Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro
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Nacimiento de Medio día
En medio del silencio del bosque, la tierra comenzó a resquebrajarse. De las grietas emergió una figura humana, desnuda, cubierta únicamente por las marcas que la naturaleza le había concedido. Su cabello resultaba imposible de ignorar: anaranjado en su mayor parte, con puntas negras, mientras que la parte trasera era blanca surcada por delgadas líneas oscuras, como si la misma tierra hubiese dibujado su historia.
Sus párpados estaban pintados con un tinte rojizo que intensificaba la dureza de su mirada. Avanzó lentamente, hasta que el murmullo del agua lo condujo a un lago. Observó su reflejo con extrañeza y, no muy lejos de allí, distinguió unas ropas abandonadas: una camisa azul y un pantalón marrón. Más allá, unos hombres semidesnudos pescaban con palos afilados, lanzándolos al agua para atrapar peces. Sin emitir sonido alguno tomó las prendas y las sustrajo en silencio.
—Juzgo mi apariencia… —murmuró, mientras se vestía.
Luego continuó su andar. Bajo los árboles recogió frutos extraños, de colores y formas ajenas a todo lo que conocía. Fue entonces cuando, a lo lejos, percibió una presencia. Una figura compuesta enteramente de cubos azules se hallaba concentrada en descifrar una runa flotante frente a él.
—Sal. Sé que estás ahí —dijo la voz de la figura, sin apartar la vista de su labor.
El recién llegado salió de su escondite detrás de un tronco. La figura cúbica lo miró con atención.
—Mi nombre es Azul. ¿Cuál es el tuyo?
Hubo un silencio denso qué se prolongó demasiado.
—Por el momento… no sé qué nombre ponerme.
Azul lo examinó con interés.
—Veo que has nacido de la tierra. Reconozco esas marcas. Cuando los espíritus toman forma humana suelen emerger así… pero en ti hay algo distinto. Pareces una bruja.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con inquietud.
—En este mundo existen las brujas. Se delatan por esas puntas negras en su cuerpo, signos inconfundibles. Por desgracia, los hombres no las toleran: siempre terminan sacrificadas en hogueras.
Azul se aproximó con paso firme. Su mano formada por cubos acarició su mejilla, girando suavemente su rostro de un lado a otro, como si examinara una obra recién esculpida.
—Buen cuerpo… —susurró—. Ahora dime, ¿cuál es tu elemento primordial?
La persona tomo un paso atrás, tomando distancia con cautela. Azul, indiferente, regresó a su tarea: los cubos que formaban su cuerpo giraban y vibraban a medida que continuaba descifrando una serie de runas mágicas que flotaban en el aire.
—Me he dado cuenta de que no eres de este mundo —murmuró sin levantar la vista—. Querido espíritu… tu historia parece haberse partido en dos.
Entonces frunce el ceño.
—Es mediodía… no creo que me pase nada. Aquí las horas parecen torcerse, como si hubiese siempre una de más.
Azul lo observa por un instante, con un destello extraño en sus ojos cúbicos.
—Y bien, ¿ya pensaste en un nombre?
Antes de que pudiera responder, el silencio del bosque se quebró. Una joven irrumpió corriendo entre los árboles, perseguida por un grupo de hombres con armaduras y espadas desenvainadas. Su cabello era rojizo, las puntas teñidas de un negro profundo. Cada pocos pasos levantaba muros de fuego que se alzaban como llamaradas para frenar a sus perseguidores. El calor crepitaba en el aire cuando alcanzó el claro donde se encontraban.
La mirada de la joven se clavó en la persona
—Tú… eres igual a mí.
Pero apenas reparó en Azul, se tensó y levantó una mano en guardia.
—¿Qué eres?
—Me llamo Azul —respondió el espíritu con calma—. Mucho gusto.
La joven no perdió el tiempo. Se abalanzó hacia la persona, tomó su mano con fuerza y lo jaló.
—Soy Syra. Ven conmigo.
Mientras hablaba, presionó un artefacto oculto bajo la tierra. De inmediato, un mecanismo ancestral se activó: el silbido de decenas de flechas cruzó el aire en un arco mortal. Syra alzó apresuradamente una muralla de fuego para protegerlos, pero las flechas la atravesaron como si el fuego fuese un simple velo, clavándose en su carne y también en el cuerpo del extraño que emergió de la tierra.
Los hombres de armadura aplaudieron y rieron al unísono.
—¡Cayeron en una runa trampa!
Pero su celebración duró poco. A su alrededor, el aire comenzó a vibrar, y una nube de cubos azules apareció flotando sobre ellos. Los cubos se arremolinaron con violencia, explotando en un destello ensordecedor. Los guerreros fueron arrojados hacia atrás, aunque algunos sobrevivieron.
—¡Es un espíritu! —gritó uno con terror mientras huían—. ¡Corran antes de que nos devore!
Cuando el humo se disipó, Azul emergió de entre los fragmentos cúbicos que volvían a recomponerse en su cuerpo. Su voz resonó con calma, como si nada hubiese ocurrido.
—Se dice que los únicos bendecidos por los espíritus… son las brujas.
Azul se acercó lentamente a los cuerpos tendidos en el suelo. La sangre aún manchaba la hierba, oscura y reciente. Se inclinó, extendió una de sus manos cúbicas y materializó un fragmento azul que flotó sobre ellos, vibrando con un zumbido profundo.
—Despierten —ordenó con voz grave.
El cubo estalló en una ráfaga de energía que se expandió en ondas circulares. El aire se estremeció, y las heridas de ambos comenzaron a cerrarse con un resplandor tenue.
Syra abrió los ojos de golpe. Lo primero que vio fue la silueta de Azul inclinado sobre ella.
—Tú… ¿nos curaste?
Azul no respondió. Sin mirarla, cargó en sus brazos a la otra persona, aún débil y sin fuerzas. Observó su cuerpo con atención, como un médico analizando a un paciente moribundo.
—Parece que tu cuerpo es frágil… demasiado frágil.
Syra se incorporó, tambaleante, y lo siguió con el ceño fruncido.
—¡Oye! No le vayas a hacer nada. ¡No lo vayas a devorar!
El espíritu continuó en silencio, como si sus palabras no merecieran respuesta. Entonces, bajo sus pies, el suelo comenzó a temblar. De la tierra emergieron más cubos azules, uniéndose entre sí hasta formar una plataforma flotante. Los fragmentos giraban y encajaban como engranajes de un mecanismo ancestral, hasta que la superficie se elevó lentamente sobre el aire.
—¿Qué haces, ser de cubos? —exigió Syra, dando un paso atrás ante la visión.
Azul levantó la mirada hacia el horizonte.
—Llevaré a este ser a mi refugio. —Luego la miró con frialdad—. Eres libre de seguirme… o de quedarte aquí.
La plataforma se alzó, proyectando destellos en el follaje del bosque, como si la propia realidad se torciera a su paso.