Para Maximiliano Santos la idea de tener una madrastra después de tantos años era absurdo , el dolor por la perdida de su madre seguía en su pecho como el primer día , aquella idea que tenía su padre de casarse otra vez marcaría algo de distancia entre ellos , el estaba convencido de que la mujer que se convertiría en la nueva señora Santos era una cazafortunas sinvergüenza por ello se había planteado hacer lo posible para sacarla de sus vidas en cuánto la mujer llegará a la vida de su padre como su señora .
Pero todo cambio cuando la vio por primera vez , unos enormes ojos color miel con una mirada tan profunda hizo despertar en el una pasión que no había sentido antes , desde ese momento una lucha de atracción , tentación , deseo , desconfianza y orgullo crecía dentro de el .
Para la dulce chica el tener que casarse con alguien que no conocía representaba un gran reto pero en su interior prefería eso a pasar otra vez por el maltrato que recibió por parte de su padre alcohólico.
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CAPITULO 20
El placer de lo prohibido.
Max
Hay algo que jamás podré llegar a entender, y es lo que me provoca Eda...
Un deseo casi imposible de satisfacer, una necesidad que no deja de crecer, pero, sobre todo, una sensación que me envuelve en un torbellino de emociones, una que me hace sentir jodidamente extraño y, a la vez, tremendamente bien, cuando la tengo así, sobre mí, acoplada con una perfección que parece desafiar la lógica.
Con un movimiento decidido, subo la tela de la maldita y sexy bata que lleva, dejando al descubierto sus músculos gruesos y definidos, cada línea de su cuerpo un testimonio de su fuerza y sensualidad.
Siento su pulso acelerarse cuando libero mi hombría, un gesto que revela cómo me tiene: duro y ansioso, al borde de la locura.
—Mira cómo me tienes, pequeña —le hago saber, mi voz un susurro cargado de deseo mientras comienzo a rozar su entrada, sintiendo cómo su cuerpo reacciona a cada toque, como si estuviera sintonizada con mis intenciones.
Sus ojos se dilatan, y ella pega la cabeza contra mi frente, un gesto que me hace sentir aún más conectado a ella. Sin previo aviso, la levanto y me entierro en ella, sintiendo cómo encajamos a la perfección, una sincronía que nunca había experimentado antes, como si algo mas que nuestros cuerpos estuvieran destinados a unirse.
El licor que corre por mi sistema es mucho, sí, pero no es suficiente para desviar mi atención de esta conexión ardiente. Con movimientos certeros, la subo y bajo, enterrándome cada vez más, sintiendo cómo su carne suave se acopla a mí como piezas de un rompecabezas perfectas, cada movimiento un testimonio de nuestra química, de la pasión que nos consume.
—Mírame —le pido en un susurro, mi voz temblando con la intensidad del momento, deseando que sus ojos se encuentren con los míos.
Enredo mis manos en su cabello, tirando suavemente para que eche la cabeza hacia atrás, obligándola a mirarme.
Quiero que vea cómo diablos me tiene, cómo me ha tenido estos días, atrapado en un torbellino de deseo y necesidad.
En sus ojos, veo reflejado el mismo fuego que arde en mí, una chispa que se convierte en una llama voraz, y en ese instante, el mundo exterior se desvanece, dejando solo el calor de nuestros cuerpos.
—¡Dios!— exclama ella, su voz entrecortada por la intensidad del momento, mientras acelero mis movimientos, liberando uno de sus pechos y mordisqueándolo sin piedad alguna. Saciando así el hambre que me consume, las ganas que me han estado devorando como un fuego incontrolable...
Un par de movimientos más son suficientes para que ambos lleguemos juntos al maldito clímax, un estallido de sensaciones que nos envuelve en una ola de placer. Eda vuelve a pegar su frente a la mía, jadeando, creando la sinfonía que mis oídos han anhelado desde hace días, un canto de deseo y satisfacción que resuena en la habitación.
—Esto apenas comienza, Eda— le dejo saber, sintiendo la electricidad en el aire, como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera.
...
6 a.m.
Intento moverme, pero algo me lo impide. El dolor de cabeza por la resaca comienza a hacer de las suyas, un martilleo constante que me recuerda la locura de la noche anterior, a pesar de haber sudado como un maldito loco durante toda la madrugada.
Abro mis ojos, acostumbrándome a la tenue luz que se cuela por las ventanas, iluminando la habitación con un brillo suave y dorado. Eda está pegada a mí, profundamente dormida, su rostro sereno y angelical. En su torso puedo ver aún las marcas que dejó nuestro feroz encuentro, un recordatorio tangible de la pasión que compartimos.
En mi cabeza comienza a reproducirse todo lo que hicimos, dijimos y sentimos... En especial, lo que entre jadeos Eda soltó.
"Te eché de menos, Max."
Esa confesión se repite en mi mente como un eco, resonando con cada embestida que le daba, llenando el aire con una mezcla de deseo y vulnerabilidad.
Eda se mueve aún dormida, se gira quedando de espaldas contra mi pecho. Sus respiraciones son tan profundas que son el único sonido que llena la habitación, un ritmo tranquilo que contrasta con la tormenta de emociones que me invade.
Mis ojos recaen sobre su espalda, y de momento, una rabia fugaz se apodera de mí al ver las finas líneas blancas que la cubren, las mismas que toqué y besé ya.
La esencia que desprende de su cabello es una jodida maravilla, un aroma que me embriaga y me hace sentir más vivo que nunca. Me fijo en la hora que marca el reloj de la mesilla: apenas son las 6:00 a.m.
Un día normal podría ya estar fuera de la cama, pero después de toda la actividad que tuve con Eda y el tenerla abrazada a mí, levantarme es lo último que deseo.
Aunque sé que esto es una maldita locura, teniendo en cuenta quién es ella y quién soy yo, y lo que representa esto que estamos haciendo...
Envuelvo mis manos en su cintura y la atraigo más a mí, cubriendo su cuerpo con el mío, ignorando todo lo externo. Así, vuelvo a quedarme dormido, sumido en un sueño profundo y reparador, con ella a mi lado.
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Mientras aquellos dos seguían durmiendo en la habitación de Max, el resto del rancho estaba en movimiento. Incluso Joseph, el no ver a su hermano a la hora del desayuno era para él algo normal, teniendo en cuenta lo que había pasado. En cuanto a Eda, entendía que quizás aún estaba cansada por el viaje.
El rubio se encontraba en la obra, observando los avances con una mirada crítica. Los empleados ya estaban allí, trabajando con dedicación, incluso Emma, quien al ver al chico se acercó a él rápidamente, su expresión ansiosa.
Joseph no tardó en arrugar el gesto al verla acercarse.
—¿Dónde está Max?— preguntó ella, su voz cargada de claro disgusto.
—No soy su niñera— soltó él sin más, con un tono que dejaba claro su desinterés.
—Tu hermano está muy raro, Joseph. Tal parece que este rancho ha cambiado al Max que todos conocemos.
El rubio sonrió un poco, clavando sus ojos en ella, disfrutando de la incomodidad que su pregunta le provocaba.
—No fue el rancho lo que ha cambiado a Max, sino el que se haya enamorado— dijo sin titubear, y sin más, se dio la vuelta, dejando a la mujer petrificada.
El que Max estuviera liado con alguien más tronchaba los planes que tenía a futuro.
Joseph se alejó con una sonrisa en su rostro, sintiéndose satisfecho por la reacción de Emma. Aunque había dicho eso para molestarla, no podía negar que aquello era verdad.
Los actos y los comportamientos de su hermano le habían dejado claro eso hace un buen rato ya. Solo le bastó prestar atención a la forma en que se comportaba cuando Eda estaba cerca, la forma en que su mirada se iluminaba al verla y como se endurecían sus gestos cada vez que se tocaba el tema del matrimonio con su padre.
—¿Quién es esa mujer?— soltó la mujer, interponiéndose con paso acelerado en el camino del rubio, su voz cargada de desdén y celos, como si cada palabra fuera un dardo afilado.
—No es asunto tuyo— respondió él con firmeza, su mirada fija y decidida, sin dejarse intimidar por la rabia que emanaba de ella, una rabia que parecía consumirla desde adentro.
La mujer se quedó allí, paralizada, sin reaccionar, pero con la ira hirviendo en su interior. Aquello era algo que no pensaba permitir, y desde ese preciso momento se prometió dar con aquella mujer y, sobre todo, hacer lo posible por alejarla de Maximiliano.
La idea de que él pudiera estar involucrado con alguien como ella la llenaba de una furia que no podía controlar.
Joseph
Terminé de alejarme de esa detestable mujer, sintiendo un alivio profundo al agradecer al cielo que Max no haya llegado a nada más que encuentros íntimos con ella. Sin duda, tener una mujer así en nuestra familia sería una ofensa, un estigma que no podríamos soportar. La sola idea de que mi hermano pudiera verse arrastrado por una relación con alguien tan superficial y egoísta me revolvía el estómago.
Lo que le he dicho es algo que no ha salido de mí desde hace un tiempo. Conozco a mi hermano, lo conozco tan bien como para saber cuándo algo realmente le afecta, y Eda es algo que, sin duda, lo hace. La forma en que su rostro se iluminaba al mencionarla, la chispa en sus ojos cuando hablaba de ella, todo eso me decía que habíalgo más profundo en juego.
Soy consciente tambien de lo que el provoca en ella. Recuerdo claramente cómo estaba el día de la ceremonia, la mirada que puso cuando lo vio en la puerta de la capilla después de haber dado el "sí". Era como si el mundo se detuviera por un instante, y en ese momento, su corazón había latido solo por el Incluso ayer, cuando llegó, aunque no dijera nada, era obvio que esperaba verlo a él allí.
Aunque sepa todo esto, haré algo que quizás me cueste algún tipo de discusión con mi hermano, pero también me dejará saber que estoy en lo cierto. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras él se adentra en un camino que podría llevarlo a la desilusión. Debo enfrentar la situación, hablar con él y hacerle ver lo que realmente está en juego. La lealtad hacia mi hermano es lo más importante, y si eso significa arriesgar nuestra relación por el bien de su felicidad, entonces estoy dispuesto a hacerlo...