Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 20
La noche caía sobre el reino de Marbella como un suave manto azul marino, cubriendo el cielo de estrellas mientras el aire se llenaba de la fragancia de las glicinas y las flores de jazmín. El palacio brillaba bajo la luz de cientos de faroles de cristal que colgaban en los jardines, iluminando cada rincón con un resplandor mágico. Bajo un gran arco floral, decorado con ramas plateadas y pétalos blancos, se alzaba el altar real donde se celebraría la boda más esperada del año.
Griselda Montclair estaba lista.
Llevaba un vestido de ceremonia liviano, etéreo, con detalles bordados a mano que caían como encaje sobre su piel. Sus rizos estaban recogidos con delicadeza, adornados por pequeñas perlas, y en sus manos llevaba un ramo de flores silvestres del reino de Cristal, como homenaje a su tierra natal.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Anastasia, que ajustaba el velo con cuidado detrás de ella.
—Un poco —confesó Griselda, tomando aire con una sonrisa—. Aunque siento que si me pellizcan... todo desaparecerá.
—No desaparece —susurró otra voz firme.
Era la duquesa Evelyne, su madre, quien se acercaba vestida con un elegante traje azul noche. Le tomó la mano a su hija y la miró con cariño.
—Estás preciosa. Y estoy muy orgullosa de ti.
Griselda sintió un nudo en la garganta. Su madre no solía expresar sus emociones tan abiertamente, pero ese día… algo había cambiado.
—¿Me llevarás tú? —preguntó la joven, sin apartar la mirada de los ojos brillantes de Evelyne.
—Claro que sí —respondió ella, acariciándole suavemente el rostro—. Este es tu momento, y quiero ser parte de él.
Cuando las trompetas sonaron anunciando el inicio de la ceremonia, los portones del jardín se abrieron con solemnidad. La música del vals nupcial comenzó a sonar con delicadeza, y todos los invitados se pusieron de pie.
Filip, el príncipe de Marbella, ya la esperaba en el altar. Vestía un traje blanco con bordados en oro, capa azul oscuro y el escudo real de su familia sobre el pecho. Sus ojos estaban fijos en ella, y su sonrisa... era como si el mundo hubiera dejado de girar.
Griselda avanzó por el pasillo alfombrado de flores del brazo de su madre. Evelyne caminaba con dignidad, pero sus labios temblaban ligeramente, y el orgullo que la envolvía era imposible de ocultar. Cada paso parecía sellar una historia. Cuando llegaron al altar, Evelyne tomó las manos de su hija y las colocó suavemente sobre las de Filip. Luego, se inclinó con una reverencia solemne y dio un paso atrás.
—Cuídala —susurró al príncipe.
—Con mi vida —respondió él, con firmeza.
Y en ese momento, todo el palacio pareció contener el aliento.
La ceremonia fue sencilla, pero profundamente emotiva. Griselda y Filip intercambiaron votos escritos de su puño y letra. No hubo adornos exagerados ni palabras vacías. Solo miradas sinceras, promesas de amor, y lágrimas que brillaban bajo la luz de las antorchas.
Cuando finalmente el sacerdote real los declaró unidos, el beso que compartieron hizo que las damas suspiraran y que los aplausos estallaran con fuerza.
A partir de ese instante, ella era la princesa de Marbella. Pero más allá del título, era la mujer que él había escogido con el corazón.
Luego vinieron los festejos. El primer vals de los recién casados fue elegante, dulce y acompañado por música de cuerdas. Los invitados los observaron con admiración, mientras la reina, desde su sitio, sonreía satisfecha.
—Estás radiante —le susurró Filip a Griselda mientras giraban—. Y no puedo creer que seas mía.
—Y tú… eres más guapo que nunca. Pero no creas que ahora me voy a volver obediente —bromeó ella.
—Jamás lo esperaría. Me enamoré justo de eso: de lo que nadie puede domar.
Después del vals, se sirvió el banquete. El jabalí que Filip y Henry habían cazado días antes fue presentado como el plato principal, acompañado de los postres preparados según las recetas secretas de la familia Montclair. Durante el brindis, Filip se puso de pie.
—Hoy no solo me caso con la mujer que amo… también me uno a una familia que ha luchado por salir adelante, que ha cultivado su tierra y que ha criado hijas valientes. A la mujer que me enseñó a amar con los cinco sentidos… y que conquistó mi corazón con una sonrisa, un pastel, y una sinceridad que pocos se atreven a mostrar.
Los invitados aplaudieron. Griselda ocultó su rostro detrás del abanico para disimular el rubor. Pero su sonrisa lo decía todo.
Cuando llegaron los fuegos artificiales, Filip la tomó de la mano y la llevó lejos, a una pequeña galería decorada con velas. Allí, entre flores y cortinas suaves, le susurró:
—¿Lista para estar a solas conmigo, esposa mía?
Griselda asintió, y se fundieron en un beso. El mundo quedó atrás. El protocolo se esfumó. Solo quedaron ellos dos, y el inicio de una vida juntos.