¿A Dónde Pertenezco? No Soy Ella.

La mañana amaneció plomiza, con una neblina espesa cubriendo los ventanales como si la casa quisiera esconderse del mundo. Olga, o más bien Karina, se despertó con una extraña sensación de asfixia. Había soñado con su verdadero cuerpo, con sus uñas rotas intentando rasgar algo invisible, con gotas de sangre cayendo sobre su rostro.

Se incorporó con dificultad. A su lado, la cama estaba vacía. Daniel ya se había ido, sin hacer ruido, apenas ella se quedó dormida sobresaltada por todo lo que había descubierto. No dejó nota. No hacía falta; sabía que traería sus cosas, que ya no la iba a dejar sola en aquella casa, y ante un ser que podría ser capaz de cualquier cosa.

Los pasos de Facundo resonaban en el pasillo. Él había vuelto a sus dibujos, obsesionado con sombras y túneles. Olga pasó frente a él y se detuvo.

- "¿Qué dibujas, amor?", preguntó Olga.

- "El monstruo del sótano", respondió el pequeño Facundo, sin levantar la cabeza. "El que papá dice que no existe", agregó.

Olga frunció el ceño, quien era Felipe, ese hombre tan lúgubre en el fondo, y tan normal en el exterior.

- "¿Papá te dijo eso?", preguntó Olga.

- "Sí. Dijo que si lo volvía a nombrar, me iba a encerrar ahí con él", respondió Facundo.

El estómago de Olga se contrajo.

- "¿Con quién?", preguntó Olga, nerviosa por la respuesta.

Facundo levantó la vista. Tenía la inocencia intacta, pero en sus ojos había algo oscuro.

- "Con el que llora por las noches", respondió el pequeño.

Olga tragó saliva, mientras un frío desolador recorrió su cuerpo.

- "¿Quién llora?", preguntó.

- "El que está atrapado. El que no puede salir", respondió Facundo.

Ella se quedó paralizada. No era la primera vez que escuchaba ruidos en la madrugada, como sollozos apagados. Siempre pensó que era el viento, la madera, su mente fracturada.

Pero ahora tenía otra pista, los ojos de un niño que no miente.

Aprovechó el momento en que Felipe salió a comprar pan, bajó al sótano en silencio, dejando a Emma dormida en su corral. La madera de la trampilla rechinó con un gemido de advertencia. El aire abajo era más frío de lo que recordaba, denso, con olor a tierra húmeda y metal oxidado.

Bajó con la linterna del celular encendida, La luz reveló polvo en suspensión, telarañas y cajas viejas, algunas con juguetes rotos, álbumes, muebles apilados. Pero algo estaba mal, esa puerta del espacio al fondo estaba abierta, aunque sintió escalofríos se adentró hasta lo más profundo, hasta llegar detrás de un armario desplazado a medias.

El olor fue lo primero que la golpeó: algo rancio, húmedo, como carne olvidada. Y luego vio aquel bulto, envuelto en plástico negro, atado con cinta plateada.

El aire se congeló a su alrededor. El pulso se volvió un tambor ensordecedor. Ella se acercó temblando, pudo ver que el plástico tenía una rasgadura, con el extremo de un palo, lo abrió un poco.

Y entonces lo vio. Un rostro, que estaba hinchado, pálido, deformado por el tiempo, pero era inconfundible, su rostro. El de Karina. O, mejor dicho, el rostro del cuerpo que alguna vez le perteneció.

La memoria la asaltó de golpe, como un alud. Felipe la había empujado; no a ella, sino a Karina, a la mujer que intentó escapar, del encierro donde había estado. La oscuridad llegó como quien sabe que el final ha llegado; pero en ese instante, en el que la vida se le iba, se sintió en medio del agua, donde su alma flotante, desesperada, encontró el cuerpo sin vida de Olga; y se aferró a él.

Karina había tomado el cuerpo de Olga, no por elección, sino por supervivencia.

Subió como pudo, escapando del sótano, cerrando todo con las manos temblorosas y se encerró en el baño. Vomitó hasta las lágrimas. Temblaba, pero no tenía miedo, tenía furia desmedida y demencial; debía calmarse para enfrentar su destino.

Cuando salió, Felipe ya estaba en casa. La miró con su sonrisa falsa, los ojos clavados en ella.

- "¿Dormiste bien?", preguntó Felipe.

Ella lo miró con una frialdad nueva.

- "Sí. Dormí mejor que nunca", respondió.

Por primera vez desde su regreso, supo quién era. Y no iba a dejar que él ganara. Ahora, todo comenzaba.