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EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

Status: En proceso
Genre:Arrogante / Mafia / Embarazada fugitiva / Malentendidos / Amor-odio / Matrimonio entre clanes
Popularitas:5.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Genesis YEPES

Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?

La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.

Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.

NovelToon tiene autorización de Genesis YEPES para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

HUIDA EN LA OSCURIDAD

La noche había caído sobre Marsella como una manta espesa y húmeda.

El cielo, cubierto por nubes bajas, parecía aplastar los tejados de la ciudad.

No había estrellas, y la luna, escondida detrás de la bruma, apenas

arrojaba luz sobre las calles estrechas y desiguales.

El aire olía a sal, a metal oxidado y a algo más…

peligro.

Isabella lo sintió antes de escucharlo. el miedo y deseo de supervivencia,

Un cambio en el silencio, como si la ciudad misma contuviera la respiración.

Una quietud antinatural que erizó su piel incluso antes de que el sonido llegara.

Estaba en un pequeño apartamento alquilado bajo un nombre falso.

Cuatro paredes húmedas, muebles antiguos, una lámpara tenue.

Lo justo para pasar desapercibida. Había llegado allí después de semanas huyendo,

cambiando de trenes, de países, de identidad.

Fernanda le había enseñado y dejado contacto para esconderse.

A borrar rastros. A vivir sin dejar huella, como si nunca hubiera existido.

Pero ni siquiera ella podía prever lo que estaba por pasar.

Porque Nicolaok ya la había encontrado.

Todo comenzó con un crujido.

Apenas un sonido, una leve presión sobre la madera del pasillo exterior.

Pero suficiente para tensar su cuerpo como un resorte.

Apagó la luz de la cocina sin pensarlo. Caminó en puntillas hasta la

ventana y asomó por la cortina con cautela.

Allí estaba.

Un hombre parado en la esquina, fumando.

Llevaba una gorra, chaqueta negra, botas militares.

No parecía nada fuera de lo común… salvo por el auricular que llevaba en la oreja.

Y la manera en que su mirada escaneaba meticulosamente las fachadas.

Isabella no pensó. Actuó.

Agarró su mochila —ligera, con lo esencial: pasaporte falso, dinero, un celular

encriptado y una navaja pequeña—, apagó el resto de las luces y salió

por la escalera de servicio. Sus pies apenas tocaban los escalones. Se deslizaba más que bajaba.

No se permitió temblar.

Afuera, la niebla le cubría el rostro como una máscara.

El mundo estaba silenciado por la humedad, como si todo flotara bajo el agua.

Corrió entre los edificios, tomando rutas que había memorizado durante días, caminos

diseñados para perder a cualquiera que intentara seguirla.

Pero ellos la seguían. Podía sentirlo.

Pasos detrás. Rápidos. Coordinados. Profesionales.

Nicolaok no enviaba matones callejeros.

Enviaba cazadores.

Dobló por una callejuela, saltó una cerca de metal oxidado y cayó sobre un bote de basura.

El golpe le sacó el aire, pero no se detuvo.

Siguió corriendo, internándose en un laberinto de concreto y sombras.

Los edificios parecían cerrarse sobre ella, altos, viejos, con

sus balcones como garras que arañaban el cielo.

Y entonces, lo vio.

Uno de ellos. Grande.

Tenía la postura militar, el corte de cabello, la rigidez

de quien ha sido entrenado para matar.

Ruso, por el acento cuando hablaba por el radio.

Llevaba una pistola, oculta apenas por su abrigo largo.

Isabella respiró hondo.

Sabía que no podía derrotarlo. Pero podía engañarlo.

Esperó a que pasara, escondida detrás de un camión abandonado.

Contuvo la respiración, contó los pasos, el ritmo de su andar.

En cuanto lo hizo, salió por el lado opuesto y trepó por una

escalera de emergencia que crujió bajo su peso.

Llegó al techo de un edificio bajo y se deslizó por los tejados como un espectro.

A cada salto, su corazón latía como un tambor.

A cada deslizamiento, sus músculos gritaban.

Pero no podía detenerse. Sabía a dónde debía ir.

Un contacto.

Uno de los últimos que Fernanda le había indicado en caso de emergencia.

Un taller mecánico en las afueras, donde nadie preguntaba nombres ni hacía preguntas.

Un lugar donde las sombras eran aliadas y el silencio era norma.

Cuando llegó, tenía los pulmones ardiendo, el rostro sucio, la ropa rota por los callejones.

Golpeó la puerta metálica tres veces, esperó, y luego dos más.

La señal acordada.

Pasaron unos segundos eternos. Luego, se abrió una

pequeña mirilla, y unos ojos cansados la escrutaron.

Un hombre calvo abrió. Sin decir palabra, la hizo pasar.

Cerró con tres cerrojos detrás.

—Llegaste más tarde de lo esperado —dijo, con voz grave, casi sin emoción.

—Me estaban siguiendo —jadeó Isabella.

—Lo sé. Pero hiciste bien. Ya no pueden rastrearte por ahora.

Él encendió una radio vieja y subió el volumen.

Música distorsionada llenó el aire.

—Nos da unas horasnantes de que rastreen señales térmicas.

Isabella se dejó caer en una silla junto a una mesa

de herramientas manchada de aceite.

El lugar olía a grasa, metal caliente y humo viejo.

El corazón le seguía latiendo con fuerza.

No estaba a salvo.

Nunca lo estaría.

Pero había ganado un poco de tiempo.

afueras hombres de Nicolaok revisaban las calles.

Uno de ellos pateó una puerta, otro habló por radio en ruso.

—¿La tenemos?

—Negativo. Escapó por la azotea.

—¿Y ahora?

—Nicolaok no va a estar feliz.

Uno de ellos sacó una foto arrugada del bolsillo.

Era Isabella, años atrás. Sonriente.

Inocente.

La imagen ahora parecía un blanco.

—Díganle que fallamos.

Pero que no dejaremos de buscar.

Y se fueron.

En el taller, Isabella se quitó el abrigo y observó sus manos.

Temblaban.

Le dolían las rodillas por las caídas, tenía un corte pequeño  en el

costado del abdomen que había comenzado a sangrar otra vez.

El hombre calvo se acercó con un botiquín sin hacer preguntas.

—No es profundo. Pero debes cosértelo si no quieres dejar rastro.

Ella asintió. Se mordió el labio mientras él limpiaba la herida. No lloró.

No gritó.

Ya había pasado por cosas peores.

—¿Por cuánto tiempo puedo quedarme aquí? —preguntó cuando terminó.

—Hasta el amanecer. Después de eso, Marsella ya no es segura.

Hay un barco en el muelle sur.

Sale antes del mediodía.

Te llevará a... si puedes pagar.

—¿Y si no puedo?

Él la miró.

—Entonces deberás rogar que Nicolaok no te encuentre.

Isabella asintió sin responder.

Conocía bien a Nicolaok.

Sabía lo que era capaz de hacer.

Lo había visto en los ojos de Fernanda.

Y había escuchado los silencios.

Cerró los ojos un momento.

La noche la envolvía como un manto oscuro, pero en su mente, todo era fuego.

Los recuerdos.

Las persecuciones.

El miedo.

Y sobre todo, la certeza:

Nicolaok no se detenía.

no olvidaba.

No perdonaba.

Afuera, la niebla comenzaba a disolverse con el amanecer.

La ciudad despertaba poco a poco.

Los primeros barcos salían del puerto.

Y con ellos, se borraban también las huellas que Isabella había dejado…

Pero no el rastro de sangre.

Ese, Nicolaok lo seguiría. Aunque tardara días. Meses. Años.

No descansaría.

Porque para él, perder era peor que morir.

Y Isabella…

isabella era el mensaje.

La pieza que se había atrevido a escapar del tablero.

ISABELLA BELLINI

1
Melody Arianny De león reyes
Hermoso
Lety
Me encanta como narras el comienzo
Claudina Reyes
HERMOSO
Luis Chairiel Reyes
hermoso
GENESIS YEPES
intrigante, emocionantes, fuerza, poder, amor retorcido, en definitiva es una historia encantadora.
Mirta Vega
hola autora empezando a leer tu historia ,primer capítulo interesante gracias por tu imaginación
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