MI ESPOSO ES UN CEO

Camilo volvió a besar a Lucía, con la desesperación de un hombre que había esperado demasiado tiempo para tenerla entre sus brazos. La miró con ternura, acariciando su rostro con la yema de los dedos, como si fuese una joya preciosa que no quería perder jamás.

—Te amo, mi princesa —susurró con voz ronca, él perdido entre el deseo y el amor profundo que sentía por ella.

Lucía le sonrió, sus ojos brillaban con intensidad. En ese instante, su corazón latía con fuerza, sintiendo cómo la pasión la envolvía por completo.

—Hazme tuya, mi amor —exclamó soltando un gemido suave, estremeciéndose al sentir los labios de Camilo deslizándose por su cuello.

Él respondió sin una palabra, dejándose guiar por la necesidad de tenerla, de fundirse con ella. La alzó en brazos con dulzura, como si llevara entre sus manos el más delicado de los tesoros, y caminó hacia la cama. Al llegar, la depositó con cuidado sobre las sábanas blancas, que contrastaban con el calor que ya comenzaba a arder entre sus cuerpos.

El ambiente se llenó de un silencio íntimo, sólo roto por los suspiros, las respiraciones entrecortadas y los latidos de sus corazones que se hacían más fuertes. Camilo se inclinó sobre ella, sus labios encontraron los de Lucía, y comenzaron a besarse con desesperación. Era un beso lleno de pasión, pero también de amor, de entrega total. El mundo entero se desvanece para ellos en ese momento.

Camilo recorrió con sus labios el cuello de Lucía, dejando besos suaves que poco a poco se convirtieron en caricias ardientes. Bajó lentamente hasta el valle de sus senos, y allí se detuvo, saboreando su piel con la lengua, lamiendo con ternura y luego con sensualidad. Los succionó con pasión, haciendo que la espalda de ella se arquee y soltara un gemido cargado de deseo.

—Camilo... —susurró ella, aferrándose a sus hombros, sintiendo cómo cada caricia la elevaba más.

Él se levantó un momento, se deshizo de su pantalón, sin apartar la mirada de ella. Lucía lo contempló con los ojos llenos de amor, deseándolo con todo su ser. Camilo volvió a ella, cubriéndola con su cuerpo, fundiéndose en un beso más salvaje, más intenso, donde la pasión se desbordaba como un río sin cauce.

Se desnudaron por completo, despojándose no sólo de la ropa, sino de todo lo que pudiese separarlos. Ya no había barreras, ni miedos, ni dudas. Sólo ellos, y el amor que los consumía como fuego.

Camilo la miró fijamente, y con una ternura infinita, acarició su rostro una vez más.

—Eres perfecta, Lucía. Cada parte de ti me pertenece... —murmuró con el corazón en la boca.

Lucía se estremeció al escuchar sus palabras, sintiendo que su alma entera le respondía.

—Y tú eres todo lo que quiero, Camilo. No hay nada más allá de ti.

Él se posicionó sobre ella, y sin previo aviso, entró en su interior con suavidad y firmeza. Un gemido escapó de los labios de Lucía, seguido de un suspiro largo que se convirtió en una súplica muda. Camilo comenzó a moverse lentamente, marcando el ritmo con su cuerpo, con sus manos que no dejaban de recorrerla, con sus labios que seguían depositando besos por su cuello, sus hombros, su pecho.

Lucía rodeó su cintura con las piernas, y clavo sus uñas en la espalda de él, Camilo sintió estremecerse y acelero los movimientos. Él la miró encendido de placer y deseo, por la forma en que ella se entregaba a él , por la manera en que lo hacía sentir vivo.

Los gemidos se intensificaron, las respiraciones se volvieron jadeos entrecortados, el calor se apoderó de la habitación. Sus cuerpos se movían al unísono, en una danza íntima, rítmica, hecha de amor y deseo.

Camilo se aferró a ella, sintiendo cómo el placer lo dominaba, y cómo el cuerpo de Lucía temblaba bajo él.

—Mi amor... —susurró él con su voz entrecortada, ¿me amas?—preguntó Camilo perdido por el momento que estaba viviendo con Lucia.

—Sí, Camilo... sí... —respondió ella, perdiéndose en cada embestida, en cada caricia, en cada mirada profunda que le lanzaba.

El clímax llegó como una ola que los arrastró a ambos al mismo tiempo. Sus cuerpos se estremecieron, y sus almas se unieron en un estallido de placer que fue mucho más que físico. Era amor puro, un amor verdadero, eterno y único.

Camilo se dejó caer a su lado, agotado pero feliz. La atrajo hacia él, rodeándola con sus brazos, protegiéndola como si fuera su bien más preciado. La miró con ternura infinita, y le dejó un beso suave en la frente.

—Eres mía, Lucía... y lo serás para siempre, mi amor —susurró con voz ronca, aún agitado.

Ella sonrió, con los ojos brillando por la emoción. Se movió lentamente, con una chispa de picardía en la mirada, y con un movimiento ágil se subió sobre él. Sus labios se encontraron en un beso profundo, cargado de deseo y dulzura.

—Y tú eres mío, Camilo. Nadie podrá separarnos... —susurró ella mientras lo miraba con adoración.

Se besaron con intensidad, como si el mundo no existiera más allá de ese lecho compartido. Los labios se buscaron una y otra vez, las manos se deslizaron por los cuerpos aún encendidos, y la pasión volvió a encenderse como una llama inagotable.

Lucía guió sus movimientos, acariciándolo con suavidad, besándolo con devoción. Él la contempló con fascinación perdido por su belleza, en la forma en que se movía sobre él, en la forma en que lo amaba.

—Eres un sueño hecho realidad... —murmuró él, acariciando su cintura, guiando sus movimientos con las manos.

—No... tú eres mi realidad perfecta —respondió ella, dejándose llevar por el placer.

El ritmo fue aumentando poco a poco, hasta convertirse en una nueva entrega, más intensa, más profunda, más llena de amor. Sus cuerpos volvieron a unirse, como si el universo hubiese sido creado sólo para ellos dos.

Y en ese segundo encuentro, ya no había urgencia, sino ternura. Ya no había desesperación, sino un amor tan inmenso que los unió. Se miraban a los ojos, se besaban, se susurraban palabras dulces mientras el placer crecía nuevamente, envolviéndose en una marea de emociones.

Lucía se aferró a los hombros de Camilo, y él acarició su espalda, bajando lentamente hasta sus caderas, ayudándola a moverse, a guiar ese momento sublime donde no existía nada más.

Y cuando llegaron juntos, por segunda vez, el mundo se detuvo. Fue un instante sagrado, una promesa sellada con sus cuerpos, y con sus almas.

Lucía se dejó caer sobre su pecho, con el corazón latiendo desbocado. Camilo le acarició el cabello, la abrazó fuerte, y la cubrió con la manta mientras seguía besándola suavemente.

—Gracias por amarme así... por hacerme sentir vivo —susurró él.

—Gracias a ti por devolverme el alma cada vez que me miras —respondió ella, cerrando los ojos, sintiéndose en casa.

Camilo acarició su rostro, y la miró durante un largo rato, grabando en su memoria cada gesto, cada suspiro, cada latido compartido.

—Prométeme que siempre estarás conmigo —dijo él, con una leve sombra de miedo en la voz.

Lucía lo miró, y sonrió con ternura.

—Siempre, Camilo. Pase lo que pase, donde sea que estemos... tú y yo, siempre.

Y así, abrazados, se quedaron en silencio, escuchando solo el sonido de sus corazones latiendo al unísono. El amor los envolvía como una canción que no se acabaría nunca...

Continuara ...