MI NIÑA. UNA GUERRERA. RENACIENDO. "Una Historia Que Duele… Pero También Salva"

POV Martín

Estoy en casa, relajado, fumando un cigarrillo y bebiendo una copa. Celebrando la suerte que tengo.

Ayer pensé que tendría que secuestrar al sobrino de la perra de Charrill o, peor aún, arrodillarme ante mi tío para rogarle otro adelanto mientras se resolvía lo de la casa.

Pero la vida me sonrió.

El imbécil de Parmenio cayó rendido ante la zorra de Charrill. Pobre iluso… si supiera que en la cama es un cadáver con pulso.

Fría.

Torpe.

Sin alma.

Apenas gime, y cuando lo hace, es por dolor.

¡Y eso, maldita sea! Me fascina.

Me hace sentir dueño de todo.

De ella.

De su miedo.

De su cuerpo inútil.

Un dios entre humanos.

Pero ya no la quiero ni para eso. Hoy es el día en que me libro de esa estúpida para siempre. Y no solo eso… también me voy a llenar los bolsillos.

Dinero rápido.

Sin esfuerzo.

Justo lo que necesito para largarme de esta vida de migajas y montar de una vez por todas mi imperio. “Chicas Webcam”. Sin reglas. Sin jefes. Sin límites y lo mejor de todo lleno de placer para mí.

Solo tengo que mover bien las fichas con el viejo.

Ese anciano decrépito a quien ya le llegará su turno. Fue quien me ordenó tenerla bajo control, como parte de su absurda revancha contra un muerto que ya debe estar más que podrido en el cementerio.

Debería superarlo, pero ese no es mi problema. Mientras él juega a la venganza, yo juego a ganar.

Por cada día que ella sigue bajo mi sombra, yo cobro. Y eso es lo único que me interesa.

Recuerdo cuando me mostró su foto. Apenas tenía 19 años. Una mocosa.

De esas ingenuas que se entregan por completo a sus sueños. Soñaba con ver uno de sus vestidos desfilando en las grandes pasarelas. París, Milán, Nueva York… ¡Ja!

Poco a poco la fui engatusando con tonterías: flores, chocolates, peluches ridículos. Cualquier basura que hiciera brillar sus ojos.

Cuando su madre le regaló el viaje a París, el terror me invadió de golpe.

Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones. La imagen de ella yéndose, cruzando el océano, perdiéndose en una ciudad lejana, me golpeó con una brutalidad insoportable.

No podía perder a mi gallinita de los huevos de oro.

Pensé que se me escapaba para siempre. Que desaparecería de mi vida, que nunca más podría tenerla bajo mi control.

No podía quedarme ahí, esperando, viendo cómo se me desvanecía.

Necesitaba actuar, y rápido. Si no lo hacía, la perdería, y no estaba dispuesto a eso.

Ella era todo lo que necesitaba para seguir viviendo sin esfuerzo. Mi fuente de riqueza, mi vida de lujos, mi ticket a una existencia sin complicaciones.

No podía ni siquiera pensar en trabajar, menos aún en algo que no fuera fácil. Ella era mi cajero automático, y no iba a dejar que se me escapara.

Flashback

Llego al apartamento de mi tío. Está allí, como siempre, encerrado entre libros de contabilidad… y fotos de la mamá de Charrill.

Están por todos lados: enmarcadas, sueltas, en blanco y negro, a color, recortadas, ampliadas. Su obsesión con esa mujer raya en lo patológico.

Charrill y su madre comparten varios rasgos: el cabello castaño, la estatura y esa dulzura ingenua que las hace ver encantadoras… y fáciles de manipular.

Pero hasta ahí llega el parecido. Mi novia tiene la piel más clara, como una muñeca de porcelana fina y delicada, y esos ojos celestes capaces de detener el tiempo.

La diferencia más evidente está en el estilo: su madre se viste como si el mundo aún esperara recato absoluto, siempre cubierta, sin dejar a la vista una sola curva.

En cambio, mi futura esposa no solo las tiene, sino que sabe llevarlas con elegancia. No exagera, no necesita provocar para destacar… tiene lo justo. Lo suficiente para despertar envidia en algunas y, sobre todo, para que Muchos me envidien a mí.

—¿Qué haces aquí? —me suelta, seco, como un latigazo que no se molesta en disimular el desdén.

Ruedo los ojos. Tiene ese talento innato para hacerme sentir como basura, como si mi sola presencia fuera una ofensa personal… una molestia que preferiría evitar.

—Tío, la inútil de Charrill se va mañana para París… —digo, eligiendo cada palabra con cuidado. Si quiero sacarle algo, tengo que presionar el botón correcto.

Sus ojos por fin se despegan de las fotos. Me observa, en alerta.

—Su madre le regaló un viaje con todos los gastos pagos. Va a un desfile de moda.

El tío Fermín se pone de pie como si lo hubiera mordido una víbora.

—¡María Teresa no me dijo nada! —golpea el escritorio—. ¡No puedes permitir que esa muchachita escape de tus manos!

Me encojo de hombros con fingida resignación.

—Tío… no tengo dinero. Y, según entiendo, uno de sus diseños fue preseleccionado por un diseñador importante. Tal vez se quede allá.

Eso lo desquicia. Barre con todo lo que hay sobre el escritorio: papeles, tazas, lapiceros… todo sale volando.

—¡Maldita sea, Martín! ¡Eres tan inútil que ni siquiera puedes controlar a una mocosa! Deberías aprender algo de tu hermana Fabiana. Pero no… tú eres un bueno para nada.

—¡Tío!

—¡Tío, nada! Tienes 27 años y no sirves para un carajo. No trabajas, no estudias, no produces. ¡Y lo único que te pedí fue que conquistaras a esa idiota para que no se acercara a mi María Teresa!

Saca su chequera, furioso, y garabatea unos números.

—Tío, sabes que he tenido mala suerte. Es difícil, en este país levantar un negocio…

Me mira por encima de sus anteojos, con desprecio.

—Excusas. Tu hermana sí es una mujer de negocios. Está triunfando. Tiene una carrera, una empresa…

—Pero, tío, ella se casó con un ricachón, gracias a ti.

Hace un gesto con la mano, desestimando mi comentario.

—Tío, ¿por qué odias tanto a Charrill? —dejo salir la pregunta; la intriga me carcome por dentro.

Durante un tiempo pensé que era por el dinero que su madre le da, pero está claro que no es eso.

Él toma una de las fotografías de María Teresa y la observa como si al mirarla pudiera devolverle el pasado.

—Esa mocosa tiene los mismos ojos de su padre… —murmura, con la voz cargada de rencor—. Cada vez que la veo, son los ojos de Rodrigo que me atraviesan. Recuerdo que ese infeliz me robó a la única mujer que he amado. Ella debió ser mía. Por eso lo tuve que mandar a visitar a Lucifer, pero a su hija la quiero sufriendo cada día de su vida.

Sus dedos tiemblan ligeramente al sostener la imagen. El odio está ahí, sí, pero debajo se esconde una tristeza vieja, densa, envenenada por los años.

Entonces lo comprendo: no quiere destruirla por lo que es, sino por lo que representa. Charrill no es solo su sobrina política, es el vivo reflejo del hombre que fue su amigo… y que le arrebató el amor de su vida. Él jamás se ha casado. Jamás superó esa herida.

Ha estado al lado de la madre de Charrill desde que ella enviudó, como una sombra fiel. Pero ella nunca lo ha mirado con otros ojos. Solo lo ve como un amigo de toda la vida.

—Quiero que ese malnacido se retuerza allá en el infierno, viendo cómo sufre su niña… su adoración, la luz de sus ojos, como la llamaba —escupe las palabras con veneno, como si con eso pudiera por fin cobrar su deuda con el pasado.

—Toma este cheque. Compra los pasajes. Y cuando regreses, quiero verla sometida. En lo posible destruida. Pero bien lejos de mi mujer.

Sonrío mientras guardo el cheque. Es una buena suma. Y lo mejor: me va a sobrar para cubrir unos cuantos meses de mis... hábitos..

Todo será mío.

Claro que voy a regresar con ella… con ella y con el apartamento que su madre va a entregarle. Ese dinero me viene como anillo al dedo.

(---)

Desciendo del avión. París. La ciudad del amor.

"Yo vengo por algo mucho mejor: poder, control… y dinero."

(…)

¿Por qué Charrill cayó en sus garras?

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