La Reina Del Mafioso

Desde la penumbra de la sala VIP, con un vaso de whisky apenas tocado en la mano, Daniel observaba la escena en la pista de baile con una mezcla de alivio y una punzada de melancolía. La suave melodía envolvía a Mario y Susana mientras se movían con una torpeza tierna, sus cuerpos encontrando un ritmo incipiente.

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Daniel al ver la genuina sorpresa y el ligero sonrojo en el rostro de Mario al recordar su encuentro anterior. La negación inicial había dado paso a una confusión divertida, y ahora, una conexión palpable comenzaba a tejerse entre él y Susana.

Daniel había llegado al "Éxtasis" con la excusa de "vigilar" a Mario, una fachada para su verdadera misión: asegurarse de que Susana estuviera bien y observar cualquier movimiento sospechoso. La información que había recopilado sobre Santiago Montenegro lo mantenía en alerta constante, aunque el joven primo parecía haber desaparecido del radar desde su confrontación.

Ver a Mario y Susana juntos, sin embargo, le ofrecía un resquicio de esperanza. Mario era un hombre de recursos, con instintos protectores desarrollados y una lealtad feroz hacia quienes le importaban. Si entre él y Susana surgía algo más que una relación laboral, Daniel no podía imaginar un mejor guardián para su prima.

Recordó la calidez con la que Mario hablaba de Marina, la ternura en sus ojos al mirar a su hija. Esa misma ternura, Daniel comenzaba a percibirla en la forma en que miraba a Susana, una mezcla de admiración y una creciente afecto.

"Parece que el universo tiene su propia manera de proteger a los que ama," murmuró Daniel, tomando un sorbo de su whisky.

Había sentido una punzada de culpa al no revelar de inmediato a Susana su parentesco. Pero la incertidumbre sobre las intenciones de los Montenegro y la necesidad de protegerla sin alarmarla lo habían llevado a mantener el secreto.

Ahora, verla conectar con Mario le daba la esperanza de que no estaría sola en esta batalla silenciosa.

Su mirada se desvió hacia la entrada del club, escrutando los rostros que llegaban. La paranoia se había instalado en él desde que descubrió la verdad sobre la muerte de su tío David y la amenaza que se cernía sobre Susana y su madre.

Cada rostro desconocido era una posible amenaza, cada movimiento brusco lo ponía en alerta.

Suspiró, intentando relajarse. Por ahora, Susana estaba segura, rodeada de sus amigas y ahora, aparentemente, bajo la creciente atención de Mario. Daniel confiaba en el buen corazón de su amigo, en su capacidad para amar y proteger.

Observó cómo Mario sonreía al escuchar algo que Susana le decía al oído. La tensión inicial entre ellos se había disipado, reemplazada por una atmósfera de complicidad y ligereza. Daniel sintió una punzada de alivio. Quizás, en medio de la oscuridad que los rodeaba, un rayo de luz comenzaba a abrirse paso.

Su teléfono vibró en su bolsillo. Un mensaje encriptado de su informante

"Novedades. Santiago Montenegro reapareció. Contactó a un individuo con antecedentes en trabajos 'delicados'."

El alivio de Daniel se desvaneció instantáneamente, reemplazado por una oleada de preocupación. La amenaza no había desaparecido, solo se había mantenido en las sombras. Santiago no se había rendido.

Daniel apretó el vaso en su mano. Necesitaba advertir a Mario, pero ¿cómo hacerlo sin revelar la verdad sobre Susana y sin alarmarla innecesariamente? Tendría que ser sutil, sembrar la semilla de la precaución sin desatar el pánico.

Su mirada volvió a la pista de baile. Mario y Susana seguían bailando, ajenos a la sombra que se cernía sobre ellos. Daniel sintió la responsabilidad de protegerlos a ambos, de ser el escudo invisible contra la amenaza de los Montenegro.

Decidió que era hora de actuar. Se levantó de su asiento en la sala VIP y se dirigió hacia la pista, con la intención de interrumpir el incipiente romance y sembrar la duda en la mente de Mario. Necesitaba recordarle que no todos eran quienes parecían ser, que el peligro podía acechar en las formas más inesperadas.

Mientras se acercaba a la pareja, vio cómo Mario tomaba la mano de Susana y la guiaba fuera de la pista, susurrándole algo al oído con una sonrisa. Daniel sintió una punzada de celos, un instinto protector exacerbado por el descubrimiento de su parentesco con Susana.

"Demasiado rápido," murmuró Daniel para sí mismo. "Necesito intervenir antes de que sea demasiado tarde."

Los siguió con la mirada hasta que desaparecieron entre la multitud, con el corazón latiéndole con una mezcla de esperanza y temor. Mario era un buen hombre, pero ¿sería suficiente para proteger a Susana de la implacable furia de los Montenegro? Solo el tiempo lo diría. Daniel, desde las sombras, se aseguraría de que tuvieran todas las oportunidades de luchar. La partida apenas comenzaba.