No Soy La Villana

EINAR

La fecha de la boda fue decidida. Aila sería mi esposa en unas cuantas semanas más.

El mensaje que le había enviado fue simple.

"Escoge una fecha para la boda..."

Le di seis opciones. No más.

Ella respondió en menos de diez minutos.

15 de octubre.

Ese número quedó grabado en mi mente como una quemadura fresca. Fue el día en que me casé con Ylva. El día en que ella prometió amarme incluso cuando el mundo se oscureciera. Y el día en que comenzó nuestro cuento de hadas, que apenas un año después, terminaría entre llamas y cenizas.

Y ahora, Aila lo había elegido sin saberlo. O quizás... sabiendo más de lo que yo podía imaginar.

No creía en las coincidencias. Pero sí en los hilos invisibles que el tiempo y el destino entretejen para hacernos volver a dónde alguna vez fuimos felices... o a donde debemos sanar.

Mientras miraba el mensaje, sentí algo revolverse en mi interior. No era tristeza, ni miedo. Era algo parecido a la esperanza. Un sentimiento que no había permitido florecer desde que Ylva partió.

La última vez que el número quince tuvo sentido, llevaba un traje gris oscuro, el mismo que Ylva había insistido que usara porque "combinaba con mi seriedad y mis ojos". La boda con Ylva había sido pequeña, íntima. Ella reía con libertad mientras que yo intentaba ocultar mi torpeza emocional bajo promesas escritas con firmeza. Fui feliz. Brevemente, sí, pero real.

Aila... ¿Podría ella sostener el peso de este legado sin romperse?

O peor aún... ¿Podría yo permitirle entrar, sabiendo que ya perdí a alguien una vez por acercarse demasiado a mi fuego?

Aila no era Ylva. Nunca lo sería. Y, sin embargo... había algo en ella. Una luz distinta. A veces me preguntaba si ese deseo de conocerla mejor era su corazón o su culpa disfrazada de interés. Pero cuando pensaba en su mirada sincera, en su voz aunque firme noté que ella estaba temblando de las manos, la respuesta se había vuelto más clara.

No quería un reemplazo.

Quería un nuevo comienzo.

Apoyé el teléfono sobre el escritorio, cerré los ojos, y respiré profundamente. Tal vez... solo tal vez... alguien como yo podía volver a amar.

Me acerqué a la ventana. El jardín estaba cubierto de rocío, y entre todo el verde sobresalía el rosal que Ylva había plantado. Tres años antes. Era su rincón favorito.

Aquel rosal nunca se marchitó, pese al abandono. Seguía floreciendo cada año como si se negara a olvidar. Como sí cada pétalo guardara un recuerdo, una palabra no dicha, una despedida postergada.

Me preguntaba sí estaba traicionando la memoria de Ylva; al mirar a Aila con otros ojos. Pero luego recordé su voz.

"Tú amas hasta quemarte."

Y comprendí que no estaba traicionándola. Solo estaba volviendo a amar... de otra forma.

Me quedé allí, en silencio, con la mano en el frío vidrio. A veces los fantasmas no vienen a asustarnos, sino a guiarnos Y tal vez, solo tal vez, Ylva lo sabía desde antes que yo.