Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.
Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.
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Capítulo 7
Cuando todo asusta
El sonido del monitor cardíaco seguía igual: continuo, insistente, real.
Pero había algo diferente ahora.
Las pestañas de Thiago temblaron suavemente. El aire entró con dificultad por sus pulmones. El cuerpo parecía pesado, como si estuviera atrapado entre dos mundos: el del dolor y el de la existencia.
Theo se dio cuenta primero. Estaba allí, como siempre, de la mano con su hermano.
—¿Thi? —susurró, con el corazón acelerado.
Los ojos de Thiago se abrieron despacio, como si la luz del mundo fuera demasiado fuerte. Estaban opacos, perdidos, y por algunos segundos no reconoció el lugar, ni las voces. El rostro estaba pálido, la mirada desenfocada.
Pero entonces, los ojos encontraron los de Theo.
Y en ese instante, las lágrimas llegaron.
—Hermano… —Thiago susurró, la voz casi inaudible, llena de miedo.
—Calma, calma. Estoy aquí, pequeño. Estás seguro ahora —Theo respondió, acariciando su cabello con delicadeza.
Pero la respiración de Thiago comenzó a acelerarse. Los ojos se abrieron desmesuradamente. Miraba a los lados como si estuviera rodeado por amenazas invisibles.
Cuando una enfermera entró para verificar los signos, Thiago se estremeció.
—No… no… por favor… —murmuraba, encogiéndose.
Theo se levantó inmediatamente, interponiéndose entre su hermano y el equipo.
—Denle un tiempo. Salgan. Por favor. Acaba de despertar.
La enfermera asintió, comprendiendo lo que estaba sucediendo.
Después de algunos minutos, la psicóloga del hospital, Dra. Helena, fue llamada. Era una mujer experimentada, de habla mansa, ojos atentos. Cuando entró en la habitación, percibió de inmediato el estado disociativo de Thiago: no conseguía distinguir seguridad de amenaza, cariño de dolor.
Ella hizo señas para que Theo esperara afuera por algunos instantes. Él vaciló, pero obedeció.
Dentro de la habitación, Helena se sentó a una distancia segura y usó el tono más ligero que podía.
—Thiago… no voy a hacerte daño, ¿de acuerdo? Solo quiero conversar. ¿Puedes oírme?
Él no respondió, apenas la miró con ojos llorosos. Encogido, los dedos temblando, la garganta seca.
—A veces la mente de uno se quiebra un poquito cuando el dolor es demasiado —ella continuó—. Y todo parece aterrador. Hasta vivir.
Thiago cerró los ojos, lágrimas silenciosas escurriendo.
—Yo no quería… —balbuceó él—. Yo solo quería descansar.
Helena asintió, comprensiva.
—Lo sé. Y ahora, vamos a cuidar de eso. Juntos. ¿De acuerdo?
Más tarde, después de conversar también con Theo y revisar el historial del paciente, Helena hizo el diagnóstico con cuidado y precisión:
—Thiago está en un estado depresivo profundo, con ansiedad severa y trauma emocional post-intento. Él necesita de acompañamiento diario, medicación, y… no puede quedarse solo. En hipótesis alguna.
Theo asintió, conteniendo el llanto. Dominic, del lado de afuera, oyó todo en silencio, apoyado en la pared fría, sintiendo cada palabra como una puñalada.
Él quería ver a Thiago. Hablar con él.
Pero cuando entró en la habitación, lo que vio dolió más que cualquier cosa.
Thiago se encogió al verlo.
Los ojos de él se llenaron de pánico, y su cuerpo pareció endurecerse en la cama. El monitor cardíaco pitó más rápido. Y antes de que Dominic pudiera decir cualquier cosa, la voz fraca, pero clara, salió de la boca del niño:
—Por favor… no.
Dominic se congeló.
Era rechazo. Miedo. Trauma.
Por culpa de él.
Él dio un paso atrás, como si hubiera sido expulsado sin ni siquiera ser tocado.
Theo entró luego, sosteniendo el hombro de Dominic con firmeza.
—Él no está listo para verte. Ni para oírte.
—Yo solo quería… —Dominic intentó decir.
—Lo sé. Pero ahora, no se trata de lo que tú quieres. —Theo miró en los ojos de él—. Si tú realmente sientes algo… vas a tener que probar con actitudes. Lejos. Con calma. Con tiempo.
Dominic asintió, vencido, con el corazón destrozado.
Y mientras él salía de la habitación, Thiago volvía a cerrar los ojos… no por sueño, sino por agotamiento. El tipo de cansancio que viene del alma, de quien ya lloró demasiado por dentro.
El dolor no había acabado.
Pero, por primera vez, ella estaba siendo oída.
Y ahora, Thiago no estaba más solo.