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Mi Sexy Tutor

Mi Sexy Tutor

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor a primera vista / Profesor particular / Diferencia de edad / Colegial dulce amor / Chico Malo
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Alondra Beatriz Medina Y

Lucía, una tímida universitaria de 19 años, prefiere escribir poemas en su cuaderno antes que enfrentar el caos de su vida en una ciudad bulliciosa. Pero cuando las conexiones con sus amigos y extraños empiezan a sacudir su mundo, se ve atrapada en un torbellino de emociones. Su mejor amiga Sofía la empuja a salir de su caparazón, mientras un chico carismático con secretos y un misterioso recién llegado despiertan sentimientos que Lucía no está segura de querer explorar. Entre clases, noches interminables y verdades que duelen, Lucía deberá decidir si guarda sus sueños en poemas sin enviar o encuentra el valor para vivirlos.

NovelToon tiene autorización de Alondra Beatriz Medina Y para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Calles que Susurran, Nombres que Pesan

La ciudad me recibió con su caos habitual cuando salí del edificio, con el eco de mi encuentro con Adrián todavía zumbándome en la cabeza. Sus ojos oscuros, su sonrisa, y la palabra “vecina” en su voz grave. Sacudí mi cabeza, como si pudiese despejarlo, y me limito a concentrarme en la lista de compras arrugada en mi mano: pan, leche, pasta, algo de fruta, y lo que sea que estuviera en oferta. El aire era fresco, con un toque de humedad que prometía lluvia más tarde, y las calles estaban llenas de vida: vendedores ambulantes gritando, motos zigzagueando, y estudiantes con mochilas quienes corrían hacia quién sabe dónde.

Caminé hacia el supermercado, que estaba a unas pocas calles del piso, con el cuaderno en mi bolso que me golpeaba la cadera. No podía parar de pensar en Adrián. Era el tío de Marcos, un fotógrafo que había estado viajando por todo el mundo, y ahora se encontraba viviendo al otro lado de la calle. Es ridículo que me esté afectando tanto. Apenas habíamos cruzado unas palabras. Pero había algo en él, algo que no podía nombrar, qué se sentía como una puerta entreabierta. Y luego estaba la fiesta: la confesión de Javi, el enojo de Nicolás, Kassandra y Bruno en el callejón. Todo se mezclaba en mi cabeza, como un poema que no entiendo como escribir.

El supermercado era un caos de luces fluorescentes y carros que chocaban en los pasillos. Agarré un carrito y seguí mi lista, intentando no gastar más de lo que teníamos. Mientras elegía entre manzanas verdes y rojas, mi mente vagó otra vez. ¿Por qué Nicolás as enojó tanto anoche? Su salida de la fiesta, ignorando a Kassandra. Fue como si alguien hubiese apagado su luz. Sofía había dicho que podía estar celoso, pero eso no tenía sentido. Nicolás era el rey del campus, con su pelo rubio y sus ojos azules que hacían suspirar a medio mundo. No le interesaba. No podía interesarle. Pero entonces, ¿por qué se puso así cuando Javi dijo que yo le gustaba?

Me encontraba en la caja, pagando con el poco efectivo que llevaba, cuando una voz me sacó de mis pensamientos.

—¿Lucía?

Me giré, casi permitiendo dejar caer la bolsa de manzanas, y ahí estaba Nicolás, recostado contra una máquina expendedora con una botella de agua en la mano. Levaba puesto una camiseta gris que marcaba sus hombros y jeans desgastados, y su pelo rubio estaba revuelto, como si hubiese acabado de despertarse. Sus ojos azules me miraron con una combinación de curiosidad y algo más, algo que no se encontraba en la fiesta.

—H-hola —balbuceo, y siento el calor subiéndome a la cara—. No esperaba verte aquí.

—Ni yo a ti. —Se rió, pero era una risa suave, no la arrogante de la cancha—. Vivo a un par de calles. Este es mi súper de confianza. ¿Y tú?

—Cerca también —contesto, optando por ajustar las bolsas en mis manos—. Solo vine a llenar la despensa. Está en crisis.

—Conozco esa vida. —Se enderezó, caminando a mi lado mientras salía del supermercado—. Oye, sobre anoche... siento haberme ido así. Estaba de mal humor, no sé. No quería hacer un drama.

—No pasa nada —dije, aunque mi corazón comenzó a latir más rápido—. Fue... una noche intensa para todos.

—Intensa, sí. —Se pasó una mano por el pelo, observando la calle como si estuviera buscando las palabras—. Lo de Javi... te pilló desprevenida, ¿verdad?

—Demasiado —admiti, y me detuve en la acera. Los cláxones y las voces de la ciudad llenaron el silencio entre nosotros—. No tenía idea. Apenas hemos hablado un par de veces.

—Javi es buen tío, pero a veces habla sin pensar. —Nicolás frunció el ceño, y por unos segundos, pude ver un destello de la tensión de anoche—. No debería haber soltado eso delante de todos. Fue... no sé, inapropiado.

—No fue su culpa —agrego, aunque no estaba segura de por qué lo estaba defendiendo—. El juego era así, ¿no? Decir verdades.

—Verdades, claro. —Nicolás me miró, y había algo en sus ojos que me hizo querer apartar la vista—. Pero no todo el mundo dice la verdad en esos juegos. A veces solo dicen lo que quieren que los demás oigan.

—¿Y tú? —pregunté, antes de poder contenerme—. ¿Por qué te enojaste tanto?

Él solo permaneció callado, y el aire entre nosotros se tenso. Una moto pasó rugiendo, y un grupo de chicos habían empezado a reírse en la esquina, pero todo parecía desvanecerse. Hasta que finalmente, suspiro, mientras se encogia de hombros.

—No lo sé, Lucía. —Su tono es más bajo ahora, casi vulnerable—. A veces me canso de toda esa mierda. Los juegos, las apariencias, Kassandra y su circo. Y luego Javi dice eso, y...no sé, me sacó de quicio. No es que tenga derecho a enojarme, pero lo hice.

—¿Por mí? —Las palabras se me escaparon, y quería tragarmelas, pero ya era demasiado tarde.

Nicolás me miró, y por unos segundos, creí que iba a decir algo importante. Pero después sonrió, aquella sonrisa suya que era mitad encanto, mitad escudo. —Digamos que no me gusta que mis amigos se metan en cosas que no entiendo. Eres... diferente, Lucía. No sé cómo explicarlo.

—Diferente no siempre es bueno —susurro, sintiendo cómo las bolsas me pesaban en las manos.

—Es bueno en tu caso. —Me guiño un ojo, pero había una sombra en su expresión—. Bueno, te dejo. No quiero que se te echen a perder las manzanas. Nos vemos en la uni, ¿sí?

—Claro —contesto, con una sonrisa que esperaba y no pareciera tan temblorosa con como me siento.

Nicolás se alejó, con las manos en los bolsillos, y yo me quedé en la acera, observando cómo su figura se iba perdiendo entre la multitud. La ciudad seguía su ritmo, con sus luces y su ruido, pero yo estaba atrapada en ese momento, en sus palabras, y en la manera en que dijo “diferente”. No sabía que significaba, pero sentía que algo se estaba moviendo, como si la ciudad estuviera reescribiendo mi historia sin siquiera pedirme permiso.

Caminé de vuelta al piso, mientras las bolsas me golpeaban las piernas y el sol me calentaba la nuca. Cuando por fin logré llegar al edificio, subí las escaleras con cuidado, medio esperando ver a Adrián otra vez, pero el tramo se encontraba vacío, con solo el olor a cigarrillo flotando en el aire. Opté por ingresar al piso, en donde encuentro a Sofía quien estaba tirada en el sofá, viendo una serie en su móvil.

—¿Misión cumplida? —preguntó, sin elevar la vista.

—Más o menos —contesto, y dejo las bolsas en la cocina—. Me crucé con Nicolás en el súper.

—¿Qué? —Dice Sofía sentándose de golpe, con los ojos brillando—. ¿Nicolás, el drama queen? ¿Y qué dijo?

—Se disculpó por lo de anoche —expliqué, mientras guardaba la leche en la nevera—. Dijo que estaba de mal humor, que lo de Javi lo sacó de quicio. No sé, fue raro.

—Raro es poco. —Sofía se levantó, caminando hacia la cocina—. Ese tío está pillado por ti, te lo digo. Todo ese rollo de “me enojé porque sí” es puro cuento. Quiere tu atención.

—No creo —contesto, aunque la idea me hacia sentir un calor que no quería admitir—. Tiene a Kassandra, o... bueno, lo que sea que tengan.

—Kassandra tiene a medio campus, incluyendo a Bruno en un callejón. —Sofía resopló, optando por abrir una bolsa de galletas que acababa de comprar—. Nicolás sabe que no es exclusiva. Apuesto a que por eso está tan gruñón.

—Tal vez —susurro, pero mi cabeza se encontraba en otra parte. En Adrián, en la escalera, en su sonrisa. No se lo conté a Sofía, porque no sabía cómo explicarlo sin escucharme como una idiota.

Terminé de guardar las compras y me fue a mi habitación, donde el cuaderno estaba esperándome en el escritorio. Lo abrí, y las palabras salieron solas, como si la ciudad las estuviera murmurando:

“𝑪𝒂𝒍𝒍𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆𝒏 𝒎𝒂́𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒚𝒐,

𝒏𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒆𝒔𝒂𝒏 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒑𝒊𝒆𝒅𝒓𝒂𝒔.

𝑼𝒏 𝒄𝒊𝒈𝒂𝒓𝒓𝒊𝒍𝒍𝒐, 𝒖𝒏𝒂 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒅𝒂,

𝒖𝒏 “𝒅𝒊𝒇𝒆𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆” 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒊𝒆𝒏𝒅𝒐.”

Cerré el cuaderno y miro por la ventana, donde el edificio de enfrente, con la puerta 23, parecia observarme de vuelta. La ciudad no paraba, y yo tampoco, pero sentía que algo estaba a punto de cambiar y no sabía si me encontraba lista para descubrir que era.

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