Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.
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Capítulo 23
El frío entraba por las rendijas del cobertizo abandonado. El concreto helado bajo sus piernas, las ataduras apretadas lastimando su piel. Julia se despertó con la garganta seca y la visión borrosa. Intentó moverse, pero las cuerdas en las muñecas y tobillos la mantenían inmóvil.
El silencio era cortado solo por goteos de agua, goteando en algún lugar. Había olor a óxido, moho y aceite.
Su mente intentaba entender lo que había sucedido… seguridad distraída… una calle lateral… un coche negro… manos… un paño… Oscuridad.
Ella tragó saliva.
Fui secuestrada.
El pánico tomó su pecho, pero ella cerró los ojos, forzando la calma.
Edward... Él va a encontrarme. Él es el rey de la mafia. Él prometió protección. Él siempre sabe.
¿Pero y si no lo sabe?
¿Y si ha sido todo un juego, una ilusión? Él no la ama. Ya había dejado eso claro tantas veces.
Él mismo había dicho que nunca se interesaría por ella. Que el matrimonio era solo un acuerdo. Que ella era descartable.
Una lágrima escapó por el rabillo del ojo. Ella se odiaba por estar llorando. No llores, Julia. No les des ese gusto.
Las puertas del cobertizo se abrieron con violencia.
—¡Mierda, mierda, mierda! — uno de los hombres gritaba, entrando como un animal enjaulado.
Ella abrió los ojos, asustada. El otro entró detrás.
—¿Qué pasa ahora, Cassio?
—¡Nos jodimos! — él apuntó hacia ella. — ¡Sabes quién es esa ahí? ¡Es la puta de Julia Salvatore!
El otro palideció.
—Estás bromeando…
—¡Ella es la mujer de Edward Salvatore, Jonas! ¡La mujer del rey de la mafia!
Silencio.
—Estamos muertos.
—¿Y si... y si la dejamos aquí? Él la encuentra y tal vez nos deje en paz.
—¡Él no deja a nadie en paz, carajo! — Cassio gritó. — ¿Tienes noción de lo que es ese hombre?! ¡Él va a arrancar nuestras pieles con alicates si sabe que tocamos un dedo de ella!
Las voces de ellos se volvían más distantes a los oídos de Julia. El corazón latía acelerado, como si fuera a explotar. Los ojos estaban abiertos, llenos de lágrimas contenidas. Los brazos dolían, la boca estaba lastimada de tanto intentar gritar.
¿Y si él no viene?
¿Y si él piensa que huí de nuevo?
¿Y si él está lejos, ocupado con otra cosa...?
¿Y si... a él no le importa?
Ella mordió el labio, sofocando un sollozo. Por primera vez, el miedo no era solo de morir.
Era de morir sola.
De morir olvidada.
De morir… sin que él viniera.
Al final… ella no era nada para él. ¿O sí?
Ella temblaba, y no era solo por el frío.
Era por el silencio del teléfono que no sonaba. Por la ausencia de pasos conocidos. Por la duda que la corroía:
¿Será que Edward vendría de verdad?
....
El tiempo parecía no pasar. Julia ya no sabía si era noche o día. La mente cansada flotaba entre miedo y torpor. Cuando escuchó pasos nuevamente, se encogió instintivamente.
Los dos secuestradores volvieron, esta vez diferentes. Nerviosos. Sudando. Temblando.
—Escucha... — el más joven, Jonas, se arrodilló delante de ella. — No queríamos lastimarte, ¿de acuerdo? Fue un error. Un error terrible. No sabíamos quién eras…
—Cállate, Jonas — el otro, Cassio, susurró, andando de un lado para otro. — Eso no sirve para nada…
Julia abrió los ojos. La garganta seca intentó formar palabras, pero nada salió.
—Él está viniendo. — Jonas murmuró. — Edward. Ya saben dónde estamos. Él está viniendo.
Cassio pateó una silla.
—¿Y qué querías que hiciera, carajo? ¿Huir? ¡No da más tiempo! ¡A esta altura él ya cercó todo el puto barrio!
—¡Entonces vamos! Podemos intentar…
—¿Intentar qué? — Cassio rió nervioso. — ¿Crees que Salvatore deja pasar? ¿Que él va a olvidar? ¡Secuestramos a la mujer de él! ¡Firmamos nuestra sentencia!
Julia oía todo con el corazón acelerado. ¿Él está viniendo?
Entonces, un silencio repentino cayó sobre el cobertizo.
Cassio levantó la cabeza despacio, mirando hacia la puerta como si sintiera algo en el aire. Jonas dio un paso hacia atrás. El miedo en los rostros de ellos era más real que cualquier amenaza.
Y entonces…
¡BOOM!
La puerta fue destrozada con un estruendo ensordecedor.
El humo y el polvo tomaron el aire. Y cuando se disipó, la silueta de él surgió como un demonio liberado del infierno.
Edward Salvatore.
Todo de negro. Abrigo pesado. Ojos fríos, asesinos. Las venas marcadas en el cuello. La mirada clavada en Julia.
Detrás de él, hombres armados, enmascarados, listos para matar.
Jonas cayó de rodillas.
—¡Perdóname, por favor! ¡No sabíamos! ¡No sabíamos!
—¡Lo juro! — Cassio gritó. — ¡Ni siquiera la tocamos!
Edward no respondió. Solo andaba. Un paso. Después otro. Los ojos, dos láminas. El silencio, mortal.
Julia sintió las lágrimas correr.
Él vino.
Él realmente vino.
Y, por un segundo, se dio cuenta:
Todos allí iban a morir.
Pero ella… ella estaba a salvo.
Ella era la mujer del diablo. Y nadie tocaba lo que era de él.