Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Amenazas.
La vida de Ginevra solo empeora con el paso de los años; esa pequeña muñeca sigue siendo su única compañía. Su nana fallece cuando cumple catorce años y su vida es cada vez más triste, aunque no todo es malo: tiene el apoyo del chófer, con quien al menos puede hablar.
Hoy era un día importante en la mansión Marconetti, pues su hermana pequeña, la niña de los ojos de su padre, Elena, cumplía dieciséis años. Cada cumpleaños de Ginevra nadie lo recordaba; su nana, antes de morir, le llevaba siempre un pastel a escondidas. Ahora solo el chófer se acuerda, regalándole un brazalete en cada cumpleaños. Primero los hacía él mismo, después empezó a comprarlos, y tiene varios: de oro, de plata… siempre trata de que sea uno diferente al otro.
Ese hombre le ha enseñado mucho; le habla de cómo se comportan las mujeres en la mafia, aunque esa parte a ella no le gusta, porque le cuenta que las mujeres son simplemente un trato para cerrar o unir familias y tener bebés, o “herederos”, como suelen llamarlos. Ella no quiere eso para su vida: quiere ser la líder de la mafia, porque por ley le tocaría al ser la mayor. Aunque no está muy segura de recibirla, porque su padre la detesta y no se imagina que él sea capaz de darle su preciada mafia a ella.
La joven Ginevra se da vuelta en su hermoso vestido negro: es sobrio, de manga corta y con un escote redondo. Ella no necesita vestir de manera exagerada para sobresalir; de por sí, su cabello negro azabache y sus ojos de color único hacen que todas las miradas se posen en ella. Su hermana es muy diferente: a pesar de que su piel es clara como la de ella, su cabello no lo es; su cabello es rubio como el trigo y sus ojos son de un verde intenso. No se parece en nada a ella, por suerte. Es un poco más delgada, aunque tiene casi la misma estatura que Ginevra. Suele usar vestidos cortos con grandes escotes y su maquillaje siempre debe destacar. Cada vez que las dos están en un mismo sitio, Elena trata de opacar a su hermana mayor para que no brille, y como Ginevra está acostumbrada al rechazo, no le da importancia.
La joven sale al salón y recorre con sus ojos, buscando a la única persona que le interesa en ese lugar: su nombre es Matteo Caruso. Él es la mano derecha de su padre; a pesar de tener solo veintiséis años, es calculador y uno de los mejores tiradores que tiene su padre. O al menos, ella lo ve como el ser más perfecto que ha pisado la tierra.
Al encontrarse con esos hermosos ojos verde agua, su corazón se acelera, sus manos comienzan a sudar y mira hacia abajo para que nadie note su rubor, que, como es tan blanca, es fácil de reconocer.
El hombre la mira un momento, se pierde en sus ojos y luego quita la mirada. Ella niega con la cabeza sutilmente para que nadie lo note. Él jamás se fijaría en mí. ¿Qué podría ver en una persona como yo?, piensa.
Matteo se aleja de ese lugar hasta que escucha la voz chillona de su hermana, que al verlo se le tira a los brazos. Él le da un beso en la frente y la vuelve a poner en el suelo. Ginevra debe salir rápido de ahí porque es tan incómodo para ella.
Ella sabe que a Elena le gusta Matteo, pero no se dará por vencida: cuando tenga edad para eso, intentará conquistarlo, porque está decidida a que él sea lo único que su hermana no le va a quitar en la vida.
Matteo se acerca de pronto a ella cuando son las once de la noche. Ella comienza a temblar, siente cómo el color se le va del rostro y no sabe hacia dónde mirar.
—¿Cómo estás, pequeñita? —le dice él—. ¿Me podrías regalar una pieza esta noche?
La boca de la joven se entreabre y su pecho se acelera. Trata de pronunciar una palabra, pero lo que sale es un murmullo distorsionado. Sonríe nerviosa y luego respira para poder responder.
—¿Yo? —se regaña mentalmente al escucharse tan patética—. Obvio que yo… cierto… es a mí que me estás hablando… pues… sí.
Él le ofrece la mano y comienzan a bailar. Esto es algo que dos pares de ojos no pueden concebir: Eleonora tiene la mirada entre cerrada hacia la pista, y la pequeña Elena le aprieta el brazo a su madre, enterrándole las uñas.
—Mamá, mira a esa estúpida con quién está bailando —dice Elena.
Su madre sonríe y le da una palmadita en la mano.
—Disimula y no vayas a hacer un drama. No te preocupes: en la semana nos la desquitamos.
La pequeña rubia sonríe de manera maliciosa y, sin aguantar más, rompe una de las tiras que sujetan su vestido. Pasa cerca de la pareja en la pista, tropieza con un mesero a propósito y grita cuando se ve un poco el pecho al descubierto.
—¡¿Qué hiciste, estúpido?! —grita, y se pone a llorar.
Por supuesto, Matteo va tras ella. Ginevra no tiene de otra que alejarse de allí. Sabía que eso iba a suceder; es más, había tardado demasiado.
Cuando todo termina, su hermana menor, junto a su madre, se acercan a ella para advertirle que se aleje de Matteo porque ella “no tiene edad para esas cosas”. La pobre no dice nada; simplemente, como siempre, se va a su cuarto a llorar. Habla con su muñeca, preguntándole cuándo será el momento en que esas mujeres paguen por lo que le hacen.