Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
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Capítulo 18 – La Invocación Prohibida
Sangre en el asfalto
Shibuya ardía.
El aire estaba cargado con el olor del humo, la sangre y la energía maldita. Edificios caídos, calles rotas, cadáveres entre los escombros… y el eco distante de una risa infernal: Sukuna estaba desatado.
En medio del caos, en un rincón casi olvidado de la estación subterránea, Megumi Fushiguro yacía herido. Su respiración era entrecortada. Sangraba por la frente, por el costado, por la pierna. Apenas podía moverse. Un corte profundo atravesaba su abdomen.
—Tsk… Victor… ¿por qué…?
Su visión se nublaba. El sonido a su alrededor se iba apagando. Pero antes de perder el conocimiento, su mente repitió un nombre prohibido.
Mahoraga.
La última carta. La más peligrosa.
—Si no puedo detenerte, Victor… al menos... podré… ganar tiempo.
Con su último aliento de voluntad, se levantó de rodillas, tambaleante. Extendió una mano ensangrentada hacia el suelo y comenzó a recitar las palabras del ritual.
—Diez Sombras… Ritual de Exorcismo… rueda divina que todo lo adapta… Mahoraga.
La sombra a su alrededor se agitó. Una presión monstruosa invadió el lugar. Incluso las maldiciones cercanas huyeron al sentir lo que estaba por venir.
Desde el círculo de invocación, una figura comenzó a elevarse.
El rugido del dios invencible
Primero fue una sombra. Luego, los anillos giratorios sobre su cabeza. Cuatro brazos, una máscara demoníaca… y un aura brutal.
Orochi-no-Mahoraga.
El shikigami más peligroso.
La criatura que ni los Zenin del pasado pudieron controlar.
Sukuna, que en ese momento se encontraba alzando a un niño inocente solo para lanzarlo al vacío, se detuvo.
Sintió la presión. Sintió esa presencia… y sonrió.
—Vaya, vaya… parece que el mocoso se atrevió a llamarlo.
Se giró lentamente, viendo cómo Mahoraga tomaba forma por completo.
—Esto sí será interesante.
La batalla comienza
Mahoraga se abalanzó con un rugido, girando su rueda divina, adaptándose instantáneamente a la energía maldita de Sukuna.
El primer golpe fue un puño brutal que Sukuna apenas alcanzó a bloquear, y aun así fue lanzado contra un edificio.
—¡JAJAJA! —gritó Sukuna entre las ruinas—. ¡Eso fue increíble!
Saltó hacia él con velocidad divina, usando Desmantelar. Las cuchillas cruzaron el aire, pero Mahoraga giró su rueda y… se adaptó. Las cortó con sus propias manos.
—¡Perfecto!
Sukuna extendió su brazo, invocando Kamino Fuga. La flecha de fuego surcó el cielo, impactando al shikigami con una explosión infernal.
Pero cuando el humo se disipó… Mahoraga seguía en pie. La rueda giró de nuevo. Ya se había adaptado al fuego.
—Eres mejor que muchos humanos, criatura… —murmuró Sukuna, frunciendo el ceño—. Pero veamos qué tan lejos puedes llegar.
Activó su Dominio.
Relicario Demoníaco contra el invencible
El templo infernal surgió en el centro de Shibuya, tragando la ciudad rota en un mar de huesos, fuego y bocas monstruosas.
El Relicario Demoníaco comenzó a ejecutar Cortar y Desmantelar sin pausa.
Mahoraga fue alcanzado, su cuerpo desgarrado por múltiples cortes. Pero su rueda giró… una, dos, tres veces.
Sukuna lo sabía: si la rueda completaba el ciclo, se adaptaría a su dominio, anulándolo por completo.
—No puedo dejar que eso pase.
Y por primera vez… el Rey de las Maldiciones dejó de reír.
Concentró su energía, preparando una técnica secreta.
—Este será… tu final.
El sacrificio de Megumi
Mientras tanto, desde el suelo, Megumi miraba, con apenas fuerzas.
—Vamos… Mahoraga… deténlo… aunque sea un minuto más…
Pero su cuerpo colapsó. La sangre brotaba sin control.
Y mientras la conciencia lo abandonaba, su último pensamiento fue para su hermana… y para Victor.
“Por favor… vuelve a ser tú mismo…”
Capítulo Dieciocho – La Invocación Prohibida (Parte 2)
El ascenso al infierno
—¡Basta de jugar! —rugió Sukuna, con sus cuatro ojos brillando en rojo.
La rueda de Mahoraga giró de nuevo, adaptándose a cada uno de sus ataques. Pero esta vez, Sukuna estaba cansado de contenerse.
—¡Sube conmigo, basura!
En un movimiento instantáneo, Sukuna se impulsó con su energía maldita, y de una brutal patada en el torso, golpeó a Mahoraga, lanzándolo como un meteorito hacia la superficie.
BOOOOOOOM.
El shikigami atravesó capas de concreto, acero y tierra. En cuestión de segundos, la pelea abandonaba los túneles y explotaba directamente en el centro de Shibuya.
Las calles se estremecieron cuando el cuerpo de Mahoraga fue disparado hacia arriba como un misil, rompiendo el asfalto al salir. Automóviles volaron, postes cayeron, y los pocos civiles que aún sobrevivían, gritaron aterrados al ver el cielo ser cortado por esa monstruosa figura.
Sukuna emergió justo detrás de él, riendo.
—¡Vamos, Mahoraga! ¡Demuéstrame por qué eres la carta más peligrosa de los Zenin!
Shibuya: campo de guerra
Los rayos de neón y los carteles publicitarios estallaban mientras los dos colosos se enfrentaban. Mahoraga aterrizó pesadamente, destruyendo todo a su paso, y al instante se lanzó contra Sukuna con una combinación de golpes rápidos, su rueda girando sin cesar.
Cada golpe hacía temblar los edificios. Cada choque generaba ondas de energía que hacían estallar ventanas a kilómetros.
Sukuna esquivaba, se deslizaba, contraatacaba con Cortar y Desmantelar, pero Mahoraga ya había adaptado ambas técnicas.
—Eres una molestia persistente —gruñó Sukuna, ahora con un tono más serio.
Kamino Fuga apareció de nuevo entre sus manos, pero esta vez, Sukuna la combinó con su dominio parcial. Las flechas de fuego se multiplicaron, formando un círculo de destrucción alrededor de Mahoraga.
—¡Arde!
El impacto fue brutal. Shibuya entera pareció explotar bajo una tormenta de llamas malditas.
No puedes matarme, solo retrasarme
Cuando el humo se disipó, Mahoraga emergió cojeando, su brazo derecho colgando inútil, su cuerpo cubierto de heridas… pero aún de pie.
La rueda sobre su cabeza giró una vez más.
Sukuna apretó los dientes.
—Estás aprendiendo demasiado rápido…
Mahoraga rugió y volvió a lanzarse contra él. Esta vez, con más furia, más velocidad. Sukuna bloqueó el golpe, pero fue lanzado hacia un edificio de oficinas.
Crash.
El Rey de las Maldiciones atravesó tres pisos antes de estrellarse contra el muro exterior.
Sukuna se limpió la sangre de la boca y sonrió.
—Interesante. Muy interesante…
En lo profundo de la conciencia
Mientras tanto, en el fondo del alma de Sukuna, una voz gritaba.
Victor.
Atrapado en su propio cuerpo, observaba impotente lo que estaba ocurriendo.
—¡No…! ¡Mahoraga… va a morir… y destruirás todo!
Pero Sukuna no lo escuchaba. Estaba demasiado concentrado en disfrutar la pelea.
Sin embargo, la conexión con Mahoraga… con Megumi… algo se agitaba en Victor. Algo humano.
—Esto… esto no puede continuar así.
Un nuevo impulso
Sukuna volvió a aparecer sobre el techo de un rascacielos, mirando a Mahoraga ascender entre las ruinas.
—Si logras soportar esto… serás el primero en siglos.
Levantó ambas manos, formando un sello extraño. Un enorme círculo se abrió bajo los pies del shikigami.
—Te mostraré una maldición que ni tú puedes adaptar…
Una técnica prohibida.
Mahoraga levantó su espada, listo para el siguiente asalto.