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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11.7k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 11

La luz de la mañana apenas empezaba a filtrarse más fuerte entre las cortinas del refugio.

En el salón principal, Rafael se mantenía de pie frente a sus hombres, su figura imponente, sus ojos más fríos y calculadores que nunca.

—Nadie actúa sin mi orden —dijo en voz baja, cada palabra cargada de un peso que no dejaba lugar a dudas—. Quiero dos equipos. Uno rodeando la propiedad. Otro en la retaguardia, por si intenta escapar.

El más veterano de sus hombres, un tipo curtido llamado Salazar, asintió.

—¿Vivo o muerto?

Rafael vaciló un instante, el fantasma de una sonrisa amarga en su boca.

—Vivo, si es posible —respondió finalmente—. Quiero respuestas antes de que cierre la boca para siempre.

Miró a cada uno de ellos a los ojos, asegurándose de que comprendieran que no era una simple misión.

Era algo personal.

Algo que no podía permitirse fallar.

—Mantengan el refugio asegurado en mi ausencia —añadió, endureciendo aún más su voz—. Nadie entra. Nadie se acerca. ¡Lucía es prioridad absoluta!.

Un murmullo de afirmación recorrió el grupo antes de que comenzaran a dispersarse, preparándose para la cacería.

Rafael, sin embargo, no se movió de inmediato.

Sus pasos lo llevaron, casi sin pensarlo, de regreso al cuarto donde Lucía dormía.

Empujó la puerta con cuidado, apenas un susurro de movimiento.

Allí estaba ella, acurrucada bajo las mantas ligeras, su cabello suelto esparcido sobre la almohada como un halo desordenado.

El corazón de Rafael, curtido por años de traiciones y pérdidas, se apretó de un modo que apenas recordaba.

Se acercó en silencio, hasta sentarse en el borde de la cama.

Por un instante, permitió que su mano vagara en el aire sobre la silueta dormida de Lucía, como si temiera que el contacto pudiera romper aquella paz frágil.

No la tocó.

Solo la miró.

Memorizó la curva tranquila de su respiración, la dulzura inadvertida de sus labios entreabiertos, la serenidad inocente que parecía tan ajena al mundo que él conocía.

Por ella. Solo por ella había vuelto a levantar barreras, a trazar planes, a encender una rabia fría que había aprendido a domar años atrás.

No podía fallar.

No lo permitiría.

Se inclinó apenas, susurrando palabras que nadie más escucharía:

—Te lo prometo, pequeña...

No van a tocarte.

Se quedó unos segundos más, luchando contra el impulso de quedarse, de protegerla con su propio cuerpo hasta que todo pasara.

Pero sabía que la verdadera protección exigía otros sacrificios.

Con un último vistazo cargado de una ternura que jamás admitiría en voz alta, se levantó, acomodándole suavemente la manta sobre los hombros.

Salió de la habitación en silencio, cerrando la puerta con el mismo cuidado con el que se cierran los secretos más preciados.

---

En el exterior, uno de sus hombres ya lo esperaba.

—Señor —dijo en voz baja, acercándose—. Confirmado. Franco está en el muelle viejo. No está solo, pero creemos que es manejable.

Rafael asintió, su rostro endureciéndose de nuevo, como si la dulzura de hace un momento hubiera quedado guardada bajo capas de acero.

—Vamos a cazarlo.

Y con esa sentencia, desapareció en la mañana aún fresca, dejando atrás la única razón que le importaba lo suficiente como para arriesgarlo todo.

Lucía dormía, ajena por ahora a la tormenta que Rafael estaba dispuesto a desatar en su nombre.

El muelle viejo era un esqueleto de madera podrida y estructuras oxidadas que crujían bajo el viento matutino.

Perfecto para esconderse. Y perfecto para una emboscada.

Rafael descendió de la camioneta sin hacer ruido, sus hombres desplegándose en silencio a su alrededor como sombras entrenadas. Cada uno sabía exactamente qué hacer.

Él avanzó primero, el peso de la pistola oculta bajo su chaqueta apenas una extensión natural de su cuerpo.

Los tablones del muelle gemían bajo sus botas, pero Rafael caminaba con la seguridad de alguien que ya había memorizado cada rincón del terreno.

A pocos metros de distancia, la figura de Franco Leone se recortaba contra el borde del agua, agazapado junto a una vieja grúa oxidada.

Parecía nervioso.

Demasiado nervioso.

Rafael entrecerró los ojos.

Demasiado fácil.

Se detuvo, su instinto gritándole algo que la escena no mostraba.

—Atentos —susurró por el comunicador oculto en su muñeca—. No se distraigan con Franco. Busquen ojos extra.

El equipo se dispersó sutilmente, peinando la zona.

Fue entonces cuando ocurrió.

De un container olvidado, surgieron tres hombres armados, abriendo fuego en ráfagas desordenadas.

La emboscada.

Justo como Rafael había sospechado.

Pero no contaban con que él ya estuviera preparado.

—¡Ahora! —ordenó, su voz cortando el aire como un látigo.

En segundos, sus hombres respondieron, repeliendo el ataque con una precisión implacable.

Rafael no se quedó atrás.

Avanzó bajo la cobertura de los disparos, zigzagueando entre los restos del muelle, hasta alcanzar el costado de la grúa.

Allí, Franco, pálido como un fantasma, intentaba desesperadamente recargar su arma.

Demasiado tarde.

Con un movimiento rápido y letal, Rafael lo desarmó, torciendo su muñeca hasta que el arma cayó con un golpe seco al suelo.

Franco soltó un grito de dolor.

Rafael lo empujó contra la estructura oxidada, su antebrazo presionando su garganta con la fuerza justa para mantenerlo inmovilizado, pero consciente.

—Te tenía por más inteligente, Franco —espetó, su voz cargada de un desprecio frío.

Franco jadeaba, sus ojos desorbitados, sudor resbalando por su frente.

—No sabes en lo que te estás metiendo —balbuceó—. No es solo por mí... ¡Hay otros! ¡Gente más grande...!

—¿Quién? —inquirió Rafael, su tono tan afilado como un cuchillo.

Pero antes de que Franco pudiera responder, un disparo aislado silbó cerca.

Uno de los atacantes, aún no neutralizado, trataba de cubrir la retirada.

Rafael reaccionó al instante.

Se giró, arrastrando a Franco consigo como escudo improvisado, mientras sus hombres se encargaban del tirador con un par de disparos certeros.

El silencio cayó de nuevo sobre el muelle.

Solo el siseo del viento y el lejano rumor del mar rompían la quietud.

Franco se desplomó de rodillas, vencido, respirando con dificultad.

Rafael se agachó frente a él, sujetándolo del mentón para obligarlo a mirarlo.

—Se acabó para ti —susurró, con una calma peligrosa—. Ahora vas a cantar... o te vas a hundir solo.

Franco tembló, asintiendo temerosamente.

Uno de los hombres de Rafael se acercó, esposándolo con movimientos expertos.

—¿Qué hacemos con los otros? —preguntó Salazar.

Rafael miró el muelle cubierto de cuerpos inmóviles, algunos heridos, otros muertos.

—Interrogamos a los que podamos salvar —ordenó—. Limpien el lugar. Nadie debe saber que estuvimos aquí.

Mientras se alejaba, el sol comenzó a alzarse más alto en el cielo, tiñendo el muelle de tonos ámbar y rojizos.

Rafael no pensaba detenerse.

Aún no.

Franco era solo el principio.

El verdadero enemigo seguía en las sombras.

Pero ahora, al menos, tenía una pista para empezar a cazarlo.

Y lo haría.

Por Lucía.

Por lo que había empezado a construir en silencio, sin atreverse todavía a nombrarlo.

Mientras los hombres de Rafael limpiaban la zona y Franco era arrastrado a una de las camionetas blindadas, el teléfono en el bolsillo interior de su chaqueta vibró insistentemente.

Una llamada codificada.

Solo podía significar una cosa: emergencia.

Rafael atendió al instante.

—¿Qué pasa? —gruñó, su instinto poniéndose en alerta máxima.

La voz de Torres, uno de los guardias que había dejado custodiando el refugio, sonó entrecortada, apenas audible entre un estallido de disparos de fondo.

—¡Nos están atacando! —gritó—. ¡El edificio... están tratando de entrar!

Durante un segundo, todo se detuvo en la mente de Rafael.

El aire.

El ruido del muelle.

Incluso el latido en sus propias venas.

Solo la voz angustiada de Torres atravesaba la estática.

—¡Mantenemos la posición, pero son muchos! ¡No sabemos si...! —la transmisión se cortó en medio de otro estruendo seco.

Un disparo demasiado cercano.

Rafael apretó los dientes hasta que dolieron.

Sintió el rugido helado de la rabia subiéndole por la garganta.

Lucía.

Ella estaba allí.

Y la estaban atacando.

No había más tiempo para estrategias ni para precauciones.

Rafael levantó la vista hacia Salazar y los demás.

—¡Nos vamos ya! —ordenó con una furia que no necesitaba ser explicada.

No iba a llegar tarde.

No esta vez.

No cuando lo que más le importaba en el mundo estaba en peligro.

El motor de la camioneta rugió mientras el convoy arrancaba, las ruedas mordiendo el asfalto agrietado.

Rafael miró al horizonte, su mandíbula apretada, su mente enfocada en una única promesa:

No dejaría que le arrebataran a Lucía.

Aunque tuviera que atravesar un ejército entero para evitarlo.

1
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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