¡Le Vendí Mi Virginidad!

Comenzaron con la sesión. Eykel no le había dirigido la palabra a Sorimar; la ignoraba con un silencio denso y hostil, una ira sorda que ella no comprendía, pero que le quemaba la piel.

La sesión de fotos era en lencería. Sorimar tenía puesto un diminuto conjunto rojo, escandalosamente vibrante contra su piel. Cada pliegue de la tela, cada encaje, parecía diseñado para inflamar el aire. Todos los presentes en el estudio devoraban su figura con la mirada, incluyendo a Eykel.

Para él, tener a esa mujer ahí, casi desnuda, un monumento de curvas perfectas, resultaba ser una tortura y una excitación insoportable. No dejaba de mirarla, sus ojos oscuros recorriéndola con una lentitud morbosidad. En su mente, las poses profesionales se retorcían en fantasías crudas y urgentes; veía todas las formas en las que le gustaría hacerle el amor, destrozando ese control que ella mostraba.

Sus pensamientos eran tan intensos, tan eróticos y prohibidos, que automáticamente tuvo una erección, dura y traicionera. La presión contra el pantalón era una humillación que le impedía seguir. Lanzó la cámara sobre el trípode con un golpe sordo y salió del estudio fotográfico sin decir una palabra, la respiración acelerada y el rostro tenso. Fue directamente a buscar a Gladys, la jefa de personal, una de sus muchas amigas íntimas que, en ocasiones, fungían como su alivio.

Después de un rato, Eykel regresó, con el aire más tranquilo, pero con los ojos aún cargados de una frustración latente, listo para continuar con la sesión. Sorimar no dejaba de mirarlo, una mezcla de resentimiento y una curiosidad que la ponía en alerta.

— ¡Luchi, me dejó como una estúpida! Se fue como alma que lleva el diablo, y regresó con su carita fresca como si nada — comentó ella, la voz baja y cargada de rabia.

— Ese, estaba follando, linda. Seguro se fue a darse un rapidito, a quemar ese veneno.— argumentó Luchi, haciendo gestos sugerentes con las caderas.

— ¡Ay, por Dios!, no creo, mira a Paola ahí.

— ¿Tú piensas que esa insignificante es la única que le baja la calentura a ese playboy endemoniado? Verte ahí, toda maldita y poderosa en ese rojo, le provocó una erección que no pudo esconder y se fue a descargarla.— acertó su amigo con una seguridad escalofriante.

— Eso no es cierto… A ese hombre solo le caigo mal. Me odia.

— Vamos a continuar. ¡Sorimar, enfoca la mirada aquí! — dijo Eykel en voz alta y seca, rompiendo la conversación.

Horas después, la sesión terminó. Sorimar se estaba vistiendo para irse a la agencia Green. Eykel estaba inquieto, caminaba de un lado a otro como una bestia enjaulada; tenía que romper ese muro de silencio.

— Salgan todos. Señorita De la Rosa, ¿podemos hablar?

Ella se detuvo en seco, sorprendida por el tono autoritario y la súbita necesidad de comunicación, después de horas de ser tratada como un objeto más del estudio. Se sentó en un sillón, muy nerviosa. Cada vez que estaban solos, su corazón golpeaba en su pecho con fuerza.

Él se acercó a ella, su sombra envolviéndola. Se inclinó peligrosamente, sus labios casi rozando la oreja de ella. — ¿Por qué lo besaste en la mejilla? ¿Acaso no estás enamorada de él? — le preguntó, la voz convertida en un susurro áspero, respirándole el aroma del cuello.

Ella se levantó de golpe, la silla chirriando contra el suelo, y se alejó un paso, sintiendo un escalofrío que no era de frío.

— Si eso es lo que quieres saber, te vas a quedar con la duda. Permiso.

Antes de que pudiera dar otro paso, él la sujetó con una mano firme por la cintura y la atrajo de nuevo hacia él. El agarre no era suave. Le habló cerca de sus labios, sus ojos fijos en los de ella, buscando una grieta.

— ¿Por qué no me dices la verdad? Mírame y dímelo, ¿qué sientes por Maicol?

— Porque no tengo que hacerlo. No te debo explicaciones. Ahora sí, permiso — siseó Sorimar, forzando su liberación y saliendo del estudio, temblando de rabia y de una excitación que se negaba a admitir.

Unos días después...

Esos días habían sido una tortura para Eykel. No soportaba ver a Maicol sonriendo frente a su agencia, con esa arrogancia que tanto detestaba, y mucho menos verlo junto a Sorimar. La veía a lo lejos, la mano de Maicol en su espalda, su risa dirigida a él, y la frustración se transformaba en una bilis ácida en su boca. Tanta era su rabia al verlos juntos que su único deseo era la aniquilación de esa relación; odiaba ver a su enemigo feliz, disfrutando de lo que él, en su retorcida lógica, sentía que le había sido arrebatado. Cada vez que veía a Maicol, el fantasma de Jazmín se interponía, atizando su odio.

Era de noche. Eykel estaba sentado en el balcón de su casa, el aire fresco cortándole la piel, el vaso de whisky ya casi vacío y el hielo tintineando en soledad. No dejaba de pensar en Sorimar. Era una obsesión, un deseo que sentía como una enfermedad. Estaba perdido en un torbellino de pensamientos cuando llegó Edwin, su amigo y asistente de trabajo.

— Eykel, te he llamado mil veces. ¿Estás en la luna?

— Perdón, no sé dónde demonios dejé mi celular.

— Necesito la carpeta de la campaña de cosméticos Ezlay, la trajiste con las demás. Últimamente, estás muy distraído, casi inservible. ¿Por qué estás tan pensativo, qué te está comiendo por dentro? — expuso su amigo con genuina preocupación, sentándose frente a él.

Eykel se quedó mirando el horizonte, las luces de la ciudad borrosas. — Estoy pensando en Sorimar. Quiero que termine su relación con Maicol. Quiero verla lejos de él, quiero que él sufra.— soltó sin rodeos, el whisky golpeando el fondo de su garganta.

Edwin palideció ligeramente. — Brother, estás obsesionado. Con esa mujer y con tu venganza. Déjala tranquila. No parece mala mujer, solo fue... ambiciosa.— sugirió, sirviéndose un trago de whisky.

— Edwin, ella es una interesada, un diamante falso. Lo que le importa es el dinero, nada más. Ahora trata de aparentar ser una santa, una víctima, con todos a su alrededor.

— No sabes las razones reales por las que participó en la subasta.

— Por dinero, ¿por qué más lo haría? Nada justifica venderse. — respondió Eykel, dándole otro trago al vaso, su voz cortante.

— Lo que estoy notando en tu actitud no me agrada, Eykel. Hablas de ella de una manera extraña, con un fuego... que no es solo odio. Estás al borde de algo peligroso.

— Son ideas tuyas.

Mientras ellos se debatían en ese tema amargo, Sorimar se debatía con sus propios demonios en su casa. Estaba mirando por la ventana, pensativa y con una tristeza que le pesaba en el pecho.

— Linda, gobiérnate, pisa tierra, tiene rato que estás en las nubes. Eykel Cáceres, el cretino endemoniado, ¿verdad? — dijo Luchi, acercándose a ella con una expresión dura.

Sorimar suspiró, incapaz de mentir. — No te puedo mentir… No lo soporto, pero… Me hace falta verlo. Me hace falta su guerra, Luchi.

— Mi Sol, eres mi mejor amiga, la hermana que nunca tuve. No te quiero ver sufriendo por ese hermoso y pesado cretino. ¡Está podrido de odio y te va a arrastrar con él!