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ROSE

ROSE

Status: En proceso
Genre:Escuela / Venganza / Policial / Romance oscuro
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Aileen D.

Tras la traición de su padre y la ruptura de su familia, Rose se muda a la ciudad buscando un nuevo comienzo.
En el exclusivo colegio Goldline, todo podría ir bien… si no fuera por Malory, su prima, que la odia y está dispuesta a convertir su vida en un infierno.
Pero Rose no es tan frágil como parece.
Hay algo en ella que despierta cuando está en peligro… algo que no se detendrá ante nada.

NovelToon tiene autorización de Aileen D. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Orgullo Dorado

La tensión entre ambas mujeres parecía un hilo estirado al borde de romperse. Sin embargo, Mabel fue la primera en cortar la cuerda con una sonrisa glacial.

—Disfruta la noche, Rose —dijo en un tono tan despreocupado que parecía realmente divertida—. Yo tengo cosas más interesantes que hacer que perder mi tiempo aquí.

Y con un giro elegante de su vestido negro, se alejó, dejando tras de sí una estela de perfume caro. Su séquito la siguió como si fueran sombras obedientes, y en un instante el aire volvió a llenarse de risas, brindis y murmullos sobre los diseñadores de la pasarela.

Emily se quedó en pie, mirando cómo Mabel desaparecía entre la multitud. Rose, desde el fondo de su mente, suspiraba con una mezcla de alivio y rabia.

—Así que eso fue todo —murmuró Emily con una sonrisa torcida.

—¿Todo? —preguntó Matías, inclinándose hacia ella.

—Sí. Una retirada disfrazada de indiferencia. —Emily levantó la barbilla, con un aire satisfecho—. Si algo aprendí de esta gente es que el que sonríe primero, pierde.

Matías soltó una pequeña risa, aunque no apartaba los ojos de ella. Había algo hipnótico en esa seguridad insolente.

Antes de que pudiera decir más, las luces del salón cambiaron. Un haz brillante iluminó la pasarela y la música comenzó: violines mezclados con un ritmo moderno. El murmullo de la sala se apagó casi de inmediato. Todos los ojos se dirigieron hacia el escenario.

La primera modelo salió; alta, etérea, vestida con un traje plateado que parecía tejido con hilos de luz. Caminaba con pasos firmes, el eco de sus tacones resonando sobre el piso espejado de la pasarela. Tras ella, otra modelo, esta vez con un vestido negro con aplicaciones de cristales que destellaban como estrellas al menor movimiento.

Los asistentes aplaudían con discreción, como si incluso sus ovaciones debieran ser elegantes. Las copas se alzaban, y las sonrisas volvían a encenderse como si nada hubiera pasado hace unos minutos.

Emily, sin perder la compostura, se acomodó en la mesa junto a Matías.

—Mira eso —dijo él, inclinándose hacia ella mientras observaban a una modelo con un vestido rojo intenso que arrastraba una cola infinita—. Ese sí sería un problema para cualquiera que intentara robarse la atención.

—¿Un problema? —Emily arqueó una ceja, divertida—. Yo lo llamaría competencia. Y la competencia me alimenta.

—Tienes un ego peligroso, Emily.

—Y tú una sonrisa que no me engaña —replicó sin apartar los ojos de la pasarela.

Matías no respondió enseguida. Sus labios se curvaron apenas, como si disfrutara del juego, aunque internamente se preguntaba cuántas máscaras podía tener esa chica.

La tercera salida arrancó murmullos: un vestido verde esmeralda con hombros descubiertos, adornado con bordados dorados en forma de serpientes que parecían cobrar vida bajo las luces. Mabel, sentada en la primera fila frente a la pasarela, observaba con atención, conversando en voz baja con un hombre mayor, su padre. Disfrutaba del espectáculo como si Emily nunca hubiese existido.

Ese gesto, esa aparente indiferencia, fue lo que más molestó a Emily. No que la odiara, no que la retara… sino que la ignorara como si no fuera digna de estar en el mismo juego.

—Rose, ¿ya lo entiendes? —susurró Emily con una dureza que la otra podía sentir aunque no controlara el cuerpo—. Ella nunca te mirará como rival si no le demuestras que puedes arrebatarle algo valioso.

Rose, atrapada en su silencio, cerró los ojos en la oscuridad de su propia mente. Sentía cómo todo se tensaba a su alrededor: las luces, la música, la mirada fija de Matías en ella.

Cuando la siguiente modelo apareció con un vestido dorado que brillaba como fuego líquido, Emily inclinó apenas la cabeza hacia Matías y sonrió.

—No te acostumbres demasiado a mirarla, Mati. Pronto ese vestido será mío.

Matías giró el rostro hacia ella, y por primera vez en la noche, se permitió una sonrisa más abierta.

El desfile terminó entre aplausos elegantes, y de inmediato, el maestro de ceremonias anunció el inicio de la subasta. Un murmullo expectante recorrió el salón; todos sabían que las piezas de esa noche no eran simples vestidos, eran trofeos, símbolos de estatus.

Las luces se suavizaron, centrándose en el vestido dorado que ahora se exhibía en un maniquí de cristal. Bajo los reflectores, parecía hecho de fuego líquido, cada hilo brillaba como si estuviera vivo.

—Señoras y señores —anunció el presentador—, comenzamos la subasta de la pieza más esperada de la noche: el Lumen Doré, del diseñador Marcel Duval. Una obra maestra de seda y oro que será la joya de cualquier colección.

Los murmullos crecieron. Emily sonrió apenas; podía sentir cómo la tensión subía incluso antes de empezar.

—Precio inicial: cien mil dólares.

—Cien mil —dijo un hombre en la mesa del fondo, levantando su paleta.

—Ciento veinte mil —la voz de Mabel se alzó clara y firme. No necesitaba gritar; el salón entero parecía escucharla con reverencia.

Emily arqueó una ceja. Así que lo quieres, perra.

—Ciento cincuenta mil —dijo Emily con una sonrisa despreocupada, levantando la paleta como si pidiera una copa más de champán.

Los presentes se voltearon a verla; algunos sorprendidos, otros intrigados. No era común que una “recién llegada” se atreviera a competir directamente con Mabel.

Mabel giró apenas la cabeza hacia ella, con una sonrisa gélida.

—Doscientos mil.

Emily apoyó la barbilla en su mano, aburrida.

—Doscientos cincuenta mil.

El público murmuraba cada vez más. Matías la miraba de reojo, divertido, sin intervenir.

—Trescientos mil —soltó Mabel, con un ligero chasquido de lengua.

Emily soltó una risa suave.

—Trescientos cincuenta mil.

El subastador casi tartamudeó, emocionado.

—¡Trescientos cincuenta mil dólares por la señorita…! ¿Alguien ofrece más?

—Cuatrocientos mil. —La voz de Mabel sonó cortante, como un golpe seco.

Hubo un murmullo de sorpresa. Emily apretó la caja del collar que aún llevaba consigo, fingiendo que lo usaba como apoyo, y luego alzó la paleta con calma.

—Cuatrocientos cincuenta mil.

El salón explotó en murmullos; muchos asistentes se inclinaban hacia sus acompañantes, comentando lo insólito del enfrentamiento.

Mabel apretó la mandíbula. Sus labios seguían curvados en una sonrisa, pero sus ojos lanzaban dagas.

—Quinientos mil.

El martillo del subastador temblaba entre sus dedos.

—¡Quinientos mil a la señorita Mabel!

Emily se inclinó hacia Matías sin bajar la paleta.

—¿Sabes qué es lo más lindo de todo esto? —susurró con veneno—. Que no necesito este vestido para humillarla. Sólo necesito hacerle gastar... Quinientos cincuenta mil —dijo en voz alta, dejando caer la bomba con una sonrisa letal.

El aire se volvió denso. Mabel frunció el ceño apenas perceptible.

—Seiscientos mil. —Su voz sonó un poco más forzada.

Emily se recargó en la silla, con la paleta aún en alto—. Seiscientos cincuenta mil.

La sala entera guardó silencio; hasta la música de fondo parecía apagarse. Los ojos estaban sobre ellas.

Mabel tragó saliva, aunque lo disimuló con un sorbo de vino. Su padre, desde la primera fila, le dedicó una mirada fría. Ella sabía lo que eso significaba: estaba cruzando un límite.

—Siete… setecientos mil —forzó con una sonrisa rígida.

El subastador levantó la voz, extasiado.

—¡Setecientos mil a la señorita Mabel!

Emily inclinó la cabeza, lista para rematar… pero en ese instante, Matías puso su mano sobre la de ella. Con su sonrisa tranquila, levantó su paleta.

—Un millón —dijo él, sin levantar la voz.

El salón estalló en murmullos, algunos casi gritos ahogados.

Mabel abrió los ojos apenas un segundo, la máscara de indiferencia resquebrajándose. Su padre la miró con desaprobación, y ella bajó lentamente la paleta. Había perdido.

El subastador, exaltado, golpeó el martillo.

—¡Un millón de dólares por el caballero, Clark! El Lumen Doré es suyo.

Emily giró el rostro hacia Matías, fingiendo molestia.

—Y yo que estaba divirtiéndome tanto.

—Ya tendrás tiempo de divertirte, Emily. Pero ese vestido era tuyo desde el momento en que lo viste —dijo él, acercándose un poco más, con los ojos fijos en ella—. Y no iba a dejar que alguien más te lo robara.

Ella sonrió. Aunque nunca lo dirá en voz alta, Emily adora la entrega, que se desvivan por ella.

—Sabes que ahora Mabel me va a odiar el doble, ¿verdad?

—Exacto. —Matías levantó su copa hacia ella—. Y justo por eso me caes tan bien.

Emily soltó una carcajada suave, mientras Rose por dentro gritaba en silencio, desesperada: ¿Qué acabas de hacer? ¡¿Qué acabas de meternos encima?!

Pero Emily, como siempre, disfrutaba de ver el mundo arder.

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Lyn 🥀

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