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Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

Salvando Otro Mundo Sin Ser Un Heroe

Status: En proceso
Genre:Reencarnación / Fantasía épica / Héroes / Salvando al mundo / Mundo mágico / Espadas y magia
Popularitas:969
Nilai: 5
nombre de autor: YRON HNR

Ayanos jamas aspiro a ser un heroe.
trasportado por error a un mundo donde la hechicería y la fantasía son moneda corriente, solo quiere tener una vivir plena y a su propio ritmo. Con la bendición de Fildi, la diosa de paso, aprovechara para embarcarse en las aventuras, con las que todo fan del isekai sueña.

Pero la oscuridad no descansa.
Cuando el Rey Oscuro despierta y los "heroes" invocados para salvar ese mundo resultan mas problemáticos que utiles, Ayanos se enfrenta a una crucial decicion: intervenir o ver a su nuevo hogar caer junto a sus deseos de una vida plena y satisfactoria. Sin fama, ni profecías se alza como la unica esperanza.

porque a veces, solo quien no busca ser un heroe...termina siendolo.

NovelToon tiene autorización de YRON HNR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

VOL II CA1

CARROÑEROS POLÍTICOS

Una sala sin ventanas. Oscura. Antiguamente construida en piedra negra. Solo unos candelabros colgados a los muros aportaban una luz tenue y danzante. En el centro, una mesa redonda de madera tallada, marcada por los años, rodeada por seis sillas tapizadas en terciopelo oscuro. En su centro, una esfera de cristal flotaba sobre una base de hierro. Su resplandor turquesa bañaba los rostros de los presentes, proyectando sombras largas en la habitación.

Era una reunión poco común. Una que solo ocurría cuando el equilibrio del continente se veía amenazado.

Seis figuras estaban sentadas. Seis representantes. Seis potencias de Narsvelia.

Gregory Santinn, el hechicero real del Reino de Luzelgo, se mantenía erguido, con los dedos cruzados sobre la mesa y los ojos ocultos tras unos lentes redondos. Su expresión era tan neutra como impenetrable. De todos los presentes, probablemente era el único que realmente entendía todo lo que estaba ocurriendo. Luzelgo, su reino, era la nación más vasta y poderosa del continente. Y Gregory lo representaba con la misma calma con la que una tormenta se acerca desde el horizonte.

A su derecha, Forest Bastter, primer ministro de Rendoriha, contrastaba con él en todo. Delgado hasta lo enfermizo, de piel lechosa, bigote fino y cabello blanco escaso, lucía como si estuviera hecho de papel, salvo por su mirada: ácida, punzante. La rivalidad con Luzelgo estaba tatuada en su rostro. Y en su alma.

Frente a ellos, con el rostro sudoroso por el calor y la incomodidad de su sotana demasiado ajustada, se encontraba Su Santidad Morgan Finaas, representante del Imperio Santo. Era un hombre obeso, de unos cuarenta y tantos años, con un rosario de madera blanca y oro colgando sobre su prominente pecho. Sus dedos engalanados con anillos brillaban tanto como la avidez en su mirada. Su atención divagaba, entre los temas políticos y el recuerdo del banquete anterior. Pero su falta de concentración era engañosa. Bajo esa apariencia ridícula se escondía un hombre acostumbrado a mandar.

A su lado, con los brazos cruzados, Alma Kitager observaba en silencio. Comandante suprema de Zarttan, era una mujer de unos treinta años, de piel trigueña, ojos azules y cabello castaño peinado con desdén. Su uniforme blanco, entallado y parcialmente abierto en el pecho, no era casual: conocía el efecto que provocaba. Pero más allá de su belleza, era una estratega feroz. En Zarttan la llamaban “la Reina de las Maniobras”.

El quinto asiento pertenecía al príncipe Sheinn Roldman, del helado reino de Tirlheim. Joven, elegante, rubio y de porte noble, con los ojos azules fríos como el hielo. Arrogante, sí. Pero no estúpido. Su ambición lo hacía peligroso. Y su desdén por el protocolo era evidente.

Por último, los más inesperados del grupo: los gemelos Taski y Maski, estrategas del Frente Oriental. A sus escasos quince años, ya eran considerados prodigios. Taski, serio, ojeroso y parsimonioso, hablaba poco pero medía todo. Maski, su hermana, era un torbellino. Energía pura. Exagerada, extrovertida y siempre al borde de lo inapropiado.

El primero en hablar fue, inesperadamente, el cardenal.

—Señor Gregory… —dijo mientras se acariciaba la barriga—. Parece que las cosas están bastante agitadas en los alrededores de Nilsen, ¿no? Con todos los héroes reunidos en su reino… qué coincidencia tan extraña —agregó con una risa suave, casi burlesca.

—¡Pero mataron al dragonsote! ¡Pum, paf, crash! Deben ser recontra fuertes —interrumpió Maski poniéndose de pie sobre su silla, gesticulando con entusiasmo—. ¿No te parece genial, Taski?

—Maski… mamá dijo que no te pares en los muebles —dijo su hermano sin levantar la mirada.

—¡Uff! —refunfuñó ella, dejándose caer otra vez.

—Pero… sí. Derrotar a un dragón padre es… problemático para todos —añadió Taski, esta vez con un tono más serio—. Los héroes se supone que deben equilibrar el poder. No concentrarlo.

Sheinn, visiblemente molesto, soltó un suspiro y dijo con fastidio:

—¿Y para eso nos reunimos? ¿Para alabar a Luzelgo como si fueran la salvación del continente?

Forest Bastter, aprovechando la tensión, tomó la palabra con un tono autoritario, casi como si presidiera la reunión:

—Esta mesa no fue convocada para celebrar a nadie. Ni héroes, ni reinos. El motivo es la caída de Claurest… y lo que eso significa para el equilibrio de Narsvelia.

—¿A qué te referís exactamente, Forest? —preguntó Alma, jugueteando con un mechón de su cabello mientras cruzaba las piernas con desinterés aparente.

Pero antes de que el ministro respondiera, Gregory alzó una mano y habló:

—¿Se trata de los restos del cadáver?

—Así es —confirmó Bastter, con una sonrisa velada—. El cuerpo de Claurest es un recurso único. Escamas, huesos, glándulas de maná… No podemos ignorar su valor. Debería dividirse equitativamente entre las potencias sentadas aquí.

Las miradas se cruzaron. Algunas contenidas. Otras abiertamente tensas.

—Fue en Nilsen. Territorio de Luzelgo. Lo más justo sería que nos pertenezca —dijo Gregory, con voz firme pero sin elevarla.

Sheinn intervino con tono casual, casi provocador:

—Aunque… se dice que la invocación de los héroes fue algo... precipitada. ¿No? Al menos, eso se rumorea.

—Qué lejos llegan los rumores… —musitó el cardenal, afilando el tono—. ¿O fue acaso un capricho de tu rey, hechicero?

El silencio cayó por un instante.

Gregory bajó ligeramente los lentes, dejando ver sus ojos. La presión en la sala subió de golpe. Todos lo sintieron.

—Sobre el cadáver, no puedo decidir por mi cuenta —respondió, sin alterarse—. No es mi autoridad. Pero…

Su mirada se volvió gélida. Y al fijarla en el cardenal, habló con una lealtad tan densa como el maná puro:

—Cuidá tus palabras, Su Santidad… Estás hablando del rey de Luzelgo. Y yo… no soy alguien que tolere la insolencia.

El ambiente se tensó como una cuerda a punto de romperse. Algunos apartaron la vista. Nadie más habló.

Porque entre todos los presentes… Gregory era el único con poder real.

Y lo sabían.

Las puertas de la sala se cerraron con un eco profundo tras la figura de Gregory Santinn. Caminaba por los pasillos de piedra con paso firme, la capa negra ondeando a sus espaldas. No miraba a nadie. No respondía a nadie.

—Carroñeros políticos… —pensó con el ceño fruncido—. ¿Pero será posible que los héroes realmente hayan derrotado a una entidad como Claurest?

Su mirada se desvió, como si algo invisible se moviera en las sombras de un rincón del corredor.

—Dile a Bruno que necesito reunirme con él. Urgente —ordenó en voz alta, sin volverse, como si hablara con la oscuridad misma.

En Nilsen, la ciudad hervía.

Las campanas repicaban. Los puestos se vaciaban. Multitudes salían a las calles. Un carruaje negro, de estructura elegante y ornamentada con bordes dorados, avanzaba lentamente entre una muchedumbre que vitoreaba sin parar:

—¡Vivan los héroes!

—¡Salvenos, elegidos del destino!

—¡Luzelgo está con ustedes!

Flores, pañuelos, gritos y euforia. Pero dentro del carruaje… no había alegría.

Las caras eran grises. Abatidas. Derrotadas sin haber combatido.

Bruno Cadil era el único que conservaba la compostura. Sentado con los brazos cruzados, observaba en silencio el interior sofocante del carruaje.

—Darwin… deberías asomarte por la ventana y saludar —dijo con su tono habitual, calmo, pero con el filo de una orden encubierta—. Después de todo, sos el líder del grupo de héroes.

Darwin chasqueó la lengua, con una mueca de asco. Su cabello rubio perfectamente peinado contrastaba con su mirada oscura y saturada de fastidio.

—Tanto esperan de nosotros… que se tragaron el verso de que matamos al dragón —pensó, con rabia contenida.

A regañadientes, se acercó a la ventana, la abrió y sacó una mano al exterior. Su rostro cambió en un instante: sonrisa heroica, mirada cálida, expresión inspiradora. El disfraz perfecto.

La multitud estalló.

Gritos, llantos, histeria. Mujeres se desmayaban al verlo. Niños lo aclamaban.

Pero en cuanto volvió al interior, su rostro se torció de nuevo. Sacó una botella oculta bajo el asiento, quitó el corcho y bebió un largo trago, como si intentara ahogar el vacío en su pecho.

—¿Y ella? ¿Por qué sigue dormida? —preguntó de pronto, con molestia, señalando a Amelya, que descansaba inconsciente en el otro extremo del carruaje.

—Dejala en paz —intervino Estela con un tono cortante—. A diferencia tuya… ella sí se comportó como una heroína.

—Y vos tampoco hiciste mucho, ladroncita —agregó Richard con su sarcasmo habitual, recostado cómodamente, como si el mundo le importara poco y nada.

Su mano se movió, alargando el brazo hacia el regazo de Amelya. Pero antes de que llegara, Estela reaccionó, desenfundando una daga oculta.

Él la detuvo con la otra mano, sujetando su muñeca con fuerza.

—Tan valiente, ¿eh? —susurró, inclinándose sobre la dormida—. Me dan ganas de verla frágil.

El tono era repulsivo. Venenoso. Una provocación abierta.

Por un momento, la tensión se volvió irrespirable.

Nadie se movió. Nadie habló.

Pero algo había cambiado.

El telón aún no caía.

Y la farsa heroica… apenas empezaba a pudrirse desde dentro.

La mano de Richard seguía subiendo lentamente por el regazo de Amelya, dormida, inconsciente, vulnerable. Sus dedos se movían con una lentitud premeditada, buscando provocar.

Estela ya no disimulaba su rabia. Su daga seguía en alto, temblando, a punto de soltarse como una víbora.

Pero no fue ella quien intervino.

Fue Bruno.

Sin decir palabra, el instructor simplemente apoyó su mano —pesada, firme como una sentencia— sobre el hombro de Richard.

Ese simple gesto bastó. No hubo fuerza. No hubo amenaza directa. Pero el peso de su presencia hizo que la mano invasora se detuviera al instante, congelada como piedra.

Richard no se resistió. Como si nada lo afectara, como si su alma estuviera cubierta de mugre demasiado vieja para limpiarse, retiró la mano lentamente.

Y con una sonrisa torcida, se pasó la lengua por los labios agrietados.

—Pronto… heroína —susurró, apenas audible.

Después se acomodó en su asiento como si no hubiera pasado nada.

Pero sí había pasado.

El aire dentro del carruaje era más denso. Más asfixiante. El disfraz de gloria se rajaba por las costuras, dejando entrever lo que verdaderamente eran.

Y Nilsen… seguía aplaudiendo.

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run away.┲﹊
¡Me tienes enganchada!
YRON HNR: pronto seguire actualizando
total 1 replies
【Full】Fairy Tail
Gracias ¡necesitaba leer esto! 💖
YRON HNR: gracias a ti por tomarte tu tiempo de leerlo 😎😊
total 1 replies
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