Pesadilla De Amor

Luna

La noche anterior había recibido ese mensaje de número desconocido pero ¿como?,se asustó pero no dejo que el miedo la consuma , el quería eso ,pero pensó que lo hacía estando lejos. Decidió no decirle a Tomás, así que lo borró.

La mañana tenía el perfume de lo cotidiano: pan recién horneado, café caliente, y el sol abriéndose paso entre las nubes tímidas de otoño. Luna caminaba por el sendero del vivero hacia el mercado, cruzando el pequeño puente de madera que tanto le gustaba. Era su lugar favorito para respirar hondo y mirar el agua correr debajo. Le gustaba la idea de que todo fluyera. De que la vida pudiera aprender del río.

Ese día, sin embargo, algo cambió.

Se detuvo por costumbre a atarse el cordón de la bota justo en la mitad del puente. Cuando se incorporó, la vio. Una pulsera. Pequeña, negra, con un dije de piedra celeste. Una que ella había perdido hacía meses, en una de esas peleas absurdas que terminaban en lágrimas y silencios largos.

Sintió que se le helaba el pecho.

Esa pulsera no había estado ahí ayer. Ni antes de ayer. La reconoció al instante. Patrick se la había regalado en su segundo aniversario. La había usado todos los días hasta que él, en uno de sus arranques de celos, la rompió al decirle que se la quitara si no pensaba “honrar lo que representaba”.

Y ahora estaba ahí. Limpia. Intacta.

El aire alrededor se volvió denso. Su corazón comenzó a golpear en su pecho como un tambor de guerra. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. La calle estaba vacía. A lo lejos, el canto de un zorzal. El sonido del agua fluyendo. El sol seguía igual de cálido, pero su piel se enfrió.

Con manos temblorosas, guardó la pulsera en el bolsillo de su campera y siguió caminando. El corazón le martillaba en la garganta. Pensó en no decirle nada a Tomás. En hacer de cuenta que había sido solo una coincidencia. Pero en el fondo, lo sabía.

Él la había encontrado.

**

Tomás

Desde hacía días, una incomodidad lo perseguía como una sombra. Pequeñas cosas que no podía explicar: el perro ladrando al bosque sin razón, huellas de botas en el barro donde nadie solía pasar, y el instinto. Ese que había aprendido a escuchar cuando vivía en la ciudad. Cuando las cosas no se decían, pero se sentían. Como ahora.

No quería preocuparla. Luna ya había atravesado bastante. Había florecido frente a sus ojos. Su risa era más frecuente. Su mirada más firme. Su cuerpo ya no temblaba al menor ruido. Había aprendido a defenderse. Y, sin embargo, había algo en ella ese día. Algo que no pudo pasar por alto.

La encontró en la parte trasera del vivero, revisando plantas con movimientos lentos. Sus manos, normalmente precisas, ahora temblaban.

—¿Estás bien? —preguntó, apoyando suavemente una mano en su hombro.

Ella tardó unos segundos en responder. Luego, sacó la pulsera del bolsillo y se la mostró.

—La encontré en el puente.

Tomás la miró con el ceño fruncido. No necesitaba preguntar. Entendió todo.

—¿Estás segura que es…?

—Es de Patrick. Bueno, mía. Pero él la tenía. Yo no la perdí. Él la rompió.

La rabia le subió por la garganta. Miró la pulsera como si fuera una serpiente venenosa.

—Esto no puede ser una coincidencia —murmuró—. Está cerca.

—Lo sabía. Desde hace días siento algo. Como si me observaran… Pero no quise decirte nada.

Tomás la miró con una mezcla de preocupación y ternura. Se acercó un paso más, tomando su rostro entre las manos.

—No estás sola. ¿Me escuchás? No lo vas a enfrentar sola. Vamos a hacerlo juntos.

Luna asintió, con la mandíbula apretada.

—No quiero volver a ser la que era. No quiero que me encierre otra vez en ese infierno.

—No vas a volver. —Tomás la abrazó fuerte—. Ahora sabés cómo pelear. Y si hace falta, te escondo en la montaña y no te encuentra nunca más.

Ella esbozó una sonrisa débil. Él acarició su cabello y luego, con decisión, sacó su teléfono.

—Vamos a revisar todas las cámaras de la zona. Y desde esta noche, reforzamos la seguridad en la cabaña. Las rutas de escape, las armas. Todo. Si Patrick cree que puede intimidarte con objetos, se va a llevar una sorpresa.

**

Esa noche, cuando Luna entró en la cabaña, encontró el bolso de emergencia al lado de la cama: ropa, dinero, documentos, comida enlatada, un teléfono prepago.

—¿Preparado? —preguntó ella, medio en broma, medio en serio.

—Plan de escape nivel 3 —respondió Tomás con una sonrisa que apenas ocultaba su tensión—. Si todo falla, corremos hacia el punto seguro.

—¿Y cuál es el punto seguro?

Tomás se agachó frente a ella, y con una ternura que la desarmó, le susurró:

—Donde vos estés, ese es mi lugar seguro.

Ella lo miró, con los ojos brillando, y supo que, pasara lo que pasara, ya no era la misma mujer que había huido con miedo. Ahora tenía algo más que temor: tenía amor. Y eso, por primera vez, le daba el coraje de quedarse y pelear.

Pero en algún rincón del bosque, Patrick sonreía, sabiendo que su mensaje había sido recibido.

Y el juego, apenas comenzaba.