sentir mal a los demás. No cree en el amor y se niega rotundamente a casarse. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando su abuelo lo destituye del cargo de CEO, le quita todas las tarjetas de crédito, su dinero y le da un año para que consiga un trabajo digno y cambie su forma de ser.
En medio de su nueva realidad, Camilo conoce a Lucía Fernández, una joven humilde, sencilla y amorosa, todo lo contrario a él. Por circunstancias del destino, terminan conviviendo juntos y, poco a poco, se enamoran. Sin embargo, la familia de Lucía no lo acepta, convencida de que su hija merece a alguien mejor y no a un “bueno para nada” como Camilo.
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CAPITULO 24
Mientras Víctor hablaba con Zulay en otro lugar, en una tranquila y discreta cafetería del centro, Vanesa estaba sentada frente a Ricardo. El niño, ajeno a todo, jugaba alegremente con su pequeño auto rojo sobre la mesa, haciendo ruidos de motor con su boca.
Vanesa lo observaba con aparente ternura, pero su mirada se perdía de vez en cuando en el vacío, enredada en pensamientos fríos y calculadores. Se veía cansada, sí, pero no por remordimientos, sino por el tiempo y la estrategia que había invertido en llegar hasta allí. Esa tarde, en sus ojos no había culpa ni dolor , solo determinación. Había preparado cada palabra, cada gesto. Sabía exactamente lo que tenía que hacer.
El timbre de la puerta sonó, y una joven mujer entró al local, vistiendo el uniforme beige y marrón de la cafetería. Era Lucía, con el cabello recogido en un moño, el rostro ligeramente sudado por el ajetreo del trabajo y un delantal atado con firmeza a la cintura. Caminó con rapidez hacia la mesa donde estaba Vanesa, aún sin saber de qué se trataba.
—¿Señora, me mandó a llamar? —preguntó Lucía, con una sonrisa ligera aunque un poco confundida.
—Sí, la mandé a llamar... necesito hablar con usted —dijo Vanesa, y su voz quebrada parecía una actuación digna de teatro. Una lágrima cayó por su mejilla, pero no había sinceridad en ella , era parte del plan.
Lucía se quedó de pie unos segundos, desconcertada, observando a la mujer con el ceño fruncido. Luego miró hacia la barra, donde su jefe servía café, y le hizo una seña pidiendo permiso. Él asintió con desinterés, como quien solo quiere evitar una escena.
—¿Puedo sentarme? —preguntó Lucía, aunque ya lo hacía.
Vanesa asintió con un gesto lento, ensayando bien su actuación .
En cuanto Lucía posó los ojos sobre el niño, su cuerpo se tensó. El pequeño, que seguía jugando con su auto, le resultó extrañamente familiar. Había algo en sus facciones, en la expresión de sus ojos... algo que le provocó un escalofrío.
—Se parece mucho a... —murmuró Lucía, pero se detuvo a tiempo. No quiso pronunciar ese nombre. Su mirada se clavó en Vanesa, esperando una explicación.
Vanesa suspiró y entrelazó las manos con aparente nerviosismo. Sus dedos temblaban levemente, un detalle ensayado, aunque su mente permanecía firme y enfocada.
—Habla, por favor —pidió Lucía, sintiendo que algo dentro de ella empezaba a desmoronarse.
—No es fácil decir lo que quiero que sepa —susurró Vanesa, bajando la mirada al suelo como si buscara coraje. En realidad, buscaba controlar su sonrisa.
—Cuéntame, rápido. Mi jefe no me dio mucho tiempo para hablar con usted —dijo Lucía, cada vez más inquieta.
—Está bien... Le voy a contar. Yo vine a hablarle de mi hijo —dijo Vanesa, respirando hondo—. El papá de mi hijo es su esposo. Camilo Quintero.
Lucía parpadeó, confundida. Su rostro mostró una mueca de incredulidad. Luego esbozó una sonrisa nerviosa.
—Debe estar equivocada. Mi esposo no tiene el apellido Quintero. Él es Camilo Restrepo —corrigió, amable, intentando no sonar agresiva.
Vanesa negó lentamente con la cabeza. Sin más rodeos, sacó su celular del bolso y lo puso sobre la mesa.
—Camilo le mintió con su apellido —dijo mientras abría el navegador—. Mire esto.
Lucía tomó el teléfono con cierto recelo. Deslizó el dedo por la pantalla, y sus ojos se agrandaron al instante. Allí estaba su esposo. No como el hombre sencillo que decía trabajar en la gasolinera del frente lavando autos, sino como un empresario exitoso, rodeado de lujos. Su nombre completo era Camilo Quintero Restrepo. Aparecía en artículos financieros, en fotografías de eventos exclusivos, junto a otros empresarios reconocidos.
Lucía sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies. El aire se le escapaba del pecho y su estómago se revolvía.
—¿Por qué... por qué llegó a vivir a la pensión? ¿Por qué me escogió a mí? —preguntó en voz baja, mientras las lágrimas comenzaban a arder en los ojos.
Vanesa respiró hondo. La tristeza en su rostro parecía auténtica, pero en realidad era una máscara bien colocada. Dentro de ella no había compasión, solo estrategia.
—Camilo necesitaba casarse y tener un hijo para poder cobrar la herencia de su padre. Hay una guerra entre él y su hermano. Solo uno puede quedarse con la fortuna, y el testamento fue claro, debía casarse con una mujer, tener un hijo dentro del matrimonio y mantener la unión por al menos dos años.
Lucía se quedó muda. Las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro sin que ella hiciera el mínimo intento de detenerlas.
—Pero ya tiene un hijo contigo —exclamó, enojada, limpiándose las mejillas con el dorso de la mano.
—Lo sé. Pero Ricardo nació fuera del matrimonio —explicó Vanesa, lanzando una mirada fugaz al niño que seguía jugando—. Y el testamento estipula que el heredero debe tener un hijo legítimo. Camilo no quiere reconocer a Ricardo porque eso pondría en riesgo su parte de la herencia. Por eso te buscó a ti... necesitaba una mujer humilde, sin aspiraciones económicas, que pudiera darle un hijo sin reclamarle nada cuando se divorcie.
Lucía sintió que el mundo se venía abajo. Sus manos temblaban, su pecho dolía. Se sentía engañada, usada, como una pieza en un tablero que nunca entendió estar jugando.
—¿Usted me está diciendo que Camilo me utilizó? —susurró, con la voz rota por el llanto contenido.
Vanesa la miró a los ojos, sin pestañear.
—Sí —dijo con frialdad—. Te utilizó. Pero te lo estoy contando ahora porque mereces saber la verdad... antes de que quedes embarazada. Él planea quitarte al bebé apenas nazca. Ya tiene todo preparado y planeado con abogados, documentos, contactos. Es parte de su estrategia.
Lucía sintió un mareo. Su mente era un torbellino de imágenes, recuerdos, promesas rotas. Las caricias, las risas, las noches juntos... ¿todo había sido mentira?
Se levantó de golpe, tambaleándose. Las lágrimas ahora eran imposibles de detener.
—Voy a pedirle el divorcio a Camilo —dijo con firmeza, aunque la voz le temblaba—. No voy a permitir que un hombre así me siga engañando... y mucho menos que me arrebate a un hijo si llego a tenerlo.
Sin mirar atrás, se alejó hacia el interior de la cafetería. Sus pasos eran decididos, pero por dentro se sentía destrozada.
Vanesa la observó marcharse con una sonrisa leve y satisfecha. Pagó el café y el jugo de Ricardo, luego se levantó lentamente, tomó al niño de la mano y salió con él.
Había logrado lo que quería, sembrar la semilla de la duda en el corazón de Lucía. Ahora solo quedaba esperar a que esa semilla germinara y lo destruyera todo desde dentro...
Continuara...
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