— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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No sea obstinada
— ¿No se siente fatigada? ¿Hemos estado bailando durante mucho tiempo? —inquirió el duque, preocupado por la salud de la joven.
— En absoluto, ¿y usted? —en realidad, Madeleine deseaba continuar en los brazos del duque, disfrutando de su fragancia.
— De ninguna manera, es un placer. Su padre no me permitió ofrecer una dote; sin embargo, me gustaría entregarle una mina de diamantes que descubrí en unos terrenos que adquirí cerca del marquesado Santillana. No he podido explotar esas tierras debido a las dificultades con el negocio principal de los Cárter. Me encantaría que aceptara la mina, ya que no solo sería un obsequio para usted, sino también para nuestro futuro hijo —expresó el duque con sinceridad. Tras reflexionarlo, había decidido otorgar a Madeleine la mina.
— ¿Sería posible que me abstenga de aceptar? —inquirió Madeleine de manera juguetona, aunque ya había contemplado varias ideas en donde podría utilizar, los diamantes de la mina.
— Me sentiría profundamente ofendido si no aceptaras mi modesto obsequio —manifestó el duque, mostrando una expresión de dolor en su rostro y buscando obtener una respuesta favorable de su esposa.
— Está bien, acepto; mañana discutiremos asuntos de negocios, pero por hoy, disfrutemos de la velada —respondió Madeleine, consciente de que para el hombre era significativo ofrecer algo de valor, por lo que no se negó.
Los duques se hallaban tan complacidos en su mutua compañía que perdieron la noción del tiempo y olvidaron su partida hacia el ducado de Cárter.
— ¿Les informamos? —inquirió Mónica a Vivían.
— No, dejemos que disfruten un poco más —afirmó el patriarca de la familia, Vitaly.
— Sin embargo, ya es momento de que se retiren; el trayecto hacia el ducado Cárter es extenso —expresó Vivían con preocupación.
— Ordenaré que se prepare una habitación en el palacio para que puedan quedarse y no tengan que emprender un fatigoso viaje —declaró el emperador.
— No sería lo más apropiado; para su mayor privacidad, lo ideal sería que pasaran la primera noche en el ducado, ese sera su hogar— protestó Vivían.
— ¿Quién se atreverá a interrumpirlos? Yo no lo haré; se les observa muy cómodos disfrutando del baile —preguntó Mónica a los presentes, manifestando su intención de no ser la responsable de perturbar la felicidad de los recién casados.
— Yo me encargaré —respondió el patriarca de los Vitaly, acercándose a los recién casados.
— Disculpen la interrupción, pero ha llegado el momento de que se retiren. Duque, cuídela; Madeleine, sé feliz —expresó Estefano al despedirse de los recién casados.
— Padre, te visitaré una vez que consolide mi posición; sin embargo, si lo deseas, eres bienvenido al ducado en cualquier momento. Las puertas del ducado Cárter estarán siempre abiertas para ti —dijo Madeleine con una sonrisa, reconociendo que la despedida era difícil, ya que su padre era la luz de sus ojos, pero había llegado el momento inevitable de separarse.
— ¿Cómo podría interrumpir? No soy tan intrusivo. Visitaremos cuando lo consideres apropiado; no estaremos solos, tu hermano aún no ha contraído matrimonio y nos hará compañía. No te preocupes en exceso, simplemente sé feliz, muy feliz —expresó el duque con nostalgia.
— Su gracia, el cumpleaños de los niños se aproxima y son bienvenidos a la celebración —manifestó el duque, reconociendo que la separación no sería sencilla.
— Tenga la certeza de que estaré presente; ofreceré el mejor regalo a mis nietos —afirmó el patriarca de los Vitaly con una amplia sonrisa.
El duque Cárter se sorprendió, pero le alegraba que sus hijos fueran aceptados por la familia de su esposa.
Los Duques se retiraron de la celebración sin inconvenientes. Una vez en el carruaje, Madeleine se recostó sobre el brazo del duque, visiblemente fatigada.
— Ha sido un día agotador —confesó Madeleine, bostezando con los ojos cerrados.
— Al llegar, podrá descansar plenamente, si así lo desea. Puede dormir sola para asegurar un descanso adecuado —respondió el duque con un tono comprensivo.
— De ninguna manera, usted no abandonará nuestra alcoba hasta el amanecer. No permitiré que se me considere como una esposa desatendida —replicó Madeleine con determinación.
Al llegar al ducado, el duque asistió a Madeleine para descender del carruaje.
— ¡Ay! —se quejó Madeleine al pisar mal, pues sus pies estaban hinchados debido a tanto baile.
— Debe tener los pies inflamados. — El duque no tardó en tomar a Madeleine en sus brazos, ante la mirada de asombro de los empleados que aguardaban su llegada.
— Procedan a preparar el baño para la duquesa. Robert, por favor, ve a buscar algunas vendas y pomada; la duquesa se encuentra herida. — Expresó el duque con un tono de evidente preocupación.
— Oh, no es para tanto, probablemente solo tengo algunas rozaduras por mis zapatos. — Murmuró Madeleine, sintiéndose avergonzada, pero al mismo tiempo experimentando un cálido sentimiento en su corazón debido a la preocupación que el duque mostraba por su bienestar.
— No puedo desatender tu salud; tu padre me mataría. — Afirmó el duque, depositando con sumo cuidado a Madeleine en un sillón.
Madeliene frunció el ceño de inmediato, ya que creía que el duque se preocupaba por su bienestar; sin embargo, la verdadera preocupación del hombre radicaba en las posibles represalias que su padre podría tomar en su contra.
Cuando el duque intentó quitarle el zapato de tacón, Madeliene reaccionó moviendo el pie.
—No es necesario que me ayude; el médico podría encargarse de ello —dijo Madeliene con severidad, de tal manera que sus palabras sonaron tan ásperas que el duque no comprendió en qué había fallado.
—No sea obstinada; si esperamos al médico, el dolor solo empeorará —advirtió el duque.
— Prefiero esperar; además, debo tomar un baño para prepararme y puedo mojar las vendas —expresó Madeleine, levantándose para dirigirse a la habitación, a pesar de no conocer su ubicación y de caminar con dificultad. Estaba decidida a encontrarla por su propia cuenta.
— Yo la llevaré —respondió el duque, cargando nuevamente a Madeleine a pesar de sus protestas.
El duque la depositó en la habitación, donde un grupo de doncellas estaba a su disposición.
— Buenas noches, estoy en sus manos —dijo Madeleine, sonriendo mientras avanzaban con dificultad hacia la bañera.
Las emocionadas doncellas se dedicaron a preparar con esmero a la joven duquesa. Madeleine, en un estado de relajación, casi se queda dormida; tanto así que fue interrumpida por una de las sirvientas.
— Mi señora, le ruego que no se duerma; aún queda el proceso de atavío. — Madeleine fue vestida con un largo camisón que realzaba las proporciones de su figura.
— Mi señora, hemos concluido. Si requiere algo, por favor, haga sonar la campanita que se encuentra a su derecha y acudiremos de inmediato. — Madeleine asintió y permaneció sentada en la cama, sintiendo un notable malestar en los pies que le dificultaba recorrer la habitación.
— Debería haber permitido que me vendaran los pies; esto será todo un desafío. ¿Cómo podré lograr que me ame sin experimentar dolor en el proceso? — Madeleine se sintió abrumada por la frustración ante esta circunstancia.
Nota: Pronto les haré un nuevo maratón. La verdad, me siento muy feliz de saber que les gusta mi forma de escribir. No todo es realmente como debería ser en una historia de época antigua, pero trato de hacer lo mejor posible. Muchas gracias por su apoyo.
Se me hace que la anciana y ese hijo suya van a ver la luz jaja
Y la tonta Martha quedará adolorida.
Pero... Que verdad nos espera, ahora me comeré las uñas de los nervios ... 🥺