Me preguntó si hay en el mundo una mujer que no me de dolores de cabeza. Una mujer que nunca desarrolle sentimientos por mi, una mujer que entienda la diferencia entre sexo y amor. Si la hay me encantaría conocerla. Hacerla mi amante y disfrutar la compañía sin compromisos.
¿Dónde encuentro una mujer así?
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¡No!
Nathan.
Debo admitir que Esther logró lo que nadie había logrado, me hizo sentir mal. Nunca me habían visto con tanto odio. Con tanta desaprobación, he terminado más relaciones de las que puedo contar, pero ningún rostro, ningunos ojos me vieron con tanto fuego, con tanta rabia.
Me hizo sentir cómo un put* criminal.
— Señor. Aquí está la información que solicito. — El detective de confianza me dejo los papeles sobre la mesa. Los tomé, y sonreí, al fin sabré todo sobre ella. Y seguro descubro que no es tan perfecta cómo aparenta. ¿Qué secretos guardas? Abrí y leí.
Hija de padres inmigrantes, francesa y mexicano, nació el primero de septiembre del 2000, estudio marketing, lleva cinco años con Dylan Harrison. ¿Harrison? Ese apellido me suena. ¿Podrá ser el mismo? Lo dudo. ¿Si sale con un rico por qué me pediría dinero? Podría sacarle dinero a el.
Continúe la lectura, parece el expediente de un ángel, no enfermedades, no alergias, ninguna multa de tránsito, mejor promedio de su generación, políglota, tubo diversos trabajos mientras estudiaba, nunca le puso el cuerno a su novio, es hija única y amada por sus padres.
Actualmente visita el hospital después del trabajo. Su novio está enfermo. Los padres de él la odian por ser de clase media.
Recuerdo su rostro ese día y me siento mal conmigo mismo. Podia oler la desesperación en todo su ser. Por supuesto se sentiría ofendida. No vino con segundas intenciones. No buscaba lo que yo imaginaba.
Me recosté en mi silla, la mujer está en una relación de cinco años, debo apartar los ojos. Nunca me he metido entre dos personas, no empezaré ahora.
Esther.
La llamada a la oficina del Ceo me puso nerviosa, no quería ver a ese tipo, me ofendió de la peor manera. Si por mi fuera ya habría renunciado. La necesidad me hace venir a trabajar cada día, aunque me encantaría aventarle mi carta de renunciar en la cara.
— Adelante. — Su voz grave me hizo sentir incómoda. Pase, deje la puerta entre abierta, no quiero estar encerrada con el después de lo que pasó. — Lo que sucedió el otro día. Olvídelo. Nunca pasó, ¿entendido? — Asentí, no me interesa recordar algo tan vergonzoso. En éste momento tengo problemas más graves. — Si todavía necesita el dinero puede...
— Ya no lo necesito. Gracias. Y si eso era todo, me retiro. — Espere que diera su aprobacion y me fuí. No soporto respirar el mismo aire que el, no soporto ver sus ojos en mi cuerpo, en general no lo soporto. No me cayó bien la primera vez que lo vi. Y ahora me cae peor.
Trate de hacer mi trabajo lo más rápido posible. Me fuí a la iglesia y volví a rezar. Le pedí perdón a Dios por buscarlo sólo cuándo lo necesito, pero ésto, más que una necesidad, era un grito de auxilio.
"No puedo vivir sin el. Por favor deja que se recupere." Pedí eso por un buen rato, después fui al hospital y puse mi mejor cara. Dylan me sonrió al entrar, aunque noté que le estaba costando. Igual que a mi, ambos estamos intentando ser fuertes para el otro.
— Hola princesa.
— Hola amor. — Besé sus labios suavemente. — ¿Cómo te sientes? ¿Quieres salir a dar un paseo?
— No tengo ganas.
— Podemos ver una película, o jugar algo.
— No. Sólo quédate quieta, déjame gravar tu hermoso rostro en mi memoria, quiero recordarlo cuándo renazca, para volver a enamorarme de ti.
— No digas tonterías. No hay necesidad de renacer. Vamos a vivir juntos y ser muy felices.
— Hola. — Diego entro a romper la atmósfera que se estaba creando. — No sabía que ya habías llegado. — Giro su cabeza hacia mi.
— Acabo de.
— Vendré después. No quiero ser mal tercio. — Dylan y yo agradecimos a nuestra manera.
— ¿Quieres casarte conmigo? — Abrí los ojos de par en par. Su repentina propuesta me había dejado en shock total. Se muy bien lo que estaba haciendo, y aunque el corazón se me hizo pequeño. Tuve que ser fuerte.
— Nos casaremos cuándo te recuperes. — Había deseado esa propuesta desde hace años, y ahora que finalmente la recibí no quería aceptarla. No quiero casarme en estás circunstancias. — Verás que muy pronto estarás bien y...
— No creó que eso pase pronto. Y siempre quisimos ser esposos. Cásate conmigo, te lo suplico. — Sus ojos llorosos me dijeron la verdad. El no creé que puede recuperarse. No creé que su cuerpo resista por mucho. — Por favor princesa. Por favor acepta ser mi esposa.
— Si. Mil veces si. Es lo que siempre he querido. — Lo abrace y llore mojando su espalda. El quería cumplir mi mayor deseo. Sabía tan bien cómo yo que iba a morir, esa fue la razón detrás de su propuesta.
— Gracias.
— Te amo Dylan Harrison. Te amo en esta y en todas mis vidas. Te juro que sólo te amare a ti para siempre. — Maldita sea, ¿por qué siento que me estoy despidiendo de él? No quiero que muera. No puedo perderlo. Dios mío no te lo lleves. No podré seguir adelante si te lo llevas.
... Mi madre me ayudó a comprar un vestido de novia, era algo sencillo, tendríamos una ceremonia en el hospital, una semana después de la propuesta. No quisimos esperar. Los dos estábamos ansiosos por ser del otro.
Así no era como imaginé mi boda. Así no era cómo quería casarme con él. Pero mientras fuera el no me importaba nada. Al día siguiente era nuestra boda. Estaba feliz, pero también estaba triste. Me obligue a sentir felicidad, quiero que el me vea bien.
— Eres la novia más hermosa que he visto. — Dijo Diego.
— Gracias. ¿Y Dylan?
— Supongo que está cambiándose. — El llego en silla de ruedas al altar. A pesar de su deteriorado estado, su sonrisa lo hacía ver hermoso.
— Eres el novio más guapo que he visto.
— Mentirosa.
— Nunca he sido mentirosa. — Besé sus labios.
— Tu eres la novia más hermosa. Pareces una princesa. Mi princesa. — Sonreí. Lo mejor que me podía pasar es casarme con él. Ambos nos acercamos al juez, esté no tardo mucho en casarnos. Firmamos el acta y lo besé.
— Ahora puedo presumir que soy tu esposa.
— Eres el amor de mi vida. Mi princesa. — Nos unimos en un beso de nuevo. Pasamos la noche en una habitación del hospital. Lo ayude a acostarse en la cama y me recosté a su lado. — Perdóname por no poder hacerte el amor.
— Yo no necesito eso. Yo sólo necesito escuchar los latidos de su corazón. Escuchar tu respiración, sentir tu cuerpo cálido, escuchar tu voz. Con eso me basta y sobra. Me encantaría escuchar un te amo ahora.
— Te amo.
— Repitelo. — Puse la grabadora en mi celular.
— Te amo princesa. Te amo. — Me quedé dormida en su pecho. Por la mañana intenté despertarlo con besos.
— Amor. — Lo moví un par de veces. — Amor. — Su cuerpo seguia cálido. — Dilan no es gracioso, abre los ojos. — Me empecé a molestar y angustiar. El no reaccionaba. Por mucho que intenté no pude despertarlo. — Amor no me hagas esto. Amor despierta. — Suplique en vano. — ¡Dilan! ¡Dilan por favor abre los ojos! — Una enfermera entro a nuestra habitación. Reviso a Dilan y me dió la peor de las noticias.
— Lo siento señorita. Su esposo acaba de fallecer.
— ¡No! — Un grito desgarrador salió de mi. Me aferre a su cuerpo mientras le hablaba. — Dilan abre los ojos. Prometiste que estaríamos juntos toda la vida. Prometiste darme hijos. Amor abre los ojos por favor. Nos faltan muchas cosas por vivir. Te lo ruego despierta. Amor. Por favor.
— Señorita no gaste su energía.
— No me digas que hacer. Tu no lo conoces, el va a despertar. Sólo está bromeando. Dylan abre los ojos. Por favor amor.