Abigaíl, una mujer de treinta años, quien es una escritora de novelas de amor, se encuentra en una encrucijada cuando su historia, la cual la lanzó al estrellato, al sacar su último volumen se queda en blanco. Un repentino bloqueo literario la lleva a buscar a su hombre misterioso e intentar escribir el final de su maravillosa historia.
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capítulo 16
**Departamento de Abigaíl – Noche**
Abigaíl cerró la puerta tras de sí con un suspiro largo, apoyándose unos segundos contra la madera como si hubiera corrido una maratón.
Su bolso cayó al suelo y ella, sin pensarlo demasiado, fue directo al baño, pasa así poder relajarse bajo la ducha pero... en cuanto cerro la puerta, se miró en el espejo… y soltó una risita nerviosa, una que apenas logró contener.
Sus mejillas estaban encendidas. Sus labios, todavía marcados por el beso prohibido.
Sacó su teléfono con manos torpes, buscando desesperadamente el contacto de Diana.
—Contéstame, contéstame —susurraba mientras daba golpecitos frenéticos sobre la pantalla.
La videollamada conectó casi de inmediato.
—¿¡Abigaíl!? ¡¿Qué pasó?! ¡¿Estás bien?! —exclamó Diana desde el otro lado, su rostro alarmado.
Abigaíl negó rápido con la cabeza, tratando de encontrar las palabras.
—No... ¡Sí! No sé... ¡Diana, me besó!
—¿¡QUÉ!? —gritó su amiga, casi haciéndola soltar el móvil del susto.
—Me besó —repitió ella, llevándose una mano a los labios, todavía temblorosa—. ¡Y no fue un beso cualquiera, Diana! Fue de esos que te dejan sin aire, de esos que te roban el alma…
—¡Ahhhhh! ¡Lo sabía! —Diana se tapó la boca, emocionada como si fuera ella la que había vivido todo—. ¡Cuéntame todo, TODO!
Abigaíl, en un torbellino de palabras, relató entre suspiros, gestos y dramatismos todo lo sucedido: cómo la llamó para trabajar juntos, cómo las miradas se cargaron de electricidad, cómo el roce de sus manos sobre el mismo papel la había puesto al borde de perder la cabeza… y finalmente, cómo él se acercó, tomándola de la cintura, y la besó sin darle tiempo siquiera de pensar.
—¡Y lo peor es que no me aparté! —se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Me entregué como una idiota, Diana!
Diana soltó una carcajada.
—No eres una idiota, amiga. Eres humana. ¡Y una humana que escribió una saga erótica inspirada en ese hombre!
Abigaíl cerró los ojos, dejando caer la cabeza contra la pared.
—¿Qué hago? ¡Esto se está saliendo de control!
—Lo que tienes que hacer —dijo Diana, muy seria ahora— es seguir el plan. Juega su juego. Déjalo desearte. Provócalo. Usa esa tensión a tu favor.
—¿Y si me descubro? ¿Si lo arruino?
—¡No lo harás! Además... —sonrió maliciosa—, piensa en todo el material extra que puedes obtener para tu próximo libro.
Abigaíl soltó una risa entre lágrimas contenidas.
—Eres un demonio.
—Un demonio que quiere verte triunfar —se encogió de hombros—. Y, francamente, amiga... ¡te mereces disfrutar un poco también!
Abigaíl suspiró, mirando su reflejo en el espejo.
Su piel todavía ardía. Su corazón seguía desbocado.
Y su mente… ya planeaba el siguiente movimiento.
—Está bien —dijo finalmente, enderezándose—. Jugaré su juego.
—¡Eso es! —gritó Diana—. ¡Vamos por todo, chica!
La llamada se cortó entre risas y suspiros emocionados.
Abigaíl dejó el móvil sobre el lavabo y se miró una vez más en el espejo.
Esta vez, una pequeña sonrisa traviesa curvó sus labios.
El juego apenas comenzaba.
Y esta vez, pensaba ganar.
**
**Oficinas de Black Enterprises – Mañana siguiente**
El murmullo era inusual.
Apenas cruzó la puerta principal, Abigaíl sintió decenas de miradas clavarse en su dirección. Algunos susurraban. Otros, simplemente, se quedaban mirando como si no pudieran creer lo que veían.
La mujer tímida, de trajes apagados y gafas gruesas, había desaparecido.
En su lugar, caminaba una mujer segura, poderosa, letalmente hermosa.
Llevaba un vestido entallado de color burdeos que abrazaba su figura de manera elegante pero irresistible. Su cabello, largo y brillante, caía en ondas suaves sobre su espalda, liberado al fin de los moños severos. Sus labios, pintados de un rojo discreto pero provocativo, eran la única declaración que necesitaba.
Y las gafas…
Las gafas ya no estaban.
Cada paso que daba resonaba como un pequeño temblor en el suelo de mármol.
Abigaíl avanzó con la cabeza en alto, el corazón bombeando adrenalina, consciente de cada mirada, pero centrada únicamente en una cosa: **él**.
Lo vio a lo lejos, junto a Nicolás, saliendo de la sala de reuniones.
Y su mundo se detuvo por un instante.
Erick también la vio.
Se quedó estático, sujetando unos papeles que parecieron perder peso en sus manos. Su mandíbula se tensó, su mirada se oscureció en cuestión de segundos.
—¿Esa es... nuestra nueva asistente? —murmuró Nicolás, claramente sorprendido.
Erick no respondió enseguida. Solo la siguió con la mirada, como si tratara de entender qué demonios estaba pasando.
Abigaíl, al cruzarse con ellos, les dedicó una pequeña sonrisa, tan sutil como peligrosa, y siguió su camino, dejando un aroma dulce y provocador a su paso.
Nicolás soltó una carcajada apenas ella se alejó.
—¿Qué rayos pasó aquí? —preguntó, dándole un codazo a Erick—. ¿Era esa Abigaíl? ¿O me perdí de algo?
Erick apartó la mirada, ajustándose el cuello de la camisa como si de repente le faltara el aire.
—Es ella —murmuró, todavía desconcertado.
—Vaya, amigo... —Nicolás sacudió la cabeza, sonriendo de lado—. Si antes era atractiva, ahora es una maldita bomba. ¿Tú sabías que debajo de todo ese disfraz había eso?
Erick no respondió.
No podía.
Había algo en esa transformación que le encendía la sangre de un modo que no podía explicar. Algo salvaje, algo prohibido, algo que gritaba en su interior: **esa mujer es tuya**.
Pero también algo le decía que Abigaíl no había hecho ese cambio por casualidad.
No.
Ella estaba jugando.
Y lo estaba haciendo peligrosamente bien.
—Tendré que mantenerla más cerca —musitó, casi para sí mismo.
Nicolás soltó una carcajada aún más fuerte.
—¡Eso, socio! ¡Eso me gusta! —rió—. Aunque cuidado... Una mujer que se quita la máscara es más peligrosa que mil enemigos.
Erick sonrió apenas, una sonrisa torcida, hambrienta.
—Estoy contando con eso.