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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 23

Lucía regresó del baño, con su figura elegantemente vestida destacando entre los asistentes. Cuando entró nuevamente al salón del banquete, su mirada se cruzó brevemente con la de Rafael, quien la observaba con una mezcla de admiración y posesividad. Ella sonrió y se acercó, sintiendo el peso de las miradas que aún se posaban sobre ella, pero sin inmutarse.

Rafael se levantó para recibirla y, al instante, se acercó a Don Benito, quien estaba esperando a su lado, con una leve sonrisa en el rostro.

—Lucía, quiero que conozcas a Don Benito —dijo Rafael, guiándola hacia el hombre mayor, que la observaba con un aire de cortesía y curiosidad—. Don Benito es una de las figuras más respetadas aquí.

Lucía extendió su mano con una sonrisa cálida, consciente de la importancia del anciano en ese círculo de poder.

—Mucho gusto, Don Benito —dijo ella con tono suave pero firme.

El anciano sonrió amablemente y tomó su mano, agachándose ligeramente para besársela con respeto.

—El placer es mío, mi querida. He oído mucho sobre ti. Rafael tiene un buen ojo para las personas —respondió, y sus ojos brillaron con una mirada perspicaz—. Además, he notado que compartimos algo en común.

Lucía, intrigada, lo miró con curiosidad.

—¿De veras? —preguntó, levantando una ceja.

—La lectura. Mi esposa, mi querida María, siempre ha sido una gran amante de los libros. De hecho, te confieso que me habla mucho de ellos.

Lucía sonrió con calidez, percibiendo un atisbo de melancolía en los ojos del anciano al mencionar a su esposa.

—A mí también me encanta leer —dijo Lucía, sintiendo un impulso de empatía—. Me encantaría conocerla algún día. Me imagino que, si le gustan los libros, sería fascinante hablar con ella.

Don Benito pareció suavizarse aún más al escuchar sus palabras, pero al mismo tiempo, una sombra de tristeza cruzó su rostro.

—Me gustaría, pero desafortunadamente no vino esta noche. No se siente bien...—dijo él, su tono volviéndose ligeramente más grave. Sus ojos se apartaron de los de Lucía, y parecía perdido en un pensamiento lejano.

Lucía, percibiendo la pena del hombre, lo miró con dulzura y, sin pensarlo mucho, le dijo:

—¿Y si fuéramos a visitarla en estos días? Estoy segura de que un buen libro podría animarla. Tal vez podría llevarle algo interesante para leer, algo que la haga sentirse mejor.

Rafael observaba en silencio, notando la sinceridad y la bondad en las palabras de Lucía. Él también había percibido la tristeza de Don Benito, pero el gesto de Lucía de querer ir a visitarla lo tocó profundamente.

Don Benito se quedó en silencio por un momento, evaluando la propuesta, antes de sonreír con nostalgia.

—Eso sería muy amable de tu parte, Lucía. Mi esposa se alegraría mucho de recibirte. Será un buen detalle.

Rafael intervino entonces, con una mirada que reflejaba la preocupación de no querer alejarla demasiado de él en una ocasión como esa, pero comprendiendo el valor del gesto.

—Si tú lo deseas, podemos organizar una visita —dijo, su voz suave pero decidida—. No me gustaría que te sintieras incómoda, pero sé que le haría muy bien a Benito y a su esposa.

Lucía sonrió y asintió con agrado.

—Claro, me encantaría —respondió, sin dudar.

Y mientras la conversación continuaba, el ambiente a su alrededor parecía volverse más cercano, como si las palabras de Lucía y el ofrecimiento de apoyo hubieran suavizado el ambiente del banquete por un instante.

El banquete había continuado con risas, conversaciones cruzadas y brindis elegantes, pero Rafael no había dejado de observar a Lucía ni un solo instante. Aunque ella mantenía su porte sereno y su sonrisa educada mientras conversaba con los invitados, sus gestos la delataban. En un momento en que creyó que nadie la miraba, flexionó uno de sus tobillos discretamente, girando el pie con pequeños movimientos circulares bajo la mesa. Luego repitió el gesto con el otro, mientras bajaba un poco la mirada, como buscando alivio.

Rafael se inclinó hacia ella y, en voz baja, le susurró:

—¿Te duelen los pies, amore?

Lucía alzó la mirada, con una sonrisa apenada pero tierna.

—Solo un poco… no estoy acostumbrada a usar tacones tanto tiempo —admitió con un suspiro—. Son bonitos, pero me están cobrando factura.

Rafael sonrió con ternura, rozando su mano por debajo de la mesa.

—Creo que ya hiciste más que suficiente esta noche. ¿Te parece si nos vamos?

Lucía dudó un segundo, mirando alrededor, pero la mirada de Rafael era tan decidida como dulce. Asintió suavemente.

—Sí, me encantaría —susurró.

Se despidieron cordialmente de los anfitriones más cercanos, con Rafael inventando una excusa elegante sobre un compromiso temprano al día siguiente. Tomó la mano de Lucía con naturalidad y la guio fuera del jardín iluminado, mientras algunos invitados aún seguían bailando o riendo con copas en alto.

Subieron las escaleras rumbo a su habitación, caminando despacio. Cuando entraron, Rafael cerró la puerta detrás de ellos con suavidad. Lucía, con un suspiro de alivio, se quitó los tacones en cuanto tocó la alfombra, quedándose en puntas de pie unos segundos mientras estiraba los dedos de sus pies con un suspiro dramático.

—No sabía cuánto los odiaba hasta ahora —dijo, divertida.

—Yo los odié desde el primer paso que diste al aparecer esta noche… porque sabía que no iba a ser el único mirándote —dijo Rafael, acercándose a ella desde atrás, rodeando su cintura con los brazos.

Lucía rió entre dientes, recostándose suavemente contra su pecho.

—Eres tan exagerado…

—Y tú tan hermosa —murmuró él, bajando el tono, su voz convirtiéndose en un susurro al rozar su cuello—. Ven.

La tomó de la mano, llevándola al balcón para que el aire fresco de la noche italiana les acariciara el rostro. Desde allí, podían ver los destellos lejanos del banquete, las luces cálidas, la música filtrándose suavemente por las ventanas cerradas.

Lucía se apoyó en la baranda, cerrando los ojos un instante. Rafael la contempló, pensando en lo afortunado que era, y en todo lo que haría para proteger esa paz que solo ella sabía darle.

—Gracias por hoy —le dijo, apoyando su frente contra la de ella.

—Gracias por traerme contigo —respondió ella, suave, envolviendo sus dedos con los de él.

Y ahí, entre la brisa, el cansancio y la intimidad tranquila, se quedaron un rato más, en silencio.

La brisa del balcón les acariciaba el rostro, pero el calor entre ellos era lo único que Rafael sentía. Acarició suavemente la mejilla de Lucía, bajando los dedos por su cuello hasta rozar el inicio del escote de su vestido. Ella lo miró, con los ojos apenas entreabiertos, y esa sola mirada bastó para que él supiera que quería lo mismo que él: fundirse sin palabras, con el cuerpo y con el alma.

Rafael la alzó con delicadeza en brazos, y Lucía rió bajito, sorprendida.

—Rafael…

—Shhh —susurró él con una sonrisa—. Esta vez tú no caminas.

La llevó hasta la cama y la depositó con suavidad entre las sábanas. Se inclinó sobre ella, dezlizando lentamente el vestido, dejando al descubierto su piel con movimientos pausados, como si cada centímetro fuera un tesoro por descubrir. Lucía lo miraba sin moverse, respirando con más fuerza, con los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando al compás del deseo.

Cuando el vestido cayó del todo, Rafael se detuvo un instante para mirarla. Ella, con esa mezcla de timidez y confianza, de sencillez y belleza real, lo desarmaba cada vez más. Él también se quitó la camisa, y cuando su piel tocó la de ella, ambos suspiraron al unísono.

—Eres… perfecta —murmuró Rafael, besándola desde el cuello hasta el hombro, mientras sus manos acariciaban su cintura con devoción.

Lucía respondió abrazándolo con fuerza, atrapándolo entre sus piernas, buscando su boca para besarlo con ansias contenidas. Se besaron profundamente, como si todo lo que no habían dicho esa noche se condensara en ese contacto. El amor que se profesaban iba más allá de lo físico, pero en ese momento era el deseo lo que hablaba más fuerte.

Sus cuerpos se movieron con sincronía, con ternura y pasión, como si se conocieran de toda la vida. Rafael no la apresuraba, la adoraba. Y Lucía, entre suspiros, se entregaba por completo, con cada caricia, cada gemido, cada mirada cargada de emoción.

Cuando finalmente se fundieron en un clímax compartido, se quedaron abrazados, piel con piel, sus cuerpos temblando levemente mientras sus respiraciones volvían lentamente a la calma.

—No sé cómo hice para vivir antes de ti —susurró Rafael contra su oído.

Lucía sonrió, acariciando su nuca.

—No importa. Lo importante es que ahora estás conmigo.

Se quedaron así, entrelazados, bajo las sábanas, con la luna iluminando suavemente la habitación a través del balcón. Afuera, el mundo seguía girando sin ellos.

1
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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