MI ESPOSO ES UN CEO

Zulay se quedó callada por un momento. La habitación seguía impregnada con el olor a desinfectante, el leve pitido de las máquinas y el susurro lejano de los pasos por el pasillo. Dio un suspiro, profundo, como si intentara sacar de su pecho todo el peso de los años que había cargado sola. Luego, sin decir nada más, extendió la mano y tomó la de Víctor con firmeza.

—Vamos a la cafetería y te digo lo poco que sé de esa mujer —dijo con voz apagada, saliendo de la habitación de su madre, que dormía tranquilamente entre tubos y sábanas blancas.

Víctor caminó a su lado en silencio, sin soltarle la mano. Bajaron al primer piso del hospital, donde una cafetería con olor a pan recalentado y café viejo ofrecía una especie de refugio a los que vivían en la incertidumbre de una sala de espera.

Eligieron una mesa en el rincón, alejada de las otras. Zulay se sentó primero. Se veía agotada, como si cada palabra le costara más que la anterior.

—¿Quieres tomar algo? —preguntó Víctor, tratando de dibujar una sonrisa que, aún con su dolor, seguía desarmando a Zulay por completo.

—Sí… un café, por favor —respondió ella mientras se acomodaba en la silla, entrelazando sus manos con nerviosismo.

Víctor fue a la barra y pidió dos cafés. Regresó con los vasos de cartón en las manos y los puso sobre la mesa. Luego se sentó frente a ella, observándola como si buscara respuestas en su rostro.

—Dime cómo era esa mujer que fue al hospital el día que diste a luz a nuestro hijo —susurró, con los ojos fijos en los de ella.

Zulay bajó la mirada. El vapor del café nubló la superficie entre ellos, como una metáfora de todo lo que aún no se decía. Tomó aire, pero antes de hablar, una lágrima rodó silenciosa por su mejilla.

—Ella era una mujer elegante. Arrogante. Llevaba el cabello rojizo, perfectamente peinado. Tenía algunas pecas, y sus ojos… sus ojos eran de un azul tan intenso que daban miedo. No era como cualquiera. Tenía una presencia que helaba la sangre —dijo Zulay, limpiándose la lágrima con el dorso de la mano—. Esa fue la mujer que se llevó a mi bebé.

Víctor apretó los dientes. Sacó su celular con rapidez, lo desbloqueó, y comenzó a buscar algo con sus dedos temblorosos. Finalmente, encontró una fotografía y se la mostró a Zulay.

—¿Es esta mujer?

Zulay miró la pantalla. Su rostro palideció de inmediato. Su mano tembló al señalarla.

—Sí… ¡sí! Esa es ella. Esa es la mujer que se llevó a mi bebé… —exclamó con la voz rota por el recuerdo.

Víctor cerró los ojos con fuerza y respiró hondo, luchando contra una ira que lo consumía desde el pecho.

—En estos días traeré a nuestro hijo —dijo con decisión, apretando el vaso de café con fuerza—. Pero necesito entender lo que pasó esa noche en la que tú y yo estuvimos juntos. No recuerdo nada, Zulay. Necesito recordar. Necesito saber.

Zulay se removió en su silla. Miró a su alrededor, como si el hospital pudiera escuchar lo que estaba a punto de revelar. Luego se inclinó hacia él, bajando la voz.

—Yo era recepcionista en aquel hotel. Esa noche, recibí a dos hombres que te traían a rastras. Estabas fuera de ti, inconsciente, como si no pudieras sostenerte en pie. Me pidieron una habitación y se las di, los guíe hasta el ascensor. Se me hizo raro que, apenas te dejaran en la cama, se marcharan sin decir más.

Víctor frunció el ceño. Su mente era una neblina espesa.

—¿Y tú qué hiciste?

—No me quedé tranquila. Algo dentro de mí no me lo permitió. Terminé mi turno y, al salir, fui a esa habitación. Cuando entré, te encontré completamente desorientado, con fiebre. Decías que sentías un fuego recorriendo todo el cuerpo. Llamé a un amigo que estudiaba medicina. Le conté lo que pasaba y me dijo que te habían drogado con un afrodisíaco muy potente… y que podías perder el control por completo.

—¿Y tú…? —preguntó Víctor con cautela.

—Me dijo cómo ayudarte. Lo hice. No sé qué otra cosa podía hacer. Tú apenas podías hablar, sudabas, temblabas… No estaba en mis planes… jamás lo habría imaginado, Víctor —dijo Zulay, bajando la cabeza, avergonzada.

Víctor se quedó en silencio, removiendo el café con la cucharilla de plástico. Luego alzó la vista.

—Gracias por ayudarme… pero hay algo que no entiendo. ¿Por qué no amanecí en esa habitación?

Zulay suspiró, cruzando los brazos.

—No lo sé. Yo me desperté primero. Me asusté al recordar lo que había pasado. Me vestí rápido y me fui. Te dejé ahí, en la cama. Jamás imaginé que desaparecerías como si nada.

Víctor asintió lentamente.

—Yo desperté en el apartamento de Vanesa. En su cama. Estaba desnudo. Ella también. Y justo en ese momento entró Camilo… mi hermano.

Zulay lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Camilo?

—Sí… me gritó, me dijo que era el peor hermano del mundo. Yo no entendía nada. No me importó en ese momento. Creí que estaba viviendo una segunda oportunidad, que lo que sentía por Vanesa era real. Ella desapareció a los dos días. Y no volví a saber de ella… hasta hace tres meses.

—¿Qué pasó?

—Me la encontré por casualidad. Me dijo que era el padre de su hijo. Que esa noche que pasamos juntos había quedado embarazada. Me emocioné… conocí a Ricardo ese día. Almorzamos juntos, hablamos, jugamos. Sentí que estaba formando una familia, Zulay.

Ella bajó la mirada. Sus dedos apretaban el vaso de café con fuerza.

—Esa misma noche, volví a amanecer en su cama. Pero no recuerdo nada. No hubo alcohol, no hubo droga… y no recuerdo haber estado con ella. Solo sé que su esposo nos encontró y le pidió el divorcio.

—¿Y tú?

—Yo… no quise dejarla sola. Me fui con ella. Me fui con mi hijo. Con Vanesa… creí que estaba haciendo lo correcto.

Zulay no pudo evitar que las lágrimas volvieran a brotar por su rostro, y su voz se quebró.

—Lamento todo lo que ha pasado, Víctor… todo lo que esa maldita mujer te ha hecho. Nos ha roto a todos.

Víctor le tomó la mano, esta vez con más firmeza.

—Te prometo que te devolveré a nuestro hijo. Lo juro. Pero ahora necesito cuidarte. A ti y a él. Apenas lleve a Ricardo a casa, tú te vas a quedar con mi madre. Trasladaremos a tu mamá al mismo lugar. También a tu amiga. Ya no estarás sola mi amor.

Zulay lo miró sorprendida.

—¿Y tú?

Él hizo una pausa. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y determinación.

—Yo seguiré siendo "el malo" de la historia… por ahora. Mi plan es cuidar a toda mi familia. Pero para eso… tendré que hacerle daño a mi hermano de nuevo .

Una lágrima escapó por su mejilla. No era de rabia. Era de resignación.

Zulay lo miró en silencio por unos segundos. Luego le acarició la mano.

—Lo que necesites, Víctor… aquí estaré para ti...

Continuara...