Tal Vez Lo Nuestro Era Conocernos, Pero No Estar Juntos

Empezaron las semanas de cambios radicales, exámenes finales en la universidad y todos estábamos estresados. Rai y Josh ya no se hablan casi, y eso es raro. Todos estábamos bajo presión, corriendo de aquí para allá, estudiando sin descanso, todo muy agotador. Nos quedaba solo esta semana para pasar esos exámenes cruciales.

Desperté con la mejor energía posible, me duché, me coloqué una ropita cómoda, desayuné rápido y fui a la uni.

Llegué relativamente temprano, saludé a los muchachos y, adivinen quién andaba raro. Sí, Josh.

Pero no solo conmigo, sino con todos. Raro en el sentido de “no estoy de humor”, y cuando estaba así, yo prefería mantener mi distancia, pero cuidándolo siempre de lejos: verificando si ya comió, si está pendiente de las clases y si necesita algo. Sabía que su humor se debía al estrés que nos estaba consumiendo a todos en la universidad, así que me lo tomé con calma y esperé a que estuviera más relajado.

Las muchachas me preguntaron si habíamos peleado, y solo respondí que no, porque era la verdad.

Ese día me fui sola porque, al final, seguía igual. Pero no dije nada, y aunque claramente me afectaba un poco, simplemente lo dejé pasar. A veces solía guardarme las cosas para evitar una discusión innecesaria después. Según yo, era lo mejor, porque así todo se mantenía tranquilo y sin conflictos.

Llegué a mi casa y, después de ayudar a mi mamá con los deberes del hogar, me di un baño caliente y me acosté a descansar. Al rato, mi celular empezó a sonar consecutivamente.

Josh— Nena, discúlpame sinceramente. Hoy, de verdad que no estaba en mi mejor humor. Pero no lo hago porque esté molesto contigo ni nada.

Estoy así con todo el mundo porque, de verdad, tengo mucho estrés encima.

La universidad me tiene mal.

Hace tiempo que no duermo correctamente.

Me siento agotado.

Me duele todo el cuerpo.

Tengo demasiadas cosas en la mente.

De verdad, perdóname por la indiferencia de toda esta semana.

No me siento bien.

De verdad, discúlpame.

Te amo.

—Mi amor, tranqui, yo me lo imaginé, por eso no te había dicho nada. Se te nota que estás estresado, y ahorita todos lo estamos por los exámenes, pero no pasa nada, tranquilo.

—Gracias, mi amor.

—Nada de gracias, mi amor. Todos tenemos nuestros buenos y malos días.

Yo no me acerqué porque, como te digo, se te nota que andas estresado y no quería sofocarte más.

—Lo sé, mami. Pero de verdad, perdóname por no haberte dicho nada antes.

Te hubieras acercado,

porque tú eres mi escape de todo esto.

Tú eres mi paz.

Tú me das tranquilidad.

Esos mensajitos me reconfortaban el corazón. Así como él era esa persona especial para mí, yo lo era para él.

—Ya sé, para la próxima me acercaré, mi amor, y más cuando estemos menos ocupados, porque estos exámenes nos tienen a todos al borde.

Y así se aclaró el problema fácilmente, aunque lamentablemente no lo pudimos hablar en persona como habíamos prometido. Aun así, se resolvió.

Después de eso seguimos hablando un poco de cosas triviales, temas sin importancia, distrayéndonos un rato. Pero bueno, como ya había dicho antes, no todo es color de rosa.

Y he aquí donde empiezan los problemas.

¿Dónde quedó todo eso bonito que él decía?

¿Dónde quedó todo eso que tanto prometió?

¿Dónde quedaron esas promesas vacías?

Ese día transcurrió con normalidad. Todo bien. Después de hablar, todo estuvo excelentemente bien.

Los dos estábamos de buen humor.

Los dos estábamos estudiando para nuestros exámenes.

Todo parecía ir de maravilla, pero, de un momento a otro, todo eso se desmoronó.

Y es ahí donde, en verdad, te preguntas:

¿Qué pasó con todos esos momentos felices?

¿Qué pasó con todo lo que un día prometimos?

¿Qué pasó con todas esas pruebas de amor?

En realidad, ¿qué pasó?

¿Fueron falsas? ¿Fueron verdaderas?

Y si fueron verdaderas, ¿cómo pudieron cambiar tan rápido?