La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.
Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.
Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.
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I. Incertidumbre.
^^^"En su mundo, el amor era una moneda rota que compraba dolor." —Laara^^^
Hay momentos en la vida que no son simples segundos; son eternidades disfrazadas de instantes. Son esos destellos que se deslizan suavemente por el alma y dejan huellas imborrables, como si el universo, por un capricho dulce, decidiera detenerse un poco, solo para verte sonreír.
Lo sabes, lo reconoces, porque hay una dicha que florece sin aviso, una risa que nace del pecho y no conoce límites, un gozo tan puro que ni el cuerpo lo resiste, y, sin embargo, no cansa.
Y lo más hermoso de todo es compartirlo: mirar a quienes amas y ver en sus ojos la misma luz, la misma melodía invisible vibrando en el aire. Es entonces cuando entiendes que estás dentro de algo sagrado, de un instante que no se irá, que vivirá contigo… no como un recuerdo, sino como un suspiro que nunca termina.
Hay momentos que son eternos. Pensó mientras le cantaban cumpleaños feliz, todos y cada uno de ellos compartían con ella la emoción del momento.
–¡Qué la cumpleañera pida un deseo! –gritó su mejor amiga Zoey.
Rio mientras todos aplaudían y gritaban que lo haga, se recogió el cabello con una mano para agacharse y poder soplar las velas. Pero antes cerró los ojos concentrándose en ello, sonrío pidiendo su deseo, ese que anhelaba tanto. Sopló las velas una vez, pero quedó una vela aún prendida, con la intención de apagar la que quedaba sintió que alguien la empujaba hacia delante. Antes de siquiera percatarse terminó estampada contra el pastel.
Soltó un gemido ahogado ante la sorpresa. Se limpió con los dedos el resto que tenía en los ojos, y buscó al culpable de su hazaña.
–¡Oye! –le reclamó a su papá una vez lo vio, mientras todos reían a carcajadas.
–¿Quién quiere pastel? –preguntó entusiasmado.
–El primer trozo para la cumpleañera –dijo su mamá.
–Pues ya se lo comió, ¿o no? –respondió el muy descarado.
–Entonces para ti el segundo, papá –le sonrió–. Déjame cortarlo.
–Claro que sí, mi cielo –le acarició el cabello con una sonrisa genuina, sin saber lo que le esperaba–. ¡Un trozo grande!
Lo cortó con cuidado poniéndolo en un plato, se giró para dárselo. Pero sin darle tiempo de tomarlo, lo elevó más de la cuenta y terminó estrellado en su cara. Rio triunfal al observar su obra maestra, la venganza sienta bien. Su padre terminó acompañándolos acrecentando las risas.
La fiesta de su cumpleaños fue muy especial, terminó bastante tarde. Se despidió de sus amigos, y su familia, la cual se reunía muy pocas veces al año. El mejor regalo que le pudieron hacer es verlos a todos juntos, esa suerte no la tenía siempre. Su amiga Zoey decidió quedarse a dormir con ella.
Salió del baño viendo a Zoey abriendo algunos regalos de los muchos que había en su habitación, la mayoría quedaron abajo.
–Bella, mira –dice emocionada.
–¿Qué es?
–Un peluche de oso –olió el oso para después suspirar–. ¿A que no sabes quién te lo regaló?
–Seguro es mi abuelita –respondió sonriendo. Zoey empezó a carcajearse–. ¿Qué es gracioso?
Se sentó en su cama junto a ella, tomando una nota que parecía abierta.
–¿Y esto?
–Léela, para que veas que siempre tengo la razón –se cruzó de brazos con esa expresión que solo ella tiene.
"No hay palabras que expresen lo que siento por ti. Me gustas, Bella. Me gustas mucho".
Frunció el ceño sin entender quién había escrito esa nota. Y suavizó el gesto al leer el nombre, era Felix. Hizo un mohín con los labios viendo a Zoey.
Rodó los ojos.
–Ok, sí. Tenías razón... –murmuró dejando la nota sobre la cama.
–Tienes loco a Felix desde hace mucho, y no te quieres dar cuenta. ¿No ves cómo te mira?
–Pero yo lo veo como un amigo –respondió con lástima–. No quiero hacerle daño, siempre ha sido un buen chico.
–A todos los ves como un amigo. ¿Por qué no te decides por uno?
–Hablas como si fueran objetos –inquirió arrugando la frente.
–Vamos, Bella. Tienes dieciocho años recién cumplidos, y todavía no has tenido novio.
–¿Y qué tiene? –preguntó inflando las mejillas.
–No digo que sea malo, pero tienes que disfrutar de esta etapa. Ya terminamos la secundaria, y es verano. ¿Y sabes qué significa?
Frunció el ceño.
–¿Qué cosa?
–Un primer amor.
–No me interesa nada de eso –respondió sinceramente.
–Yo también lo decía hasta conocer el amor y... –le guiñó un ojo antes de seguir–. Y el sexo.
–Shhh... –le tapó la boca señalando la pared–. Se oye todo con estas paredes de papel, Zoey. Al lado están mamá y papá.
–No tiene por qué ser un tema tabú. Al contrario, hay que hablarlo y estar informados –susurró.
–Cuando llegue el momento me informaré. Ahora no necesito saberlo.
–Yo si fuera tú me daría una oportunidad con Felix, él es muy guapo.
Pensó en lo que dijo, y se preguntó cómo es querer a alguien de esa manera. Era tan inexperta en el tema del amor para su edad, pero realmente el amor no tiene edad, eso decía su mamá. No conoció a nadie que haga nacer en ella un sentimiento distinto de la simpatía. ¿Será que existe? ¿O terminará como su tía Liliana? Ella siempre dice que el amor no existe, y está muy bien sola, con sus gatos.
Bella tomó su computadora, donde verían una película antes de dormir.
–¿Cuál prefieres, Zoey? –preguntó dudando entre dos–. Una trata sobre una mujer que pierde a sus hijos y debe encontrarlos mediante botones esparcidos.
–¿Botones?
Asintió viendo la confusión en el rostro de su amiga.
–Es muy ilógico.
–¿Por qué? No es imposible.
–Es súper imposible –rio tomando su teléfono al recibir un mensaje.
–Bueno, entonces la otra.
–Mmh... ¿De qué trata?
–De un hombre obsesionado por una mujer, y...
–Bella... –susurró emocionada dándole golpecitos en la pierna. Se levantó de sopetón.
–¿Qué pasó?
–Recibí una invitación del club Lady Night.
–¿Una invitación?
–Es un club recién inaugurado –tiró el teléfono a la cama quitándose el pijama–. Dicen que es espectacular. Tenemos que ir esta noche. ¡No podemos perder esta oportunidad!
–Tranquila, Zoey. ¡Estás eufórica! –exclamó sorprendida por la agitación de su amiga.
–No es para menos. El dueño es un multimillonario que posee todo tipo de clubs en el país. Ese lugar debe ser increíble, y súper lujoso.
Bella se levantó confundida.
–¿Pero cómo es eso de que recibiste una invitación? Yo nunca recibí ninguna.
–¿Cómo quieres que te inviten si no sales de estas cuatro paredes? Supongo que me la enviaron porque voy a varios, sabrán que asisto a ese tipo de lugares –recibió varios mensajes a la vez, y se abalanzó con agilidad para tomar su teléfono–. ¡Van a venir todos!
–¿Todos, quién?
–Petra, Fiona, Charles, Lucy, Edgar y... –la vio con mirada traviesa–. Felix.
–¿Felix también va a estar?
–¡Sí! Vamos, quítate ese pijama y ponte un vestido. ¡Vamos a disfrutar como nunca!
La observó como si estuviera enloqueciendo.
–Zoey, no puedo ir.
–¿Por qué? Ya tienes dieciocho, te van a dejar entrar.
–No es eso, mis papás...
–Ellos te dejarán ir, si les aseguramos que es un sitio seguro y estaremos todos juntos. Si quieres hablo yo con ellos. Ya verás que los convenzo en un santiamén.
Bella se quedó callada al no encontrar argumentos. Su amiga era tan testaruda, no la iba a dejar en paz hasta que consiguiera llevarla ahí.
Resopló cubriéndose con la cobija.
–¡No quiero ir! ¡Punto! ¡Es mi última palabra!
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–Bella... –oyó la dulce voz de su terca amiga.
–Ni me hables.
–Vamos... –la abrazó con entusiasmo haciéndola detenerse–. Hago esto por tu bien. ¿Dónde viste a una cumpleañera de dieciocho pasar su día en pijama y viendo películas? No puedo permitirlo, es una ofensa para mi código juvenil.
Siguió caminando, dejándola atrás.
–Pues tu código juvenil no va conmigo.
–Espera a llegar, y verás. Te darás cuenta de lo fascinante que son esos lugares nocturnos. No tienes idea, cuando bailes al mismo ritmo que todas las personas a tu alrededor vas a cambiar de opinión –le hizo una demostración dando varias vueltas que le sacó una sonrisa.
La reprimió cruzándose de brazos.
–Eso parece más ballet.
–No soy la mejor bailando, pero sí pasándola bien.
–Si tú lo dices.
–Sólo dedícate a relajarte, despejar tu mente y disfrutar. Bella, sólo te pido que te diviertas como una joven de tu edad.
Suspiró analizando su comentario, quizá Zoey tenga toda la razón y no estaba viviendo como debería hacerlo. Privándose de crear más recuerdos hermosos, saliendo de su zona de confort. Pues cómo podía decir que no le gustaba algo, sin haberlo probado antes.
Pero quién dice que una persona está obligada a vivir experimentando cosas nuevas a una edad u otra. Pues, ¿no deberíamos seguir nuestro corazón e instinto? Eso dice su papá siempre. Jamás puedes obligar a nadie a cambiar, cada quien es como quiere ser, y actúa como quiere actuar. Pensó rememorando sus palabras.
Pensó en ello de camino al club nocturno que tenía a su amiga saltando de la emoción. Tal vez, debía relajarse como decía, y disfrutar. Simplemente disfrutar.
Había una cola interminable de personas, prácticamente ocupaban parte de la carretera. Después de una espera tediosa, los dos hombres enormes que estaban parados como estatuas en la puerta las revisaron de arriba abajo. Bella no pudo evitar sentirse incómoda; ¿de verdad hacía falta ver a alguien tan detalladamente? Ni que les hicieran una radiografía.
—Ella no puede entrar —dijo uno, refiriéndose a Bella.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Zoey.
—Es menor de edad.
—Soy mayor de edad, cumplí dieciocho justo hoy —explicó Bella, intranquila.
Después de casi media hora esperando, ¿no la dejarían entrar? Definitivamente se enojaría, y mucho.
—A otro con ese cuento —respondió el guardia.
—Le aseguro que no le miento, señor.
—¿Señor? —se carcajeó el otro sin ninguna privación.
¿Se estaban burlando de ella?
—¿De qué se ríen? —los vio frunciendo el ceño—. Me equivoqué y son señoras, ¿o qué?
Observó el cambio radical en sus expresiones. Vaya que sí se ofendieron.
—Bella... —notó el pellizco en su brazo—. ¡No nos dejarán entrar ahora! —susurró regañándola.
—Circulen, las dos. Están obstruyendo la entrada —les ordenó uno de los guardias.
Bella se aguantó las ganas de decirle a ese tipo cuatro cosas bien dichas. Las estaba tratando como una molestia.
—Podemos mostrarles la identificación —dijo Zoey.
—¿No oíste? Las dos, fuera.
—Vamos —tiró de su brazo, pero no se movió—. Zoey, vámonos de aquí. Por favor, hazme caso.
Intentó persuadirla, pero ella siguió hablando con el hombre sobre enseñar la identificación. El otro guardia atendió el teléfono y se alejó unos pasos hacia la izquierda, mientras su compañero seguía tratándolas con fastidio. Bella quería irse, empezaba a agobiarse por las quejas de los demás clientes pidiendo que fueran rápidos.
El guardia que estaba al teléfono volvió y le dijo algo al que estaba con ellas, que Bella no logró oír bien. De repente, parecían asustados, o al menos eso le pareció. No lo sabía, pero su trato cambió por completo.
—Adelante. Pueden pasar cuando quieran —dijo, mirando a Bella como si fuera una especie de bicho raro.
Antes de que pudiera decir nada, su amiga la tomó de la mano y la llevó a la entrada. Bella seguía confundida y sus ideas se nublaban aún más por la música a todo volumen y la multitud de gente. No estaba acostumbrada a estar rodeada de tanta gente. Caminaron entre las personas, mejor dicho, Bella seguía a Zoey porque estaba completamente perdida.
—Zoey —la llamó, pero no la oía—. ¡Zoey! —terminó presionando su mano con fuerza para que se diera cuenta.
—¿Qué pasa? —preguntó a todo pulmón.
—¿A dónde vamos?
—¡Estoy buscando a los chicos! —Caminaron unos segundos más y parecía que los habían encontrado—. ¡Ahí están!
Los alcanzaron, al menos a Lucy, Fiona y Félix. Estaban situados en la barra, tomando algo mientras bailaban al ritmo de la música.
—¡Miren quiénes vinieron! —exclamó Lucy.
Fiona y Félix las miraron sonriendo. No era difícil notar la emoción en la mirada de Félix. Ahora que Bella había leído su carta, no sabía cómo actuar con él. Por nada del mundo quería hacerlo sentir mal, pero no lo veía de la misma manera. ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
Al final, Zoey terminó yéndose con los demás a la pista, donde había mucho más ruido y las luces eran más potentes. La invitaron a ir, pero Bella prefirió quedarse un poco apartada con el jugo de frutas que se pidió. Nunca antes había probado alcohol, y no deseaba hacerlo en ese lugar. Intentaba dejarse llevar por la música, pero estar acompañada de Félix la ponía nerviosa. Él prefirió quedarse también, y parecía querer decirle algo, pero no estaba segura.
Notó que se acercaba más a ella, deslizando su brazo por la barra en la que ella se apoyaba.
—¿Te la estás pasando bien? —arrimó su rostro; era la única forma de oírlo.
—Sí. Es diferente a lo que acostumbro —sonrió, dando un sorbo a su vaso.
—Siempre la primera vez es rara.
Sintió que se acercaba aún más. Carraspeó incómoda, agradeciendo por una vez la música alta, porque no se oyó. En un intento de distraerse, deslizó la mirada por el lugar y terminó fijándose en la segunda planta, donde no había tanta gente.
—¿Ese lugar qué es? —preguntó con curiosidad.
—Es la zona VIP. Sólo se puede entrar con una tarjeta dorada.
Emitió un sonido de sorpresa. Instantes después cerró los ojos al sentir un escalofrío. No era por el frío, que no hacía. Por alguna razón se sentía observada. ¿Estaba alucinando?
—¿No quieres otra cosa para tomar?
—Estoy bien, gracias.
—Bella... —se sobresaltó al oírlo tan cerca de su oído—. ¿Revisaste mi regalo?
Tragó saliva con discreción.
—No me dio tiempo, pero en cuanto llegue a casa lo hago —sonrió, intentando disimular su incomodidad.
—Quiero decirte algo —susurró otra vez en su oído, pero esta vez arrimó su cuerpo.
Sin saber cómo actuar, salió de lo que empezaba a ser un hueco sin salida. Él la vio sorprendido.
—Necesito ir al baño un momento. Ahora vuelvo.
Félix sonrió asintiendo.
—¿Te acompaño? —ella lo vio confundida y él pareció darse cuenta de inmediato—. No conoces el lugar. Te puedes perder.
No sabía cómo interpretar su nuevo comportamiento. Era evidente su entusiasmo por interesarle, y eso la incomodaba mucho. Sentía que su amigo ya no era el mismo, como si la confianza que tenían de años atrás desapareciera de repente, y eso la entristecía.
—Puedo buscarlo —le dedicó una sonrisa forzada, intentando que saliera lo más natural posible.
Realmente quería irse de ese lugar; no encajaba para nada, y se notaba a kilómetros. El lugar era inmensamente grande y exuberante, emanaba estilo, más bien dinero, pues era lujoso por donde mirara. La gente estaba viva, literalmente; bailaban al son de la música, otras tomaban algo sin perder el ritmo. Todos estaban vestidos de forma muy reveladora, gritando sin necesidad de hablar que venían a la inauguración de un gran club. Y definitivamente ella, con su vestido blanco con estampado de flores hasta las rodillas, no decía lo mismo.
Se abrió paso con gran dificultad entre la multitud. Empezaba a pensar que toda la ciudad estaba ahí metida. ¿Nadie tenía otro plan esa noche? Bueno, sí: ella, viendo una película. Resopló como un toro embravecido, claro, sin que nadie lo oyera.
¿Dónde demonios estaba el baño? Cuando divisó el emoticono en la puerta al fondo de la pista, se encaminó con rapidez. Estuvo a punto de entrar cuando el guardia que estaba parado la detuvo.
—Está cerrado.
Le costó oírlo con claridad. Frunció el ceño.
—Necesito entrar un momento.
—Estará abierto en una hora.
—¿Una hora? ¿Por qué no ahora?
Por la expresión impaciente del guardia supo que no contestaría ninguna pregunta más. Resopló de nuevo, pero esta vez sí se logró oír, aunque la música estaba un poco más baja. El hombre le echó una ojeada. Bella frunció el ceño, ¿qué tanto la miraba? Antes de preguntar cualquier cosa, su teléfono vibró. Era Zoey.
—Bella, ¿dónde estás? —A pesar de que gritaba a todo volumen, casi no escuchaba nada. Parecía angustiada, seguramente sofocada por bailar y gritar.
—Estoy en... —La llamada se cortó sin previo aviso.
—¿Se cortó? —se preguntó, volviendo a llamar. Una vez contestó, empezó a gritar para que la oyera—. En los baños, Zoey. Vine un momento.
Otra vez la llamada se descolgó.
Su teléfono volvió a vibrar, esta vez con un mensaje.
—Bella, estoy fuera. Me llamó tu mamá, nos mandó decir que pasó algo en tu casa.