Rosalie murió en un trágico accidente de tránsito, atrapada en una vida que detestaba y consumida por su desesperación. Su último deseo fue simple: tener una segunda oportunidad.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo… ni en su cuerpo. Ha reencarnado en Cristal Lawnig, la villana de una novela romántica que leyó en su juventud: "Señorita Letty". Una mujer despreciada, condenada a una muerte cruel e ignorada por todos.
Rosalie no piensa repetir esa historia.
Dispuesta a cambiar su destino, tomará decisiones impensables, enfrentará enemigos ocultos y se transformará en una nueva versión de sí misma. Ya no será una víctima. Ya no será la villana. Será una nueva clase de protagonista… una que está dispuesta a romper las reglas del juego.
¿Logrará Rosalie reescribir el destino de Cristal Lawnig y conquistar una vida digna, libre y feliz?
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📅 Creada desde el 16/08/2022
🛠️ Editada desde el 15/06/2025
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Capitulo 21: Problemas
—¿¡Maikel!? —alcancé a pronunciar, con la voz temblorosa.
Estaba a punto de correr hacia él, ignorando todo protocolo, cuando el dispositivo que la sacerdotisa sostenía estalló con violencia.
El artefacto mágico emitió un silbido agudo mientras se llenaba de un líquido rojo brillante. El fluido burbujeaba con intensidad, ascendiendo con fuerza por el cristal, ejerciendo tal presión que lo hizo vibrar peligrosamente. El calor que despedía era sofocante.
Y entonces…
¡Reventó!
Fragmentos del dispositivo volaron en todas direcciones como agujas incandescentes. El objeto, incapaz de contener la energía que lo saturaba, había sido completamente sobrepasado.
El silencio que siguió fue espeso, cargado de tensión e incredulidad. Todos los presentes se quedaron inmóviles, sin palabras. Y en el aire, entre restos de humo y cristales flotando como cenizas, solo quedaba una certeza:
Algo había despertado.
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Mientras algunos aún intentaban comprender lo ocurrido, yo ya corría, con la respiración entrecortada y el corazón desbocado, hacia el origen del grito de Maikel, que aún resonaba en mi pecho.
Al llegar, sentí que el mundo se detenía. Mi cuerpo se congeló, negándose a responder con lógica. Ya no era yo quien controlaba mis movimientos, sino una fuerza instintiva, primitiva, que gritaba “protege”.
Los latidos frenéticos del corazón del príncipe Erick y del pequeño Maikel no dejaban lugar a dudas: algo estaba mal.
La escena ante mis ojos era tan incomprensible como devastadora.
El príncipe heredero del Imperio de Castilla —sí, ese mismo niño destinado al trono— sostenía su espada en alto, con el filo apuntando hacia el más pequeño de los Lawnig.
Maikel, con los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada por el llanto, apenas lograba suplicar entre sollozos:
—Detente... por favor... reacciona...
Pero Erick no lo escuchaba. Sus palabras eran incoherentes, su mirada desenfocada.
—Si te mueves... ¡te arrancaré la cabeza! —rugió el príncipe, con una rabia que no le pertenecía.
Fue entonces cuando Maikel echó a correr, dándole la espalda al heredero, mientras gritaba mi nombre con un desesperado:
—¡¡¡Cristaaaaal!!!
Y Erick, perdido en su locura, atacó.
El filo de la espada descendió en un corte transversal, dirigido al cuerpo indefenso del pequeño.
Pero antes de que la tragedia pudiera consumarse, ya estaba ahí.
Lo abracé, lo protegí, me interpuse.
Lo refugié entre mis brazos como un escudo humano.
La espada me alcanzó a mí. El acero cortó mi brazo con precisión cruel, abriéndose paso a lo largo de la piel como una serpiente caliente. La sangre brotó, tiñendo mi manga rota, mi falda, mi cuerpo entero.
Sentí el ardor, pero no el dolor. Solo rabia.
Erick recuperó la conciencia en el instante siguiente. Atrás de nosotros, comenzaron a alzarse gritos. El príncipe miró su espada ensangrentada, y al comprender lo que había hecho, soltó el arma con manos temblorosas, como si esta quemara.
Sus ojos, claros y confundidos, se posaron sobre Maikel —que lloraba, aferrado a mi cuerpo— y luego en mí.
Intentó decir algo. Tal vez una disculpa.
Pero se atragantó con sus propias palabras.
Yo estaba frente a él, con el brazo herido, el cuerpo cubierto de sangre, el cabello desordenado, los ojos brillando con una intensidad antinatural.
No había en mi rostro miedo ni dolor.
Solo ira.
Una ira gélida, lúcida, peligrosa.
Y en ese momento, lo entendió:
Había cometido un error que no podría borrar.
El rostro del primer príncipe parecía completamente desconcertado. Era la expresión de quien acababa de salir de una terrible alucinación. Pese a las condiciones desfavorables para mí en ese momento, nada me importaba en lo absoluto. Mi prioridad estaba envuelta entre mis brazos, temblando, llorando, con el rostro empapado en lágrimas.
Maikel.
—Tranquilo... ya está todo bien... ya estoy aquí —le susurré, sin apartar la mirada del joven que acababa de intentar matarlo.
Erick.
El príncipe heredero del imperio.
Lo miré con furia. Con un odio puro que me quemaba por dentro. Sentía los dedos crispados, deseando aferrarse a algo con lo que pudiera devolverle el corte que me había dejado en el brazo.
Erick retrocedió un paso. Su espada resbaló de su mano y cayó al suelo con un golpe seco. Tenía los ojos abiertos como platos, confundido, desconcertado, asustado… pero yo no le daría el lujo de fingir que no entendía lo que acababa de hacer.
Me incorporé lentamente, con Maikel aún detrás de mí.
—¿Tienes idea… —mi voz salió baja, grave, temblorosa por la rabia—…de lo que acabas de hacer?
—Yo… no lo sé… —murmuró, con la respiración cortada—. Escuché algo… alguien me dijo… que el niño era…
—¿¡Un enemigo?! —grité, dando un paso firme hacia él. El corte en mi brazo protestó, pero lo ignoré.
Él no se movió.
—¿¡Una amenaza, acaso?! ¿Un niño de seis años? —mis palabras lo golpeaban como dagas—. ¡Un niño que apenas sabe leer y que llora si le hablas fuerte! ¿Eso es lo que amenaza al imperio? ¿Eso es lo que asusta al próximo emperador?
La vergüenza se le reflejó en el rostro, pero no me detuve.
—No te atrevas a bajar la cabeza ahora, ¡mírame! —le grité, alzando la voz lo suficiente como para hacer eco en los pilares del jardín—. ¡Me atacaste a mí! ¡Atacaste a un niño! ¡Estás cubierto de su sangre! ¡De mi sangre!
Él alzó la vista. Sus manos comenzaron a temblar con fuerza.
—No quería… —balbuceó.
—¡No te atrevas a decir que no querías! ¡No después de haber alzado esa espada como si fueras un verdugo en una ejecución!
Mis pasos lo acorralaron contra uno de los pilares. Cuando estuve a apenas unos centímetros de él, noté cómo sus ojos claros se nublaban. Su cuerpo temblaba. Ya no era el príncipe perfecto, ya no era la imagen del heredero. Era un niño vestido de oro, cargando con un peso que no sabía sostener… y que había soltado, estrellándolo contra nosotros.
—Tú… —mi voz se hizo un susurro, más peligrosa que el grito—. Te atreviste a levantarle la mano a alguien bajo mi protección. Te atreviste a mirarlo con odio. A mí. A mi familia.
Un nuevo paso.
Erick apenas respiraba.
—La próxima vez que alces esa espada contra uno de los míos… —alcé el brazo ensangrentado, dejando que la sangre goteara entre nosotros, manchando el suelo blanco como prueba—…no vacilaré en devolverte el golpe. Y te juro por mi nombre, por el de los Lawnig, y por cada gota de sangre, que a diferencia de ti, yo no fallaré.
Erick parpadeó. Tragó saliva.
—¿Estás... amenazando al príncipe heredero?
—No. —Me incliné apenas, y lo miré a los ojos con una sonrisa fría—. Te estoy haciendo una promesa.
Un segundo después, sentí una mano en mi hombro. Era Kasir.
—Ya basta —dijo con firmeza, aunque su mirada ardía con el mismo fuego que yo contenía.
Asentí con la cabeza. Maikel aún me abrazaba la cintura. Su respiración era más calmada, pero su llanto seguía.
—Vamos, pequeño. Esto ya pasó.
Y sin mirar atrás, lo tomé de la mano y comencé a caminar de regreso al interior del ducado. No me importaba si me temían. No me importaba si ahora me odiaban. No me importaba si decían que había desafiado al heredero imperial.
La verdad era clara:
Hoy, yo salvé una vida.
Y no me arrepentiría.
— Narra Kasir y Erick —
Erick aún no se había movido. Seguía allí, con las manos temblorosas y la mirada perdida, cuando sintió una presencia firme a su lado. Kasir se acercó en silencio, como una sombra que no necesita anunciarse.
—Te has superado esta vez, alteza —dijo Kasir con voz baja, sin una pizca de respeto en el tono.
Erick parpadeó. No podía sostenerle la mirada.
—No... no sé qué me pasó. No era yo…
—Entonces era peor —interrumpió Kasir, con una leve sonrisa torcida—. Porque si fuiste tú… al menos podrías aprender a controlar esa parte. Pero si no fuiste tú, entonces eres una bomba ambulante.
Erick apretó los dientes.
—No fue mi intención. Yo… oí algo. Una voz.
Kasir lo observó con frialdad, sus ojos grises afilados como cuchillas.
—¿Una voz te dice que mates a un niño, y tú simplemente obedeces? ¿Eso es lo que vamos a tener en el trono?
Erick retrocedió apenas un paso.
—¡Kasir, basta!
—No. —Kasir se inclinó apenas, como si compartiera un secreto—. Basta será cuando dejes de ser un peligro para los que te rodean. Cuando puedas mirarte las manos sin preguntarte si la sangre que llevan es real.
Silencio.
Kasir se giró apenas para verlo de perfil y dijo con calma:
—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? Que perdiste la única ventaja que tenías.
Erick frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—De Cristal. —Kasir sonrió con amargura—. Tal vez no lo has notado, pero ella tiene una obsesión enfermiza por ese niño. Lo cuida como si fuera más que su hermano, como si su vida dependiera de él. Hoy, la pusiste a elegir… y te aseguro que lo hizo sin dudar.
Erick bajó la cabeza, en silencio.
—¿Esperabas que algún día ella te ayudara a tomar el trono? ¿Que pudiera perdonarte lo suficiente como para convertirse en emperatriz a tu lado?
Se acercó un poco más, hasta quedar junto a él.
—Después de hoy… lo único que puede darte es el filo de una espada.
Kasir se giró completamente, dispuesto a irse. Antes de alejarse del todo, lanzó una última advertencia:
—Si quieres vivir lo suficiente como para coronarte, más vale que no olvides quién te protegió hoy… y quién ya dejó de hacerlo.
Y justo cuando Kasir giraba para marcharse, con la escena consumada tras él, una figura pequeña y silenciosa se retiró con paso rápido desde detrás de uno de los pilares cubiertos de enredaderas.
Emily.
Había escuchado cada palabra.
Con el rostro pálido y las manos apretadas contra el pecho, corrió de vuelta al interior del ducado. No sabía qué haría con aquella información, pero en su interior, sabía que ese diálogo no debía quedar solo entre esos dos hombres.
—— Narra Cristal ——
La habitación olía a hierbas medicinales y a incienso suave. Las cortinas dejaban entrar una luz dorada de atardecer, que acariciaba las paredes en tonos cálidos. El silencio era interrumpido solo por el leve chasquido del agua al ser vertida en un cuenco, y por los sollozos intermitentes de Maikel, que se había quedado abrazado a mí como si tuviera miedo de que desapareciera si parpadeaba.
Ian, con su bata blanca abierta por encima de su ropa formal, se arrodilló junto a la larga alfombra acolchonada donde me senté con Maikel en el regazo. Su expresión era serena, pero sus ojos revelaban preocupación.
—El corte es profundo, pero limpio —dijo mientras desinfectaba con sumo cuidado la herida en mi brazo—. Tendrás una cicatriz, probablemente grande y notable, pero no se infectará. Afortunadamente, no tocó hueso.
—No me importa la cicatriz —respondí en voz baja, sin apartar la vista del cabello de Maikel, que tenía la frente pegada contra mi pecho—. Solo… ayúdalo a él si lo necesita.
Ian levantó brevemente la mirada.
—Él está ileso. Físicamente. Pero necesitará más que vendas.
Asentí despacio, acariciando el cabello del niño. Sentía su cuerpo temblar aún, como si cada sollozo le arrancara algo por dentro.
—Maikel... —susurré, apretándolo un poco más contra mí—. Estás a salvo, ¿sí? Ya no va a pasar nada. Te lo prometo. Nadie más va a lastimarte. Yo no lo permitiré.
Él negó con la cabeza en silencio, sin hablar, como si el miedo lo hubiera dejado sin palabras. Sus deditos se aferraban a mi vestido como si pudiera desvanecerme.
—No fue tu culpa —le dije con firmeza, con una dulzura que aún contenía rabia—. No hiciste nada malo. Nada, ¿me oyes? El mundo puede estar loco… pero tú no hiciste nada para merecer esto.
Maikel alzó ligeramente el rostro, con sus ojos rojizos, hinchados y llenos de confusión.
—¿Por qué...? —susurró— ¿Por qué me miraba así...? Yo solo quería verlo… solo quería decirle que… que me gustaba su ropa de Rey y su espada de guardia, como los príncipes de los cuentos que me cuentas antes de dormir…
Sentí un nudo estrangularme el pecho. Tragué saliva con dificultad y lo estreché más contra mí.
—No tienes que entenderlo —murmuré, besando su frente—. Solo recuerda esto, pequeño: siempre que me llames, vendré. Siempre. No importa quién esté frente a ti, estaré a tu lado.
Maikel sollozó de nuevo, pero esta vez se aferró a mí con algo más de confianza, como si esa promesa hubiera logrado echar raíces en medio del desastre.
Ian terminó de vendarme el brazo en silencio. Su expresión era más seria que de costumbre.
—Tendrás que mantenerlo quieto esta noche —dijo suavemente—. Ambos, en realidad. Están en estado de choque.
—Estaremos bien —susurré.
—Espero que sí —murmuró, y luego se levantó con discreción—. Les daré espacio.
Cuando cerró la puerta tras de sí, me permití recostar la cabeza en la pared y cerrar los ojos por un instante. Maikel seguía en mis brazos, respirando despacio. El silencio ya no era una amenaza. Era un pequeño respiro. Un lugar seguro, aunque fuera solo por un momento.
Acaricié su cabello sin abrir los ojos, ignorante del leve cambio en su expresión…
Su corazón latía con fuerza. Y, entre sus labios temblorosos, se asomaba una sonrisa.
Una que dejaba ver unos diminutos colmillos.
El silencio en la habitación solo era roto por la respiración pausada de Maikel, que finalmente comenzaba a relajarse en mis brazos. Su cuerpecito, aún tibio por el llanto, se acurrucaba con una confianza que me partía el alma.
Toques suaves en la puerta me hicieron abrir los ojos.
—Adelante —murmuré.
Emily entró con pasos silenciosos, como si temiera alterar la frágil paz que colgaba del aire. Traía las manos unidas al frente y una expresión seria, que me indicó que las noticias no serían buenas.
—Señorita Cristal… hay muchas cosas que debe saber —dijo, bajando la voz al acercarse.
Asentí lentamente, acomodando a Maikel sobre mis piernas. Emily me entregó una pequeña manta, que usé para cubrirle los hombros.
—Dime —susurré.
—La sacerdotisa Akum Serescero resultó herida cuando el medidor mágico explotó —comenzó—. Al parecer fue una reacción repentina e… inexplicable. Sus manos quedaron incrustadas con fragmentos de cristales y gemas mágicas. Fue algo aterrador.
—¿Está bien? —pregunté, frunciendo el ceño.
—Dentro de lo que cabe, sí. El doctor Ian está atendiéndola. Ella y su asistente se quedarán esta noche en la mansión del duque. Dicen que en la mañana intentarán hacer de nuevo la inspección mágica… si las condiciones lo permiten.
Asentí lentamente.
—¿Y los demás?
Emily inspiró hondo.
—El enviado del norte está ileso… pero vio todo lo que pasó en el jardín. No ha dicho mucho, solo pidió retirarse a sus aposentos.
—Lo imagino.
—Los demás invitados están bien. Aunque… Vanessa salió corriendo apenas vio al niño herido. Fue a buscar a la duquesa. Ella regresó horas después, con el rostro tenso, pero sin decir una palabra. Aún no se ha acercado por aquí.
No me sorprendía. Riqueta siempre prefería las apariencias al caos.
—¿Y Eleonoro?
—Fue con Ian de inmediato. No vino aquí… Supongo que consideró más urgente estar cerca de la sacerdotisa.
—Ya veo…
Mis dedos jugaron con un mechón del cabello de Maikel, enredándolo lentamente entre mis uñas. Emily dudó un instante antes de continuar.
—El duque también fue avisado. Canceló su viaje en cuanto recibió la noticia. Está de regreso.
Cerré los ojos un momento. Esa presencia sí sería imposible de evitar.
—¿Y el príncipe Erick?
—Volvió al palacio. No dejó ningún mensaje. Según escuché de los guardias, la impresión que dejó su visita fue… poco favorable.
No respondí. No lo necesitaba. El silencio hablaba más de lo que quería admitir.
Pero entonces, la mirada de Emily se volvió más intensa. Se acercó un poco, y bajó aún más la voz.
—Hay algo más. Sobre Kasir.
Levanté la vista, alerta.
—¿Qué pasó?
—Escuché… no todo, pero sí partes de la conversación que tuvo con el primer príncipe —murmuró, casi con culpa—. No sé si fue intencional o si sabía que lo oía, pero Kasir… le dijo que usted ya no será fácil de convencer. Que después de lo ocurrido con Maikel, si antes había dudas, ahora él había arruinado por completo la posibilidad de que usted siquiera considerara ayudarlo a obtener el trono… mucho menos, convertirse en emperatriz.
No dije nada. La afirmación me dolió más por lo cierta que por lo atrevida. Sentí la herida en mi brazo palpitar al ritmo de esa verdad silenciosa.
Emily, como si lo intuyera, retrocedió un paso y bajó la cabeza.
—Disculpe si me tomé la libertad de repetirlo…
—Hiciste bien, Emily —le dije suavemente—. Muy bien.
Ella asintió, y tras una pequeña reverencia, salió de la habitación dejando la puerta entreabierta.
Volví a mirar a Maikel. Dormía profundamente, con las mejillas aún húmedas y la boca entreabierta. Acaricié su mejilla con la yema de los dedos.
—Tú vales más que cualquier trono —susurré.
El sol se había escondido por completo. La noche ya estaba aquí.
Y aunque la guerra aún no había empezado… ya sabíamos quiénes estarían dispuestos a sangrar por ella.
Pero que empiece a quitar cabezas 😈😈😈😈🔥❤️🔥
muchas gracias 😊 te mando un abrazo fuerte 😘😘😘 /Heart//Heart//Heart/