Después de dos años de casados, Mía descubre que durante todo ese tiempo, ha Sido una sustituta, que su esposo se casó con ella, por su parecido a su ex, aquella ex, que resulta ser su media hermana.
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La familia Rodríguez decidió salir de casa y pasar un día armonioso fuera de esta, buscando ese escape necesario de la rutina diaria que tanto agobiaba a todos. Entraron a un exclusivo club campestre donde compartieron momentos agradables como cada vez que estaban juntos, disfrutando de la piscina, los jardines y las diversas actividades que ofrecía el lugar. Conversaban amenamente bajo la sombra de los enormes árboles centenarios.
Ariel y Mía no fueron esa noche a su casa, como era costumbre en estas reuniones familiares. Cada vez que iban a la casa de sus suegros, siempre tenían que quedarse porque los momentos que pasaban en familia eran tan agradables y extendidos que, sucedía que moverse de esa casa era prácticamente imposible.
La mansión Rodríguez tenía ese efecto magnético que hacía que todos quisieran permanecer ahí, rodeados del calor familiar.
Por la noche, tuvo que compartir la cama con Ariel, para que nadie sospechara que su matrimonio estaba por terminar. Las paredes de aquella habitación guardaban tantos recuerdos de tiempos mejores, de risas compartidas y sueños construidos juntos, que ahora parecían burlarse de su presente.
Ariel dejó caer sus prendas en el vestidor de caoba, se metió a la ducha y al salir se colocó su pijama de dormir, para seguido introducirse en la cama. El aroma familiar de las sábanas recién lavadas con ese detergente especial que siempre usaba su madre le trajo recuerdos de su infancia.
Llevaban ya varios días que no compartían la cama, desde aquella tarde. Desde el día que le solicitó el divorcio, palabras que resonaron como un trueno en una tarde despejada. Esa noche la pasó en el hospital, porque tuvo un alto de glicemia, por comer el pastel que Zoe no quiso comerse, un acto que le costó caro. Pues Zoe no quería tirar el pastel y aunque no le gustaba empezó a comerlo, solo para no hacerle el desaire y, compartió con él una parte, pensando que no iba a pasar nada grave.
Llevó a Zoe a una revisión médica rutinaria, pero quién terminó hospitalizado fue él, en una de esas ironías que tiene la vida. Pidió al médico no le informaran a sus padres para no preocuparlos innecesariamente. Y no pudo dormir durante toda la noche, pensando en cómo se encontraba Mía con su pierna golpeada, preocupación que no lo abandonaba a pesar de todo.
Ahora estaba ahí, nuevamente compartiendo la cama con ella, y no pudo evitar abrazarla por detrás, como tantas veces lo había hecho en el pasado, cuando las cosas eran diferentes, cuando el amor fluía sin obstáculos entre ellos.
Mía se tensó al momento que sintió las manos rodeando su cintura y como la arrastró hacia su cuerpo. El contacto familiar despertó sensaciones que creía olvidadas, memorias de tiempos mejores que ahora parecían tan lejanos.
Aunque se quedó un segundo paralizado, reaccionó con la velocidad que da la costumbre.
—Ya no estamos frente a tus padres —dijo al girarse para mirarlo, pero sus palabras se detuvieron cuando Ariel cubrió sus labios con su dedo y pidió que se callara.
Mía se tensó cuando él la apegó más hacia su cuerpo, cuando sus brazos y piernas la envolvieron. Su mente gritaba que se alejara, que lo apartara porque ya no era nada suyo, no obstante, su corazón, ese que no razonaba se estaba dejando llevar por los sentimientos que aún persistían.
Se encontró abrazado a Ariel, aferrándose con mucha fuerza a él, sintiendo tantas ganas de ser suya nuevamente. Había olvidado que ya no era su esposa, había olvidado que existía otra mujer.
Mía levantó la mirada y se encontró con la de Ariel, y eso fue como una conexión que le hizo perder la razón.
Ariel la besó, la besó con deseo, con desesperación.
Terminó desnuda solo en cuestión de segundos, subió sobre ella y se hundió, compactando su cuerpo con el de ella. Cómo le encantaba su piel, era grandioso escucharla gemir debajo suyo, era satisfactorio cuando ella cabalgaba sobre él , cuando se dejaban llevar por la torrente pasional que los envolvía.
Mia se entregó de nuevo a él, se dejó amar y llevar por sus sentimientos.
Muy temprano Mía abrió los ojos, encontrándose con la realidad de un nuevo día. Se quedó observando al hombre dormido a su lado, pensando en todo lo que habían vivido juntos.
El celular de Ariel se iluminó repentinamente, y Mía no pudo evitar la curiosidad de ver por qué se alumbró sin sonar. La pantalla brillante rompió la penumbra de la habitación como un presagio.
Agarró el móvil y vio que era una llamada entrante. Antes de contestar se levantó y se alejó de la cama, buscando no despertar a nadie. Al abrir la llamada escuchó una voz femenina que le heló la sangre.
—Ariel, quedaste de acompañarme a casa de mis padres. ¿Por qué no he sabido de ti desde ayer?
Mía se quedó con el teléfono en el oído, y sus manos temblaban de impotencia mientras mil pensamientos cruzaban su mente.
—¿Quién eres? Mi esposo aún duerme —respondió con voz temblorosa.
Del otro lado de la línea, Zoe presionó el celular con fuerza contenida. Se sintió molesta porque Mía contestaba el celular de Ariel, sobre todo, porque se atrevía aún a llamarlo esposo, cuando estaban en proceso de divorcio. «Maldita perra«». Rujió para sí misma.
—Encontrémonos —solicitó Zoe con determinación en su voz.
Estaba segura que cuando Mía la viera, entendería toda la situación, y así dejaría de resistirse a finalizar un matrimonio que ya estaba roto. La verdad tendría que salir a la luz, por dolorosa que fuera.
—Está bien, encontrémonos.
No iba a huir le a esa verdad. Tenía que saber, conocer quien era esa mujer que osaba de llamar a Ariel y por la que esté le había solicitado el divorcio.
Ahí iba, a encontrarse con la amante de su esposo.