Por Amor O Por Dinero

—Bien, solo firme estos documentos y el auto será todo suyo —informó el gerente con una sonrisa profesional, extendiéndole a Oliver un bolígrafo de cuerpo metálico y brillante.

Oliver bajó la mirada lentamente hacia los papeles. Sus dedos, temblorosos por una mezcla de nerviosismo y duda, sujetaron el bolígrafo mientras sus ojos recorrían cada línea del contrato. El nombre del comprador, su nombre, estaba ahí, impreso con tinta negra, junto a la descripción del vehículo y los datos legales. Era real. Todo era real.

Durante unos segundos, vaciló. ¿De verdad merecía algo así? ¿Podía aceptar semejante regalo sin haber hecho nada para ganárselo? ¿Sin haber siquiera luchado por conseguirlo con su propio esfuerzo?

Pero entonces pensó en Xavier. En su mirada decidida, en sus gestos inesperadamente tiernos, en la forma en que había hecho que todo esto pareciera normal. Como si fuera su derecho cuidarlo, protegerlo… proveerle. Aunque sabía que todo era mentira, quería creerlo. Al menos por el momento.

Con un leve suspiro, Oliver apretó los labios y firmó.

—Perfecto —dijo el gerente, recibiendo los documentos ya firmados—. El auto está estacionado afuera, listo para ser conducido. Aquí tiene las llaves y los documentos oficiales. Felicidades por su nuevo auto, señor.

—Gracias —musitó Oliver con una sonrisa tenue, casi imperceptible.

Pero por dentro no era tan sencillo. Aceptar ese auto era aceptar que algo dentro de su mundo había cambiado para siempre. No solo tenía un auto nuevo; tenía el respaldo, la atención… y quizás algo más, de un hombre como Xavier Belmont. Y eso lo descolocaba.

No se sentía cómodo recibiendo algo tan grande a cambio de nada. Menos aún si venía de alguien como él.

—Vamos —dijo Xavier en voz baja, envolviéndolo con un brazo firme por la cintura, como si fuera natural, como si le perteneciera. Su cercanía era abrumadora, pero también reconfortante. Oliver sintió el calor de su cuerpo irradiando contra el suyo mientras lo guiaba hacia la salida.

El contraste entre la noche fría y la calidez de ese abrazo le provocó un escalofrío.

Xavier abrió la puerta del copiloto de su lujoso auto. Luego se inclinó hacia la guantera, revolvió unos papeles y objetos, y sacó un sobre blanco, pequeño, con su nombre escrito en caligrafía precisa.

—Toma —le dijo, extendiéndoselo—. Esta es tu licencia de conducir.

Oliver parpadeó, confundido.

—¿Mi… licencia? —repitió, tomándola con cautela—. Pero si yo no he ido a tramitarla.

Con cierto escepticismo, abrió el sobre y extrajo la tarjeta de plástico. Su fotografía, su nombre completo, su firma. Todo estaba allí. Oficial. Legal. Perfecto.

—Es… ¿real? —preguntó con un hilo de voz, alzando la mirada hacia Xavier con desconcierto.

Xavier soltó una breve carcajada, cargada de ironía y algo más.

—¿De verdad piensas que haría algo ilegal? —se burló con elegancia—. Claro que es real. ¿Qué clase de hombre crees que soy?

Oliver bajó la vista, avergonzado por haber dudado. Claro que era real. Claro que Xavier, con todo su poder e influencia, podía conseguirle una licencia legítima sin que él siquiera pusiera un pie en la oficina correspondiente. ¿Cómo se le ocurría pensar que alguien como Xavier Belmont pondría en juego su reputación por una falsificación?

—Lo siento… —murmuró apenas audible.

Pero Xavier no parecía molesto. Al contrario. Caminó hacia él, y con una naturalidad desconcertante, lo tomó por la cintura una vez más, esta vez con más firmeza, acercándolo tanto que sus cuerpos quedaron unidos.

El corazón de Oliver comenzó a latir con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho.

Entonces, Xavier bajó el rostro, acercando sus labios al oído de Oliver. Su voz se deslizó con una suavidad peligrosa, mientras su aliento cálido acariciaba su piel:

—Mañana… ponte la mejor ropa que tengas.

Oliver sintió que las piernas le temblaban.

—¿Para qué? —preguntó, sin aliento.

Y Xavier le respondió al oído, rozando apenas con sus labios la sensible piel de su cuello:

—Vamos a hacer pública nuestra relación… noviecito.

La palabra le explotó en el pecho. No supo si era ternura, vértigo o miedo. Quizás todo junto.

Cuando Xavier se apartó, lo hizo con una sonrisa segura, como si acabara de sellar un contrato inquebrantable.

—Adiós —dijo con ese tono que dejaba una huella.

Oliver no pudo hacer más que observarlo mientras subía al auto y se alejaba sin prisa por la carretera oscura. El rugido del motor fue lo último que oyó antes del silencio.

Solo entonces se permitió respirar profundamente. Llevó una mano temblorosa a su oído, el mismo que Xavier había rozado con sus labios, y se agachó, quedando en cuclillas junto al bordillo de la acera.

Ocultó el rostro entre las manos, ardiendo de vergüenza y emoción.

«Mierda… ¿cómo se supone que me desenamore si se comporta así?», pensó, sintiendo que su corazón podía romperse de tanto latir. Era como si cada gesto de Xavier lo empujara más allá del límite, más allá de cualquier defensa. Cada vez era más difícil fingir que no sentía nada… cuando en realidad, lo sentía todo.

...****************...

Apenas amanecía cuando Oliver despertó con una inquietud punzante en el pecho. Lo primero que hizo fue tomar su teléfono celular y revisar las notificaciones que se habían acumulado durante la noche. Al abrir la aplicación de la fanpage de Xavier Belmont, su rostro palideció.

Aunque Xavier no era actor ni modelo, su posición como CEO de Imperium Media Group lo mantenía en el ojo público. Sus apariciones constantes en medios de comunicación, su carisma natural y su apariencia impecable lo habían convertido en una figura seguida por miles, incluso millones, de personas. Y ahora, Oliver estaba en medio de ese huracán mediático.

Al tocar la primera notificación, su respiración se detuvo. Sus ojos se abrieron de par en par, incapaces de creer lo que estaban viendo. Una captura de pantalla mostraba la portada de una revista amarillista que circulaba en redes sociales con rapidez alarmante.

"Xavier Belmont, el CEO de Imperium Media Group, ¿estrena amante masculino?"

Ese era el titular, en letras mayúsculas y llamativas, como si quisieran gritarle al mundo lo que hasta ahora había sido solo un trato silenciosos. Debajo del texto, una imagen capturada con lente largo mostraba claramente a Xavier tomándolo por la cintura frente a la agencia de autos, con una expresión que no dejaba lugar a dudas: había intimidad, había una conexión. Había algo.

Oliver se quedó helado, mirando la imagen una y otra vez. De repente, todos los gestos que Xavier había tenido el día anterior cobraban sentido. El brazo rodeándole la cintura. El susurro al oído. El "noviecito". No era solo Xavier siendo Xavier… era una puesta en escena. Una estrategia. Una forma de adelantarse a la prensa.

«Entonces… ya lo sabía», pensó, llevándose una mano al rostro, aún incrédulo.

Pasó la palma por su cabello despeinado, frustrado y con el corazón golpeando fuerte en el pecho.

—Carajo —murmuró, respirando hondo para contener la ansiedad—. Tengo que ser más profesional a partir de hoy y dejar de ilusionarme solo.

Porque claro, Xavier no se comportaría así con él si nadie estuviera observando. No era romántico por instinto, mucho menos con un hombre. Era calculador. Inteligente. Y si había decidido mostrarlo en público como su pareja, era porque algún reportero ya lo había captado. Tal vez el mismo que se escondía entre los arbustos frente a la oficina.

Oliver se recostó por un instante en la cama, mirando el techo. Sabía lo que debía hacer. Si iban a estar en la mira de los medios, tendría que aprender a actuar. A sonreír sin parecer nervioso. A comportarse como el supuesto novio del CEO más influyente del país. A no delatar que, en el fondo, no tenía idea de lo que estaba haciendo ni de lo que verdaderamente sentía por Xavier.

No abrió los comentarios. No se atrevió. No quería leer opiniones hirientes, críticas, burlas ni ningún mensaje que le recordara que la sociedad todavía no estaba lista para ver a dos hombres juntos sin prejuicio. El simple pensamiento de enfrentarse a ese juicio público lo hizo encogerse internamente.

Con los nervios a flor de piel, se obligó a levantarse. Caminó directo al baño y se dio una ducha de agua helada, buscando calmar los temblores que recorrían su cuerpo. La piel se le erizó por el frío, pero al menos su mente comenzó a aclararse.

Cuando salió, su madre aún dormía en la habitación contigua. El cielo estaba teñido de azul oscuro, con apenas un rastro de luz asomándose en el horizonte. El sol aún no había salido del todo.

Ese día, Oliver no sería simplemente un chico anónimo. En pocas horas, sería tema de conversación en cafés, noticieros y redes sociales. El país entero —o al menos una parte significativa de él— lo vería, lo juzgaría, lo analizaría.

Y no estaba preparado para ello.

Pero debía aparentar que sí.