Lila, una médica moderna, pierde la vida en un ataque violento y reencarna en el cuerpo de Magdalena, la institutriz de una obra que solía leer. Consciente de que su destino es ser ejecutada por un crimen del que es inocente, decide tomar las riendas de su futuro y proteger a Penélope, la hija del viudo conde Frederick Arlington.
Evangelina, la antagonista original del relato, aparece antes de lo esperado y da un giro inesperado a la historia. Consigue persuadir al conde para que la lleve a vivir al castillo tras simular un asalto. Sus padres, llenos de ambición, buscan forzar un matrimonio mediante amenazas de escándalo y deshonor.
Magdalena, gracias a su astucia, competencia médica y capacidad de empatía, logra ganar la confianza tanto del conde como de Penélope. Mientras Evangelina urde sus planes para escalar al poder, Magdalena elabora una estrategia para desenmascararla y garantizar su propia supervivencia.
El conde se encuentra en un dilema entre las responsabilidades y sus s
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Capítulo 9: Conociendo a la villana.
Narra Magdalena
Me quedé fuera del espacio, aparentando tranquilidad, aunque mi interior estaba en llamas por la ansiedad. Desde allí podía oír la voz temblorosa de la chica… una voz que sabía perfectamente cómo manejar la delicadeza. Sollozaba, rogaba, se quejaba con la entonación justa para crear compasión. El conde le contestaba con esa tranquilidad que lo define, esa misma calma que Evangelina planeaba utilizar.
En la narración original, él acababa casándose con ella. Una unión inesperada que asombraba a todos. Aunque estaban en habitaciones separadas y no actuaban como una pareja, se desató el escándalo. Pero eso sucedía más adelante… después de una manipulación cuidadosa y prolongada.
¿Por qué sucedía esto ahora? ¿Qué estaba alterando los acontecimientos?
¿Era la muerte prematura de la verdadera Magdalena lo que había cambiado la historia?
Cuando Evangelina apareció, su cara representaba la pura imagen de la inocencia perdida. Cabello suelto, mirada baja, labios temblando… El ejemplo perfecto de una víctima. Una joven vulnerable en un mundo hostil. Pero yo sabía quién era realmente. Veía más allá de su disfraz. En su forma de andar, en el ligero movimiento de sus hombros, en la esquina de su sonrisa. . . Todo era un acto. Había leído esta historia. Sabía de lo que era capaz.
Poco después, el conde salió del sitio con el ceño fruncido y pasos firmes. Se detuvo al notar mi presencia.
—¿Hay algo mal, señorita Belmonte? —inquirió, reconociendo mi expresión seria.
—Me sorprendió, señor —contesté de inmediato, inclinando la cabeza con falsa modestia.
Me observó por unos momentos, sin pronunciar palabra. Luego se giró un poco, hablando de forma más formal.
—Requiero su ayuda. La joven que estaba en el espacio será llevada al castillo. Quiero que asegure que tenga una habitación agradable, que reciba el mejor cuidado y que no le falte nada. ¿Entiende?
Tuve que hacer un esfuerzo para tragar saliva antes de contestar. Asentí.
—Sí, señor. ¿Desea que se le dé alojamiento en la planta alta?
—No. En la galería de invitados en el primer piso. Comuníquese con el mayordomo para que le proporcionen ropa adecuada y lo necesario para descansar.
—Como usted ordene.
Se alejó, sin imaginar el caos que me invadía.
¡Qué sencillo era conmoverlo! ¡Qué fácil para una mujer como Evangelina manipular a un hombre como él: justo, amable, compasivo… un blanco perfecto!
Esperé pacientemente a que Evangelina saliera. Lucía un poco pálida, con una expresión dulce, casi divina. Pero en su interior… sabía lo que realmente pasaba detrás de esos ojos. Tan pronto como la vi, dibujé una sonrisa forzada.
La acompañé hasta el carruaje. Durante los primeros momentos del viaje, ninguna de las dos habló. La observaba mirar por la ventana con una apariencia de aceptación romántica, como si fuera una protagonista de una novela trágica.
Decidí romper el silencio solo para ver cómo reaccionaba.
—¿Desde hace cuánto conoce al conde?
Ella movió un poco la mirada hacia mí. Sus ojos reflejaban una cierta arrogancia.
—Lo suficiente. Espero que usted también sepa cuál es su lugar en esta casa.
No pude evitar sonreír. No era una sonrisa amable, sino irónica. Era tan sencillo subestimarme.
Al llegar al castillo, Evangelina salió del carruaje como si fuera una reina regresando a su reino. Observaba las columnas, los ventanales y los tapices con una mezcla de asombro y ambición. El mármol en el suelo, los candelabros de cristal, las escaleras en curva. . . todo la fascinaba.
Por supuesto. No sabía la cantidad de poder que guardaba este lugar. Y mucho menos, lo que podía perder.
La llevé a una de las habitaciones de invitados en el primer piso. Las criadas me ayudaron a encender la chimenea, a poner sábanas limpias y a preparar toallas bordadas. Todo estaba en orden. Todo como lo había querido el conde.
Evangelina se sentó en la cama con un aire de elegancia controlada. Miró a su alrededor con satisfacción.
—¿El conde se queda en este piso?
—No, señorita. El conde duerme en el último piso, junto a su hija —respondí con una voz adecuada, sin ser hostil, pero tampoco sumisa.
Ella frunció ligeramente los labios. Pude notar cómo reorganizaba su estrategia en su mente.
—Cuando tenga hambre, sonaré la campana. También deseo un baño. Estoy… cansada.
—Haré que se cumplan sus órdenes —dije, inclinándome un poco. Luego salí de la habitación sin volver la vista hacia ella.
Una vez fuera, el aire frío del pasillo me ayudó a mantener la calma. Me acerqué al mayordomo principal y le dije que debía atender a la nueva huésped según lo que había indicado el conde. También le pedí que le prepararan un baño y le proporcionaran ropa adecuada.
Sin embargo, una vez que terminé con mis tareas, regresé a mi verdadero refugio: Penélope.
La niña me estaba esperando en el jardín, sentada en un banco de hierro forjado, con un libro de cuentos en las manos. Sus rizos castaños se movían con el viento, y sus ojos se iluminaron al verme llegar.
—¡Magdalena! ¿Dónde has estado?
—Ocupándome de cosas del castillo, mi pequeña. Pero ya estoy aquí.
Me senté a su lado. La abracé con ternura y le leí en voz baja mientras ella apoyaba su cabeza en mi hombro.
Ella era mi verdadera responsabilidad. Y no permitiría que esa serpiente le quitara su tranquilidad.
No sé cuándo Evangelina mostrará su verdadera naturaleza. Pero cuando lo haga… yo estaré preparada.
Por Penélope.
Por la justicia.
Y por mí misma.
HOLA CHICAS AQUI LES DEJO LA IMAGEN DE LA VILLANA PARA QUE SE LA IMAGINEN.