Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro
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Naturalidad de Actuación
Los tres se encontraban sentados alrededor de una mesa hecha de cubos suspendidos, que se adaptaban a sus formas y movimientos como si fuesen parte de un organismo vivo. Había frutos extraños, pan de tonos azulados y un líquido brillante servido en recipientes que parecían cristal, aunque no eran más que fragmentos compactados de energía.
—Y bien… podrías contarnos tu historia —dijeron al unísono Tora y Azul, provocando que Syra soltara una leve risa nerviosa.
Syra respiró hondo y asintió.
—Me llamo Syra. Hace poco despertaron mis poderes de bruja. Vivía con mi madre… pero a ella la carbonizaron frente a todos. —Su voz se quebró apenas, aunque intentó mantenerse firme—. Yo logré escapar. Descubrieron que mi elemento primordial era el fuego, y eso me marcó. Desde entonces no he dejado de huir.
Tora la miró con una mezcla de compasión y curiosidad.
—¿Y qué harás ahora, Syra?
—Espero encontrar a más brujas. —Su mirada se endureció—. Quiero creer que hay un refugio en algún lugar. Estoy cansada de huir, de ocultarme. No importa cuánto me corte el cabello, las puntas negras siempre se extiend y delatan lo que soy.
Azul inclinó la cabeza, como si aprobara su determinación.
—Entonces eres bienvenida aquí, en el bosque espiritual. —Un destello recorrió sus cubos—. Eso me recuerda… vuestra ropa ya está terminada.
De su mano emergió un cubo que se abrió en el aire, desplegando telas como flores que brotaban de la nada. Las prendas se materializaron flotando: para Syra, un vestido de tonos rojizos, como si hubiese nacido del fuego mismo; para Tora, una camisa roja y un pantalón corto blanco.
—Este mundo contiene algo que llaman modernidad —explicó Azul con calma—. Las runas son una tecnología avanzada. Ustedes ya lo vieron en la trampa que los hirió.
Syra apretó los puños y lo miró con una mezcla de dolor y gratitud.
—Sí… sobre eso. Quiero agradecerte por haberme salvado la vida.
Tora sostuvo la camisa roja entre sus manos, dubitativo.
Azul lo observó con severidad.
—No les daré todo lo que necesitan. Deben aprender a actuar con naturalidad.
Tora suspiró, poniéndose de pie.
—Voy a cambiarme lejos.
—Alto. —Azul materializó un objeto y lo arrojó suavemente hacia él. Era una gafa hecha de runas entrelazadas, que brillaban como líneas vivas—. Esto te permitirá camuflarte entre los demás.
Tora tomó las gafas con cuidado, como si sostuviera un fragmento de otro mundo, y se alejó para vestirse. Al rato, también Syra se cambió, vistiendo el atuendo rojizo que parecía resaltar aún más la intensidad de su fuego interior.
Cuando Tora regresó, Azul volvió a hablar:
—En este mundo existen runas de registro. No deben permitir que los atrapen en ellas, o sus rostros quedarán expuestos para todos los demás.
Tora se colocó las gafas. De inmediato, la magia actuó: su ropa cambió de aspecto, volviéndose sencilla y común; incluso su cabello perdió las puntas oscuras que lo delataban. Era como si se hubiese convertido en otra persona.
Syra lo observó en silencio, con un dejo de asombro y alivio.
Azul, antes de dejarlos partir, sacó de entre sus cubos un objeto peculiar. Se trataba de un reloj de bolsillo, ornamentado con finos grabados de runas, que al presionar un pequeño mecanismo se transformó en un reloj de muñeca. Lo colocó con cuidado en la muñeca izquierda de Tora.
—Este artefacto te permitirá percibir el tiempo. Cuando llegues a un pueblo notarás que este mundo es más avanzado de lo que imaginas.
En cuanto el reloj se ajustó a su piel, su aspecto cambió: el metal adquirió un tono anaranjado mezclado con café y blanco, como si hubiera reconocido a su portador.
—Ya se adaptó a ti —dijo Azul, con solemnidad—. Úsalo con sabiduría.
Tora lo contempló, confundido.
—¿Por qué haces todo esto?
Azul fingió no entender de inmediato, dejando que el silencio colgara unos segundos en el aire. Luego bajó la voz, como si compartiera una verdad íntima.
—Escucha, Tora. Creo en las otras vidas. Sé que algún día me devolverás el favor. Solo confío en eso. Y cuando llegue el momento… tomarás la decisión adecuada.
Tora no supo qué responder. Sus palabras parecían un enigma que lo perseguiría más adelante. Azul, como si quisiera sellar la despedida, entregó a Syra un collar formado por una fina cadena de plata azulada, con una piedra central en la que brillaban diminutas runas.
—Con este collar podrás ocultar por completo tu cabello. Nadie sabrá lo que eres en realidad.
Syra lo tomó con reverencia.
—Gracias… Azul.
El espíritu no dijo más. Se limitó a levantar una mano, y los cubos que los rodeaban se apartaron, formando un sendero hacia el exterior del bosque espiritual. Los dos jóvenes salieron, y al mirar atrás vieron cómo la figura de Azul se desvanecía lentamente, como si se hubiera disuelto en el aire.
Caminaron en silencio durante un buen tramo, hasta que Tora rompió la calma.
—Y bien… ¿qué quieres hacer, Syra?
Ella frunció el ceño, pensativa.
—No estoy muy segura. Pero… ¿y si creamos un refugio para las brujas? Un sitio seguro donde no tengamos que escondernos.
Tora no contestó de inmediato.
—Tú aún no posees ninguna magia, ¿cierto? —insistió Syra.
Tora se encogió de hombros, fingiendo que le pesaba la observación, aunque en realidad apenas le importaba.
—No hay problema. Tal vez mi cabello simplemente vino así.
Syra ladeó la cabeza, sin convencerla del todo.
—¿En serio? Habrá que comprobarlo. ¿Qué te parecería si te cortamos el pelo? Si las puntas negras vuelven a crecer, entonces eres una bruja.
De inmediato Tora se cubrió la cabeza con ambas manos.
—No, gracias. Creo que hay cosas que es mejor no saber.
Syra chasqueó la lengua.
—Si no averiguamos esto, tarde o temprano se volverá un problema.
—Créeme —respondió Tora con una media sonrisa—, así estoy bien. Solo voy a actuar con naturalidad.
Syra lo miró de reojo, suspirando. Aunque no lo admitiera en voz alta, algo en Tora le resultaba desconcertante, como si en su interior hubiese un secreto demasiado grande para ser revelado todavía.
Seguía caminado sin tener idea de que un espíritu en lo más oculto había puesto su mirar
"¿Eres tu amo?, ¿ya regresaste, finalmente podemos estar juntos los dos"
La figura de espíritu se revela es un animal parecido a un loro flameante, sigue dando su vuelo en medio del bosque manteniendo una distancia prudente